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viernes, 17 de septiembre de 2021

Grandes casos mal resueltos de la Historia


Nuevos casos de la agencia de detectives Monder & Lironder. Nuevos casos que registran la actividad de esta ilustre casa de investigadores capaces de intentarlo, al menos. Casos como el del señor Hurrur, nacido en un bonito pueblo de la Bretaña y encontrado muerto en su casa un soleado día de otoño del año 1953. En su cráneo, una bala de revolver. A su lado, una carta manuscrita por él mismo en la que asegura que se está suicidando por un tema de desengaño amoroso. Jean Philippe Monder, uno de los integrantes del despacho, fue requerido por la policía, porque no acababan de confiar en las pruebas. La carta, no se encuentra el revolver, el señor Hurrur jamás había tenido contacto con seres humanos de sexo cualesquiera ya que vivía en un estado semi monacal, no se le conocía pareja y era prácticamente inviable que hubiera tenido un desengaño tal a los 75 años. El señor Hurrur yacía en el suelo envuelto en una bata que le tapaba su vestimenta habitual, consistente en pantalón oscuro, zapatos, camisa blanca y corbata, recuerdo de cuando trabajaba como inspector de la Administración agropecuaria e iba por esos campos de Dios comprobando que los honrados campesinos lo eran de verdad. El señor Hurrur solo tenía un contacto conocido, Gaston Troissière. Troissière era un vecino del edificio donde vivía el señor Hurrur. Jean Philippe Monder quiso interrogarle y se hizo acompañar por Auguste Lironder. Monder y Lironder en acción. Monder comenzó su interrogatorio con un Buenos días, que no fue más que una maniobra de distracción. Troissière iba vestido como un propio agente de investigación. Cuando Troissière recibió el buenos días, no dijo nada. Monder también se calló. Lironder bebió un sorbo de café. Le ofrecieron café a Troissière. Troissière no hizo un gesto. Lironder tampoco. Monder observaba. Troissière parecía tranquilo. Monder también. Lironder lo mismo. Todos tranquilos. Monder quiso hacer una pregunta. ¿Conocía usted al señor Hurrur? Troissière miró a Monder y luego a Lironder. Monder no dijo nada, Lironder tampoco. Dejaron transcurrir algo de tiempo. Lironder se apuró el café. Monder llamó a los agentes de policía y les pidió que detuvieran a Troissière. Troissière sonrió. Troissière fue esposado. Llevado al edificio de nuevo para que reconociera el cadáver del señor Hurrur. Troissière no movió un músculo. Entraron en casa de Troissière. Toda la casa estaba llena de recortes de películas de detectives, policías, asesinatos. Troissière estaba obsesionado con ese mundo. Seguro que lo había matado él. Se había vuelto loco. Monder y Lironder trazaron todo el hilo argumental del caso. Troissière fue internado en la cárcel de Grandciclon a la espera de juicio. 

En una cajonera de la habitación en la que dormía el señor Hurrur se escondía una caja llena de cartas que el señor Hurrur había escrito durante años. Cartas que se escribía a sí mismo expresándose al principio de manera tímida. Se había enamorado de alguien. Ese alguien era él mismo. Y no se atrevía a decírselo. Poco a poco fue ganando en confianza y declarándose abiertamente. El señor Hurrur vivió una tórrida relación amorosa consigo mismo durante años. Pero, ay, una mañana, el señor Hurrur se tropezó en la escalera con el señor Troissière. En las cartas Hurrur expresaba primero su curiosidad hacia Troissière. Luego el señor Hurrur, después de otros encuentros casuales, se confesó a sí mismo que sentía algo por Troissière. El señor Hurrur en otras misivas se encontraba destrozado por que no sabía como dejar la relación si ya no estaba enamorado. Amenazaba con quitarse la vida. Se la quitó. ¿El revólver? Una pistolita de imitación que el propio Hurrur pensaba que era un simple pongo, recuerdo de una visita al pueblo, resultó ser un arma de verdad. Tan infame era la pistolita que nadie creyó que aquello pudiera ser un arma mortal. 

Por su parte, Troissière era feliz cumpliendo condena. Estaba siendo el protagonista de una película en vida. Y sin mover un músculo, como sus héroes. 

lunes, 16 de abril de 2018

Grandes Casos Mal Resueltos de la Historia

El profesor de la Universidad de Huewarts, Augustus Schacher, especialista en asuntos históricos y gran aficionado a la novela negra acaba de publicar los resultados de su minuciosa investigación sobre el asesinato que dio paso al mundo tal y como lo conocemos. Si consideramos la Primera Guerra Mundial como el punto de arranque del siglo XX y de la configuración del mundo como es, el asesinato del príncipe Francisco Fernando en Sarajevo en 1914, debería ser objeto de un estudio realmente profundo como el que lleva a cabo Schacher. Hemos querido hacer aquí una síntesis de su interesante propuesta, que puede revolucionar la historia tal y como la conocemos:
- Todo el mundo da por cierto que el autor material del asesinato fue el joven serbo bosnio Gavrilo Princip, perteneciente a una organización de carácter yugoslavista que atentó contra la vida del heredero de la corona Austro-Húngara en Sarajevo, capital de Bosnia que recientemente había sido anexionada al Imperio. Como damos por sentadas las cosas, explicaremos un poco de qué va lo del Imperio Austro-Húngaro. El Imperio Austriaco, a mediados del siglo XIX, después de las revoluciones del 1848 pasa a denominarse Austro-Húngaro para dar cabida a las aspiraciones de los diversos reinos que lo conformaban. Uno de estos territorios sería también lo que hoy son Croacia y Eslovenia. En continua lucha contra el Imperio Otomano y con el reino de Serbia recién constituido, el tema de los Balcanes era peliagudo. Rusia, el Imperio Austro-Húngaro, los Otomanos, Búlgaros, Serbios, rumanos, griegos, todos ellos y alguno más peleaban y se aliaban en una guerra larvada que ya en 1910 tuvo un primer asalto. Los Austro-Húngaros, que de facto ya controlaban Bosnia, terminan anexionándosela. Hay una corriente, desde Belgrado y también por parte de croatas y eslovenos, de crear una Yugoslavia, una federación de estados eslavos del sur. No tienen la misma religión, las culturas son a veces diferentes, pero tienen una lengua y el sentimiento de pertenencia a algo superior. Guerras, atentados, conflictos. Gavrilo Princip empuña el arma y mata a Francisco Fernando mientras pasea por Sarajevo con su esposa Sofia Chotek.
Schacher apunta una posibilidad que se ha obviado durante más de un siglo. Pese a que Princip fue considerado el autor y fue él mismo autor confeso del crimen, Schacher ha recabado toda una serie de datos y declaraciones, para los cuales incluso ha tenido que trasladarse a registrar archivos del Monte Athos, las memorias del señor que sale con la mano en la cara en la foto que ilustra este relato, confesiones del propio Gavrilo Princip antes de morir en la prisión de Terezin, papeles desclasificados del KGB, los archivos del Congreso de los Estados Unidos, el Cidob y cosas que se leen por Twitter, por las cuales el culpable material eres tú.
Porque tú siempre has dicho que no, que tú no, que la violencia no, que jamás lo harías, que no estuviste en Sarajevo, ni has estado en Belgrado, ni sabes nada de la obra de Bakunin, ni tienes ni idea de serbobosnio, ni de serbocroata, ni de nada. Pero cada vez que te hablamos de Sarajevo, te pones nervioso. Cada vez que pedimos un té te pones a contar lo de que una vez fuiste a (titubeas) Estambul y el té allí era una cosa maravillosa. Cada vez que te miramos estás mascullando apellidos serbios 'mrcic, kresic, paspalj, bogdanovic, mladenovic, milosevic', como si estuvieras repitiendo un mantra. Cada vez que te hablamos de ir a Viena, te enfadas. Cada vez que ves a mi hijo José Fernando, te pones como unas bascas. Cada vez que juega el Bayern de Munich, vas con el Madrid.
Matarías a Francisco Fernando incluso ahora mismo.
Francisco Fernando, Francisco Fernando, Francisco Fernando, Francisco Fernando......

jueves, 20 de julio de 2017

Grandes casos mal resueltos de la Historia

¿Dónde está Elvis? ¿Dónde está Elvis? ¿Dónde está Elvis? Esta es la pregunta que más de medio mundo lleva haciéndose desde hace 40 años y que fue resuelta de la manera más común con un complaciente 'muerto de su muerte'. Sin embargo, para millones de personas en todo el planeta esta respuesta no es válida y presumen de conocer que realmente Elvis no está muerto, sino que algo oscuro pasó con Elvis que nos ocultan. Elvis, aseguran, está vivo en alguna isla desierta o viviendo de manera anónima bajo otro nombre en cualquier lugar del mundo. Nosotros no nos conformamos con las hipótesis barajadas hasta ahora y hemos recurrido al informe del investigador japonés Uchi Konomaru, para desmontar las ideas preestablecidas y dar con la verdad.
'Mi primer contacto fue con el estudioso del rock and roll y erudito sobre Elvis y su mundo, John Lennon (nada que ver con el John Lennon de Liverpool), que tras una serie de preguntas comprometedoras sobre la muerte de Elvis, me aseguró que 'Elvis vive en los corazones de todos los rockeros del mundo'. Respuesta final que me resultó del todo insuficiente. Así que después de entrevistarme con Lennon en Manchester, viajé hasta Memphis y hasta la propia localidad de Tupelo, para averiguar algo sobre la muerte de Elvis.
Mis conclusiones son las siguientes. Según los informes, Elvis murió al parecer como consecuencia de una larga serie de dolencias que importa poco enumerar pero que, tratadas en conjunto, bastan para terminar con la vida de un elefante. Sin embargo, el hecho cierto de que nadie viera morir a Elvis, causa dudas entre los que piensan que si tan grave era todo, debería haber sido más visible su paso al otro mundo. Esto hace dudar de que realmente Elvis haya muerto. Yo sostengo que Elvis, de esta manera, está vivo.
Como quiera que no hemos visto desaparecer físicamente a alguien, no podemos tener la certeza de algo. Podemos acumular pruebas, podemos valorar las autopsias, podemos confiar. Pero podemos desconfiar. Y en el caso de Elvis, como en el de otras estrellas del rock y del cinematógrafo, la duda es relevante. Elvis no ha muerto. Está vivo. O al menos no está donde dicen que está. He preguntado a sus asistentes, he preguntado a fans, he preguntado incluso -y es donde he obtenido las respuestas más valiosas- a personas que ni siquiera conocían de la existencia del propio Elvis. Elvis no murió en 1977. Elvis está vivo. O al menos no murió cuando nos dijeron.
Lo extraordinario del caso de Elvis es que no pasó a ninguna isla desierta, ni siquiera vivió en otra ciudad con seudónimo. Los últimos años creativos de Elvis demuestran tal falta de imaginación que indagué sobre esta línea. Elvis ni se molestó en cambiar de nombre porque ni siquiera sabía que había muerto. Así que finalmente esta es mi conclusión.
Elvis, siendo ya una rémora de un tiempo pasado, caduco, sin nada que aportar y más decrépito que sujeto de lástima, era un estorbo para todos. En lugar de finiquitar su vida, se decidió que Elvis, el Rey del Rock siguiera pensando que era lo que era, luchando por hacer algo que ya ni siquiera le gustaba, pero al menos entretenido. Encerrado en su casa, pensando que fuera el mundo le creía vivo, no supo de la parafernalia preparada sobre su propia muerte. Él se pensaba vivo, pero en realidad estaba muerto. Hace años que estaba muerto.
Y así, consideró que las visitas a su casa en Graceland eran cosa de un repunte de fanatismo y de devoción o bien porque algún tema de su extenso repertorio había vuelto a pegar en las listas. Así hasta que, o bien murió a principios de los años 2000 o bien sigue vivo en su mansión, con un pequeño servicio automatizado que le facilita la vida y mantiene viva la ilusión.
Él está vivo y nosotros tan tranquilos.'

lunes, 23 de noviembre de 2015

Grandes Casos Mal Resueltos de la Historia - XI



Del archivo de la policía científica de Sausalito, hemos conseguido extraer un fichero con el caso de un extraño asesinato del que no se supo cómo ni qué. Ahí lo dejamos:
'Ya lo decía el sargento Frederson, que tenía mucha experiencia en este tipo de casos, que la verdad, cuando no quiere salir a relucir, no sale. Por mucho que sea evidente, por muy increíblemente fácil que parezca ver lo que sucede, por muy claro que lo tengamos, aunque tengamos el muerto delante con un cartel que ponga 'me mató Tal', si es que no, es que no. En aquel domicilio todo parecía extrañamente en orden. Sus ocupantes habían sido encontrados muertos por herida de cuchillo en el patio de una casa casi en ruinas a las afueras de la ciudad, pero todo hacía presagiar que el asesinato había tenido que ocurrir en otro lugar. Por las heridas de consideración que presentaban por todas partes, el asesino se había ensañado con ganas. Había acuchillado a la pareja, los Thompson, unos jóvenes profesionales, abogado él y periodista ella, y se había recreado en apuñalarles de una manera absolutamente fuera de juicio. Tal era la saña y  la escabechina que parecía imposible que el asesinato, si había tenido lugar en el domicilio de ambos, situado en Sausalito, no dejara huellas, ni nada. Sangre. Lo que fuera. Nada. La casa estaba perfecta. Tampoco presentaba muestras de haber sido limpiada a cociencia en tiempo reciente. Estaba normal. El teniente Olesski, encargado de la investigación, alburó que quizás el asesinato se había producido en la casa debido a que el asesino o asesina conocía a la pareja, les había intentado robar... algo. Sin embargo, que no hubiera por ninguna parte ningún indicio de robo en la casa, que las cuentas corrientes de ambos estuvieran intactas, que todo siguiera siendo normal, nos invitó a pensar que de robo, nada. La investigación se derivó entonces hacia algún tipo de crimen pasional, mas no hubo manera de relacionar a ninguno de los dos cadáveres con nadie de una manera concluyente. Eran unos santos. De su casa a su trabajo y de su trabajo a su casa. Ni familia ni amigos. A alguien, quizás al propio sargento Frederson, se le ocurrió buscar el cuchillo, el arma. No hubo manera de encontrarla. No hubo manera de saber qué había pasado. El lugar donde fueron encontrados, esa casa en ruinas en las afueras, había sido propiedad en un tiempo pasado de un músico de rock que había muerto víctima de las drogas hacía muchos años. Intentamos entonces relacionar la música con el asesinato, por si alguno de ellos había sido fan del músico y todo respondía a un acto de... Nada. Gregg Thompson, era un abogado que tenía en su armario la discografía completa de Dire Straits, y poca cosa más. Algo de Supertramp y todo lo que Phil Collins había editado en solitario. Xia Thompson escuchaba únicamente y pese a ser todavía una persona joven, discos de Barbra Streissand. Y bandas sonoras de películas. Ambos tenían sus discos señalados por colores, los de Gregg eran rojos, los de Xia eran verdes.
Ninguno de nuestros arranques investigadores, de nuestras líneas de investigación, condujo a nada. El caso, al cabo de un tiempo se archivó. El arma no se encontró. El lugar del crimen no se supo. El lugar donde se encontraron los cuerpos fue desbrozado y limpiado a cociencia. Se derrumbó la casa del rockero y se construyeron unos apartamentos.
Al cabo de unos años, otra nueva pareja fue hallada muerta en ese mismo lugar. En ese mismo sitio, con las mismas características. Nuevamente dos acuchillados. Los Pfegger, constructor él y ejecutiva de la Coca Cola, ella. El mismo proceso con los mismos resultados.
Una mañana, yendo hacia el despacho en la fiscalía, el detective Menéndez llamó desde la autopista. Estaba escuchando la radio cuando sonó una canción del rockero aquel. La canción se llamaba 'Nos matamos'. Pedía ayuda desperadamente, había empezado a apuñalarse él solo por las piernas y el vientre. Que debido a un fallo de cobertura la emisora se había borrado y a mitad de la canción se había dado cuenta de todo. Que llamásemos a un ambulancia, que no podía parar de...'.

martes, 3 de febrero de 2015

Grandes Casos Mal Resueltos de la Historia - X

El sargento Walt Wouworf de la policía del Condado de Wallfowr, fue llamado a personarse de manera muy perentoria en el domicilio de los Wondswirthfer y en el preciso momento en el que recibió la llamada, supo que algo no iba bien. Los Wondswirthfer eran conocidos en todo el Condado y mucho más allá por su fama de familia de muy alta cuna venida muy a menos, pero que con el cuento del 'venidos a menos', llevaban ya más de dos o tres generaciones sin acabar de ser menos del todo. Seguían dominando los designios del condado y haciendo y deshaciendo a su antojo, pero, a ojos de la opinión pública, su tiempo había pasado. Hyerabad Wondswirthfer era en aquellos tiempos la cabeza de familia. Una mujer enjuta y cetrina, que muy pocas veces se prodigaba en público y que vivía prácticamente recluida en uno de los salones de la gran mansión que la familia poseía en los campos de Wundschwillywing. Casada en tiempos con un aventurero llamado John... nosecuantos, éste desapareció sin dejar rastro un buen día de junio de hace mil años y jamás se supo de él, dejándola al mando de la familia y con un hijo llamado Weylord que creció siempre asustado a las faldas de una mujer de un carácter endemoniado como era Hyerabad Wondswirthfer. En la mansión vivían además, Waldorf Wondswirthfer, hermano menor de la terrible Hyerabad, Griseida Washwermayer, prima lejana de los Wondswirthfer y que en tiempos pudo haberse casado con Waldorf, pero la cosa no llegó a cuajar y como tampoco tenía otra cosa que hacer, en la mansión se quedó y nadie la echó de menos en ningún sitio, ni tampoco estorbaba con los Wondswirthfer, y estas cosas pasan y meterse en la casa de cada uno es buscarse un problema. Ellos cuatro constituían todo el personal y toda la familia Wondswirthfer. Y uno piensa, cómo puede ser que estos cuatro mentecatos dominen un Condado. Pues uno lo piensa y tiene que mirar al personal que hay fuera y las preguntas se resuelven. Pero este no es el caso. El caso era oro. Otro, perdón.
Walt Wouworf llegó a la mansión y no le abrió la puerta Hyerabad, dado que nunca abría la puerta, sino la señorita Griseida Washwermayer, compungida y sollozante. 'Han matado a Hyerabad, señor agente'. Wouworf lo tuvo claro. Había sido uno de los otros tres habitantes de la casa. Nadie más iba allí para nada. No tenían servicio, no tenían amigos, no tenían visitantes. Con un oscuro ordenador portátil dominaban los designios del Condado, un computador que sólo sabía manejar Weylord bajo estrictas órdenes de Hyerabad. Wouworf convocó a los tres residentes de la casa y les pidió que le llevaran al lugar donde se encontraba Hyerabad. 'Está detrás suyo'. Hyerabad estaba tendida detrás del sofá en el que se había sentado Wouworf. Tenía una profunda herida en el cuello, por la que se había desangrado, pero no se encontraba ningún cuchillo o arma punzante alrededor. Wouworf pidió a cada uno de los Wondswirthfer que le dijeran dónde y qué habían hecho los días anteriores. Hyerabad parecía recién muerta. Todos parecían tener coartadas convincentes. Sólo Griseida tuvo una laguna justo unas horas antes de que ocurriera el asesinato de Hyerabad. Dijo que no recordaba haber visto a Hyerabad en todo el día, cuando en realidad habían estado duchándose juntas, como todas las mañanas hacían, para ahorrar agua. Esto hizo sospechar a Wouworf, de tal manera que sin encomendarse a Dios ni al diablo, hizo arrestar a Griseida, que como elemento extraño de la casa quizás tenía oscuros motivos para sentirse... atraída o despechada hacia Hyerabad. Tanta ducha juntos, pensó Wouworf, no es normal. No preguntó si Waldorf y Weylord también lo hacían, que lo hacían.
Griseida fue juzgada por un jurado popular que la condenó a cadena perpetua. Era un jurado muy progresista que, inmediatamente después de haber proclamado la condena, advirtió que la condena les parecía injusta y que reclamaban que la cadena perpetua era... en fin.
Wouworf no se complicó mucho la vida con este caso y prosiguió con sus rutinarias tareas de mantenimiento de la paz y la calma en el condado de Wallfowr.
Los Wondswirther, Weylord y Waldorf, siguieron viviendo juntos en la casa y se puede decir que, de forma paradójica, su situación económica mejoró bastante. A Weylord incluso se le vio en el Club Social de Wundschwillywing, un día de junio maravilloso, tomando whisky y alardeando de ciertas cosas que a nadie parecieron importarle lo más mínimo.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Grandes Casos Mal Resueltos de la Historia - IX

'Se me coge un dolor así en la espalda cuando llevo un rato agachado, que yo que sé qué voy a hacer'. Esta y otras quejas, salían por la boca del inspector Pelagio Duvalier a cada momento mientras intentaban él y su ayudante el también inspector Ordoño Pépez, recabar pruebas que pudieran ayudarles a encontrar al asesino de la señorita Gwendolyn Ochotorena. Asesino que en teoría había sido muy descuidado y basto a la hora de cometer el crimen, ya que había entrado por la puerta de la casa de la señorita Gwendolyn rompiéndola de una patada, avanzado hasta la habitación de la señorita Gwendolyn rompiendo todo lo que hallaba a su paso, bebiendo del agua que la señorita Gwendolyn tenía en la mesita de noche, secándose el morrete en una servilleta que no se había molestado en tirar, escupiendo en un cuadro que representaba una Rendición de Breda en la que los papeles estaban cambiados y los españoles perdían la ciudad de la mantequilla, manoseado un pedazo de arcilla que la señorita Gwendolyn (muy aficionada a las artes manuales) tenía colocado en un torno para trabajar con él, ensuciando luego todos los vestidos de la señorita Gwendolyn con sus manazas manchadas de barro, pintarrajeado las paredes de la casa con la sangre de la fallecida dibujando unas caritas muy peculiares de una muchacha que no era Gwendolyn y que llevaba el pelo recogido en un moñete, con una berruga en la mejilla izquierda y una sola oreja, vestido la ropa interior de la señorita Gwendolyn sin que hubiera un motivo realmente para ello, toda vez que a la señorita Gwendolyn le abrió la cabeza con un mazo a los pocos segundos de personarse en aquel domicilio y sin mediar palabra alguna con ella ya que la señorita Gwendolyn se encontraba postrada en la cama en la misma postura en que la dejó su madre, la señora Winnipeg, cuando fue a visitarla la tarde anterior.
Y sin embargo, pese a todo ese cúmulo de circunstancias, el inspector Pelagio Duvalier estaba convencido d que allí había algo que no cuadraba, que no podía ser que todas aquellas pruebas tan evidentes fueran realmente pruebas.
Pelagio Duvalier pertenecía a la escuela 'casualidadística' (no confundir con casualística, por favor se lo pido, amigo lector), inaugurada por el maestro de detectives, policías y demás gente que resuelve asuntos, el profesor Demontre, por la cual, las cosas ocurren por casualidad absolutamente siempre. Siempre. Todo. De chiripa, suertudamente, de golpe, por pura chamba. Duvalier, siguiendo estos preceptos, había conseguido resolver algunos casos importantes, o al menos eso se creía, como el del hurto de las joyas del Marqués de Follogne, el hurto de las joyas de la Condesa de Cognac, o el hurto de las joyas de la Virreyna Saray de la India. En todos esos casos, la casualidad le llevó a descubrir papeles, rayas, marcas, señales, que bien pudieran no tener relación con lo sucedido, pero ay, Duvalier tenía un pico de oro y cuando se ponía a hilar asuntos...
Sin embargo, en aquel apartamento Pelagio Duvalier, junto a su ayudante que ahora he olvidado cómo se llamaba, se encontraba perdido. El asesino había sido muy cuidadoso. Duvalier se dirigió a un cajón, abrió el mismo, volcó el contenido y no encontró nada que apareciese entre las bragas o cartas de la difunta. Duvalier caminó por el pasillo y al dar la vuelta a un recodo, no encontró nada a la vuelta de la esquina. Tiró un jarrón de los pocos que habían quedado en pie, y dentro de él no halló nada. Movió a la muerta y debajo de su cuerpo no había nada. Miró la casa desde fuera, tampoco. Preguntó a un transeúnte que no tenía relación con la fallecida, ni de cerca. Dejó pasar un mes, volvió al domicilio de la señorita Gwendolyn junto a su ayudante Ordoño Pépez (ya me ha venido el nombre), y abriendo la puerta de golpe, no descubrió a nadie dentro de la casa. Agotó todas las posibilidades y dejó el caso cerrado sin encontrar al asesino. O asesina, que aquí con el genérico nos escapamos sin decir ni pío.  

miércoles, 17 de julio de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia - VIII

A veces uno se encuentra con unas cosas que... Para pasmo de muchos de ustedes, un descendiente de aquellos Monder et Lironder de los que supimos en el primer relato dedicado a esta serie de Grandes Casos mal resueltos de la Historia, se afincó en Madrid a mediados del Siglo XIX y sin cortarse ni un pelo fundó una Oficina para la Resolución de casos Complejos la llamada ORCACOM, que duró nada y menos ya que buena parte de sus integrantes terminó integrándose en el Cuerpo de Policía español. El caso más relevante del que se hizo cargo este descendiente de Cedric Lironder, concretamente, Auguste Lironder que españolizó su nombre para ser Augusto Lironder (toma ya la españolización), fue el del asesinato de quince, digo bien, quince párrocos que habían acudido en 1911 a la celebración del Encuentro Eucarístico que se dio en la capital de España.
Los agentes de la ORCACOM, con Augusto Lironder, se hicieron cargo de aquel caso que no fue muy difundido por los medios, porque claro, que matasen a quince párrocos en un clima de alta tensión como el que vivía entonces el país... no convenía. Tampoco ninguna organización reivindicó estas muertes, por lo que no se quiso hacer publicidad desde ningún estamento sobre lo sucedido, ni tan siquiera para cargarles el muerto. Los quince párrocos se alojaban en una pensión situada a las afueras, entonces, de Madrid, y venían todos de La Mancha, de la provincia de Albacete y Ciudad Real, de diversos pueblos de la zona, en representación de los fieles manchegos. De los quince, ninguno pasaba de la categoría de párroco y no se puede decir que ninguno de ellos se destacara por nada en concreto. Todos ellos, según las investigaciones, eran gente simple, sin mayores vicios que los de vivir sosegadamente, sin mucho que hacer, mucha teología que desarrollar y siempre fieles a costumbres como la partida, la charla, la siesta y vigilar porque el rebaño no se descarriara en exceso.
Los quince fueron encontrados muertos de la misma manera. Un tajo en la garganta. Los quince, cada uno en su habitación, muertos de muerte total. Desangrados. Sin puñaladas añadidas o mayor rastro de violencia. Quince párrocos muertos sin que nadie hubiera oído nada, sin que ningún párroco se quejase de nada, nada.
Los agentes de ORCACOM, y principalmente Augusto Lironder, se hicieron caso del cargo, digo, cargo del caso, y después de muchas pesquisas y de mucho interrogatorio, de consultar con infiltrados entre los contrarios al poder del clero, de visitar a los prominentes miembros del hampa por si tuvieran algún negocio pendiente con el Clero... no encontraron una explicación evidente al asunto. El caso fue declarado no resuelto y como a nadie le interesaba que la gente supiera que se podía matar a quince curas así como así, no trascendió el qué.
Tan sólo uno de los agentes de ORCACOM, el detective Benedicto Pío Francisco, devoto católico y fervoroso asistente a todos los actos de aquel Congreso Eucarístico, continuó con las investigaciones, siempre reportando con Augusto Lironder y llegó a la siguiente conclusión. Consultó todas las fichas de los que se alojaron en la Pensión durante aquellos días. Junto a los quince párrocos, llegaron cuatro monaguillos, tres monjitas de un convento en Albacete, y un par de caciques de la zona que aprovecharon el viaje conjunto para ir a Madrid a sus cosas.
Uno de estos caciques, perdón, de estos ilustres miembros de la sociedad manchega, era Don Onofre Castromán y Churre. Éste buen hombre había hecho su fortuna a partir de un rebaño de ovejas que su padre tenía y vete tú a saber cómo el negocio le fue creciendo hasta hacerse con buena parte del ganado lanar, y cualesquiera otro ganado que se le pusiera por delante. Una persona dura de mollera, de verbo tosco, pero de devoción infinita, según sus conocidos.
Benedicto Pío consultó con conocidos de cada uno de los que se alojaron en la pensión. Al parecer Don Onofre era la segunda o tercera vez en su vida que iba a Madrid, y casi nunca había dormido fuera de casa porque tenía accesos de desvelo en el dormir o bien interrupciones violentas del sueño, sonambulismo, y un despertar espantoso.
Benedicto Pío se entrevistó pues con Onofre Castromán y él mismo le dijo que había noches que se despertaba en sitios donde él no había comenzado a dormir.
Así, Benedicto Pío redactó un informe de conclusiones en el que acusaba a Onofre Castromán de haber asesinado en sueños a los quince párrocos, degollándolos como si fueran ovejas o perros enfermos, y que no había hecho ni ruido ni nada, porque hasta en sueños era un profesional.
Si antes no interesaba que el caso saliera a la luz, menos ahora. Y hasta ahora así estamos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia - VII

Analebén De la Cámara se espantó muchísimo cuando el juez leyó la sentencia. 'Culpable, sin duda'. Todas las pruebas, los testimonios, los testigos, las cámaras, las fotografías, los emails, todo, absolutamente todo, hasta las tijeras o 'estijeras' como decía Analebén, apuntaban a que ella, en una calurosa noche del mes de Julio, había cogido esas mal llamadas 'estijeras' y las había clavado en la cabeza, por la parte de arriba de la misma cabeza, de su esposo Hefestión Bromoso, después de que hubieran discutido muy acaloradamente valga la redundancia o lo que sea sobre la conveniencia o no de cambiarse de piso a uno más grande ante la inminente llegada del primer retoño de la pareja.
Analebén negó durante todo el juicio que ella hubiera sido la autora material del hecho. No negó que tenía unas ganas locas ya de quitarse de encima al tal Hefestión porque decía que desde que se habían embarazado -así lo decía ella, se habían embarazado los dos- su actitud había cambiado, y de ser una persona que respetaba su independencia, su espacio, sus tiempos y sus ritmos, sus apetencias y sus gustos y sus ansias de libertad, se había convertido en una lapa insoportable que durante todo el día y toda la noche no dejaba de atormentarla con unos mimos, unos halagos y unos melindres que la tenían completamente asfixiada. Que aquel Hefestión que la había conquistado con su carácter libre, su temperamento calmado y contemporizador se había convertido en un brasa y un julandrón de mucho cuidado. Julandrón. Tuvieron que llamar a un traductor para que el juez entendiera lo que era un julandrón.
Las tijeras, las 'estijeras' de Analebén, tenían restos de sangre provinentes de la cabeza de Hefestión y se pudo demostrar que la última persona que las había empuñado había sido Analebén mismamente. ¿Entonces, dónde está el Caso mal resuelto?
Las televisiones de toda España, las emisoras de radio con sus programas de magazín, así como las publicaciones de todo tipo, incluso un batallón de blogueros que querían darse a conocer en la Red, cubrieron el juicio, que interesó a todo el mundo porque la mujer, la propia Analebén, daba bien en televisión, era bien parecida, tenía gracia al hablar y todo el mundo en cierto modo 'simpatizaba' con su causa. A nadie le gusta que el marido se convierta en un gilipollas de la noche a la mañana, todo por haber tenido un niño. Era ciertamente entendible que Analebén se hubiera rebelado contra ese santurrón revenido en que había devenido Hefestión, cuando sólo unos días antes éste se ufanaba de ser seguidor irredento de Extremoduro y hasta decía tener varios discos de Muchachito Bombo Infierno e incluso, había empezado a llevar camisetas sin tirantes en verano y gorrita para tapar una inexistente calvicie. Un tipo duro que se había convertido en un Flanders.
Pero Analebén insistía en que, fuera eso cierto o no, ella no había matado a Hefestión con las ya conocidas 'estijeras.
¿Quién fue?
Analebén De la Cámara fue a la cárcel, ingresó en prisión, que queda más fino y después de algunos años allí, penando sin saber porqué, salió. Se había demostrado que no fue ella la que clavó las tijeras en aquel cráneo.
La comisaria Federica Echabe, destinó a un par de miembros de una recién brigada creada, perdón, creada brigada de investigación científica e intuitiva, compuesta por los agentes Sebastián Grande Navegante y Fernanda Aragón Sicilia, que retomaron y reconstruyeron la investigación. Consideraron que había sido el propio Hefestión quien se había clavado las tijeras a sí mismo. Movieron papeles, entrevistaron a gente, se tomaron un cortado en el bar de abajo... lo hicieron todo. Al parecer, Hefestión se estaba tomando unas pastillas contra el dolor de espalda muy fuertes y los efectos derivados pues le torcieron el carácter y se acabó.
Y ya está. Y a veces uno cree que va por un camino es el otro. Analebén no tuvo el hijo y se volvió a juntar con un muchacho muy agradable, Héctor Manuel.

lunes, 1 de julio de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia - VI

Según recogía el diario Springer Autommisch de Frankfurt, el investigador Jonnhy Delatour fue el encargado de desentrañar el complejo caso de la desaparición de la dulce niña Marianne Fregerech. Considerando que, tras interrogar a diversos sospechosos, aislar a la familia en su domicilio durante días y revisar una y otra vez los archivos policiales, el detective Delatour terminó su investigación señalando al padre de la niña, el señor Gunther Fregerech, importante industrial del sector de la tornillería, como culpable, nos encontramos en la obligación de presentar primero al personaje y después descubrir su error fatal.
Johnny Delatour decía residir en Chicago, donde ejercía su oficio de investigador privado tras haber sido expulsado de la policía de Nueva York por haber contradicho las órdenes de un superior. Allí, según palabras del propio Johnny Delatour, había colaborado en la detención de unos ladrones de guante blanco que habían robado en una mansión, también había participado en el curso de la investigación que se inició tras el sospechoso cierre de una cadena de hamburgueserías locales de un día para otro y que terminó con el empresario encerrado en la cárcel por un delito de apropiación de nosequé. Sin duda, y siempre según Johnny Delatour, había conseguido alcanzar su pico de fama en el terrible caso del asesinato del señor Wu, que Delatour desentrañó con éxito considerando que el señor Wu se había suicidado.
Sin embargo, nadie en Frankfurt ni en la zona aledaña pidió nunca referencias ni consultó diarios de Chicago para confirmar estos supuestos éxitos del investigador, que se ofreció a la policía alemana cuando se conoció el caso de la desaparición de la niña Fregerech. Delatour apareció en la comisaría de policía de Frankfurt y pidió, con su aspecto de clásico y tópico detective norteamericano. Con sombrero de ala corta, un cigarrillo medio caído en sus labios, un traje ciertamente gastado y una media barba de no haber tenido tiempo para afeitarse y ojos de no haber dormido en varios días. La cara de los presentes en la comisaría alemana, a mediados de los años sesenta -esto no lo habíamos dicho-, tuvo que ser memorable.
Los policías le escucharon, se creyeron que venía de donde venía y le dejaron actuar. Y cuando al cabo de varios meses de investigación, Delatour consideró que había sido el propio padre de la niña quién la había matado, los policías encontraron, con el comisario Wiedernmayer a la cabeza, su investigación impecable y las pruebas irrefutables.
Sin embargo, nadie cayó en la cuenta de que Delatour se expresaba en un excelente alemán, con cierto acentillo berlinés. Nadie tampoco se extrañó de que Delatour desapareciera de la escena y no se volviese a saber de él. Todos pensaron que había regresado a Chicago, y ahí se quedó la cosa.
Ahora, recientes noticias descubiertas a raíz de un extraño accidente de coche en una carretera malagueña en la que un anciano alemán, nos han vuelto a traer a la luz la figura de Deletour. El fallecido en una de las curvas de la carretera que une Mijas con Málaga, un alemán de unos ochenta años llamado Hans Dernhaus, conducía bajo los efectos del alcohol, encontrándose una botella de whisky en la guantera del coche. En el radiocasette del coche, sonaba música de jazz. El coche era un Chevrolet. Hans Dernhaus correspondía enteramente a la personalidad de Delatour. Enviada la ficha de Dernhaus a Alemania, se descubrió que éste había sido un actor de muy cuarta fila que había sido apartado de muchos rodajes por empecinarse a hacer de detective cuando la película iba de romanos, por ejemplo.
El señor Fregerech, sin embargo, cumplió su condena igualmente, eso sí.

jueves, 18 de abril de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia (y 5)

Le dejaron escapar y no le vieron el pelo nunca más. Y fue él. Mucho se habló durante las visitas de los barcos esclavistas a las costas de Guinea del asunto. El almirante inglés John Stuart Klingonshire hizo incontables servicios a la Corona británica allá por los gloriosos días del siglo XVII, llevando y trayendo mano de obra esclava, enriqueciendo a la Compañía Strepsils de Comercio y a sí mismo. Había llegado a acuerdos con algunos reyezuelos de la zona, -¿porqué se le llaman reyezuelos?- para que éstos fuesen preparando el terreno y el personal, apresando a sus propios vecinos, para destinarlos a la empresa esclavista y entre ellos, hizo especial amistad con el rey Kramy, a quienes sus súbditos conocían como 'El desidioso'. Kramy preparaba de mala gana un cargamento de unos doscientos hombres y mujeres que estaban siempre listos para cuando el barco o los barcos de Klingonshire llegasen para realizar su tarea. El pago que recibía el rey Kramy era el de seguir viviendo, porque Klingonshire no acostumbraba a intercambiar nada, simplemente se plantaba en el poblado, se hacía con el rey de turno y lo mataba si no era de su misma opinión a la hora de colaborar.
Pero, una vez, Kramy, paseando por sus dominios, buscando de dónde podría sacar nuevo personal para satisfacer a Klingonshire, decidió que no iba a proporcionar más hombres al inglés. No por que se hubiera despertado una pasión por la libertad, o porque hubiese conocido a una jovencita encantadora o jovencito encantador que le hubiese robado el corazón y pensara que antes que entregarlo al inglés se enfrentaría a él y... nada de eso. Todo era cuestión de desidia. El rey Kramy, paseando por sus dominios, pensó que, bien mirado, su tarea como rey era demasiado fatigosa, y si ser rey significaba ser un empleado de otro, no merecía la pena seguir. Que viniera el rubio extranjero, que le matase, y ya veríamos si era verdad eso que contaban sobre vidas en el más allá y demás.
Así que el rey Kramy, volvió a su pueblo, reunió al Consejo de sabios y les dijo que le dieran por muerto, pero que eso de trabajar siendo rey, como que no. El Consejo pensó que era una reflexión sabia y elaborada y que Kramy, aunque vago, era una persona profunda y con poso. Pero que el inglés le iba a matar. Sus súbditos, cuando se enteraron de que esa vez no habría capturas, se lanzaron a los caminos alegres y contentos. Kramy se había labrado el cariño y admiración de los suyos. Pero el inglés le iba a matar.
Klingonshire llegó a las costas guineanas de nuevo en el año del señor de 1687 y se dirigió a reunirse con Kramy, que debería tener listo en el recinto indicado, el contingente de esclavos. Allí no había nadie, y tan sólo Kramy esperaba a Klingonshire, ataviado con sus mejores ropajes.
- Rey Kramy, aquí no hay nadie.
- Y a nadie encontrarás. Si quieres, haz tú el trabajo, yo no he de mover un dedo. Soy rey.
El rey comentó además que se arremangase él y que capturase a sus hermanos con sus medios. El inglés no se asustó demasiado e hizo desembarcar a sus hombres, que se desplegaron por el reino e hicieron su trabajo. Una mañana, el inglés, que dormía en una choza rodeado de algunas de las muchachas capturadas, desapareció.
El rey Kramy, temeroso de lo que pudieran hacer los ingleses cuando se enterasen de que su jefe había desaparecido pensó en una estrategia para engañarles, pero por pereza no llegó a ninguna conclusión. Los ingleses preguntaron, buscaron, se enfurecieron, mataron, robaron, descuartizaron, violaron, y arrasaron el pueblo. El rey Kramy desapareció entre la selva.
La Compañía Strepsils de Comercio consideró necesario hacer una investigación para saber qué había pasado con su dorado capitán y envió un nuevo barco, al mando del capitán Orpheus Mctreiner, que buscó y rebuscó a Klingonshire por todo el litoral. También arrasó, decapitó, capturó y mutiló a lo que se le puso por delante, pero no halló pruebas de ninguna manera sobre Klingonshire. O sobre el traidor rey Kramy.
Se dictaminó que la Compañía había perdido a un hombre y que por ende, la Corona no podía sufragar la pérdida de tan valioso capitán al no haberse encontrado el cuerpo.
Y sin embargo, hoy día, en los transistores de Conakry todavía suenan canciones en las que se habla de cómo Klingonshire fue enviado a una pequeña aldea de las montañas, de cómo fue encadenado y condenado a perseguir unos bichitos imaginarios llamados 'klingons' y de cómo si no conseguía apresar al menos doscientos de esos bichitos al día, era penetrado salvajemente con una lanza, diariamente, insistimos, durante un par de horas a cargo de los familiares de los capturados. 'The klingon song', es todo un éxito, pero para los ingleses, que nunca escucharon las leyendas locales, Klingonshire desapareció. Del rey Kramy no se preocupó nadie. Por pereza.

miércoles, 17 de abril de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia (4)

Recientes descubrimientos realizados en el yacimiento romano de Castulo han conseguido desentrañar uno de los misterios de la Antigüedad que más han preocupado a los historiadores especializados durante siglos. ¿De verdad murió Sócrates bebiendo cicuta? Puede que hayan oído en alguna parte o se lo hayan preguntado en el Trivial, ¿de qué murió Sócrates? Y la respuesta correcta es siempre 'obligado a envenenarse bebiendo cicuta'.
Pues bien, el equipo dirigido por el profesor Dieter Menno von Karlsbad, de la Universidad de Scheibestadt, ha determinado que sin saber cómo ni porqué, unos restos hallados en la cercana localidad jiennense de Vilches, la antigua Baesucci, han sido catalogados como pertenecientes, muy posiblemente y a falta de contrastar unos cuantos datos que más bien son unos papeleos sin importancia, como decimos, pertenecientes al mismísimo Sócrates. La conmoción, no tanto en la zona, donde en cuanto pasa el mes de mayo y aprieta el calor la capacidad de conmoción se reduce considerablemente, si no en el resto del mundo, ha sido total.
Sócrates, el famoso padre de la filosofía, perdón, de la Filosofía. El gran pensador de la Historia de la Humanidad, el creador del diálogo como fórmula de conocimiento, el griego universal, una eminencia de proporciones descomunales, ha ido a aparecer en este rincón de Jaén, que, si bien en tiempos de Sócrates ya era una población con un cierto renombre -nos referimos a Cástulo, que incluso vio como Himilce, hija del rey local fue esposada por Aníbal. Fue esposada o como se diga- no se entiende que vino a hacer Sócrates allí.
El profesor Dieter Menno von Karlsbad con dos ayudantes y siete becarios, armados con cepillos, espátulas, escobas, y cuatro o cinco aparatos de alta tecnología de los que salen en los documentales, así como ayudados por incontables paraguas y sombrillas y ropa ligerita más toneladas de crema, han elaborado una teoría que parece plausible, cuando no, cierta completamente.
Sócrates, tras ser acusado de lo que fue acusado y si hay niños pequeños se tapan los ojos y sus padres los llevan a la cama ya que qué hacen levantados a las doce del mediodía (¿?), fue condenado a envenenarse a sí mismo bebiendo cicuta, y aunque sus amigos le pidieron que huyese, él, muy orgulloso, dijo que no, que él cumplía la condena y listos. Y jo jo jo, en el banquete, y ja ja ja, que si qué irónico y qué sarcástico. El caso es que sus amigos realmente no quisieron que Sócrates se muriese y le pusieron un narcótico en la bebida. El pobre y anciano Sócrates quedó desplomado en el suelo, y luego que si el cuerpo se sustituye por el de otro y bueno, eso tantas veces visto de enterrar a uno y luego es otro.
El cuerpo dormido de Sócrates habría sido embarcado hacia alguna colonia griega en el Mediterráneo occidental, arribando finalmente a Gadir. Allí, Sócrates fue reanimado y convencido de que lo ocurrido había sido lo mejor. Que cambiase su nombre por el de Pífano, se hiciese pasar por un griego loco y que olvidase que una vez fue un sabio. Y el nuevo Pífano, el viejo Sócrates, fue vagando por las tierras andaluzas hasta llegar a Cástulo y Baesucci, donde fue acogido como maestro por alguna rica familia local.
Esta es la historia pergeñada por Dieter Menno von Karlsbad, que basa su afirmación de que esos huesos encontrados son de Sócrates en un dato que sólo él y sus dos colaboradores alemanes han apuntado: la presencia de un cartón arrugado que nadie se explica como ha sobrevivido oculto durante dos mil quinientos años o así, en el que aparece el nombre de Sócrates y una figura barbuda impresa que aunque no parece responder a la descripción clásica de Sócrates, allí pone Sócrates y no hay más que hablar. Sobre que el tal Sócrates lleve un balón cosido al pié y luzca la camiseta de la selección brasileña, no dicen nada.

martes, 16 de abril de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia (3)

Son muchas las leyendas que se han ido creando en torno a la figura del mítico bluesman Alphonsus King Lesterfield, conocido como Al Lester, y sobre todo sobre su increíble desaparición. Al Lester, como otros grandes músicos del género, nació en una humilde familia del estado de Mississippi y se crió a cargo de su padre, un trabajador de los ferrocarriles ya que su madre murió a los dos años de nacer el que luego sería afamado músico. Por resumir sus primeros años, trabajó al lado de su padre en los ferrocarriles hasta que su habilidad con la guitarra y su tremendo carisma personal -dicen que era guapo como un demonio- le llevaron a actuar con sólo 16 años por los tugurios de los pueblos del Estado y finalmente, en el año del señor de 1932, actuar en el mismo Biloxi en un garito llamado 'The Guilty Cogomber', con gran éxito.
De ahí pasa a Jackson, con los años a Chicago y se convirtió en uno de los grandes pioneros del Blues, cuya vida fue inmortalizada en la película 'Cuerdas Rotas', de tan gratos recuerdos y espectacular banda sonora.
Sin embargo, queda por aclarar su muerte. A la edad de 73 años, se dice que Al Lester, dentro de la más rancia y tópica leyenda del blues, se topó a la salida de un concierto en una prestigiosa sala neoyorquina con una figura mefistofélica que, efectivamente, resultó ser el mismo Diablo, que venía a pedirle lo que era suyo y que una vez le reclamara en una estación de tren, cuando el Diablo se apeó y al ver al chico Alphonsus tocar la guitarra le propuso que un día le entregara su alma a cambio del éxito. El Diablo le arrebató el aliento a Al Lester y murió en un callejón. Los médicos decretaron que había muerto de causas desconocidas, y la leyenda creció. Otro bluesman víctima de los manejos con el Demonio.
Pues bien, el reputado detective de la Gran Manzana, Valentino Santopietro, que pasaba por ser también un gran aficionado al blues, se propuso investigar las causas de la muerte de uno de sus ídolos y después de unos meses de arduas pesquisas, durante las cuales de forma asombros jamás llegó a pisar el Estado de Mississippi, llegó a la conclusión de que Al Lester había sido envenenado por un miembro de su banda, el fallecido por aquel entonces Robert Johnson, batería para más señas, que, siempre envidioso con los éxitos del líder de la formación no había digerido que en un último acto de pavoneo, se hubiera intentado ligar a su propia pareja, la corista de la banda Doralita Sampson.
Y así quedó para los restos, como que Al Lester había sido víctima de los celos y las envidias de la música y el nombre de Robert Johnson quedará siempre marcado por haber terminado con la vida de un auténtico genio que, todavía a los 73 años era capaz de actuar durante tres horas seguidas, electrificando su sonido hasta niveles pavorosos para lo que se estilaba en el género y siendo un auténtico titán en escena.
Sin embargo, cuentan las lenguas interesadas, que un personaje vestido con un traje bastante llamativo, de color rojo, y tocado con un bombín, se bajó de un tren en una perdida estación de Mississippi y al escuchar a un grupo de jovencitos hacer experimentos en un garaje con unos platos de tocadiscos y un micrófono, les propuso un trato.

lunes, 15 de abril de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia (2)

¿Quién tiró al río Támesis a Florinda Doolittle? La misteriosa desaparición de Florinda Doolittle llevó al detective Charles Coolprett a llevar a cabo una investigación que le condujo a asegurar y demostrar que había sido Teresine Salisbury quién asesinó y tiró al río a quién hasta entonces había sido su compañera de vivienda. Sin embargo, no fue ella, sino que fue Aureliana Pancoamor, ama de llaves, sirvienta y mujer para todo de la casa, quien fue la culpable. ¿Cómo fue que el detective Coolprett equivocó su investigación y Aureliana Pancoamor vivió apaciblemente el resto de sus días como si aquí no hubiera pasado nada y Teresine Salisbury fue ahorcada sin remisión en un radiante día de la primavera de 1897?
Por los prejuicios, sin duda.
Charles Coolprette guardaba un irracional, un enfermizo asco a la clase de personas que representaban tanto miss Teresine como miss Florinda. Ambas eran una pareja de viudas que, tras la defunción del marido de la señora Doolittle, vivían juntas en una coqueta y estilosamente decorada casita en un especialísimo y recoleto barrio londinense. Ambas eran remilgadas, educadísimas, pasaban el día recibiendo a amigas y amigos con los que departían sobre la situación de la sociedad, el estado de la cuestión, cotilleos de la sociedad bienestante, asuntos de la vida cultural, nuevas iniciativas destinadas a la regeneración de la cada vez más, ay, denigrada vida de los trabajadores, y todo lo hacían entre almuerzo, comida, té, pastas, cenas frugales y casi sin salir de casa. Cuando se descubrió que un día miss Florinda había desaparecido y que su cuerpo apareció flotando en el Támesis cinco millas más abajo, la policía encargó la investigación a Charles Coolprette, que amén de haber sufrido un revés amoroso de tres pares por parte de una linda muchacha descendiente de los Chiffonsworth y un cierto interés por ideas que proclamaban el amor por los trabajadores y la emancipación de las masas, provenía de un barrio obrero también de Manchester y no simpatizaba con el estilo, la clase, los ademanes y la clase (si, otra vez) de la Doolittle y la Salisbury.
Sea como sea, su investigación consistió en una serie de interrogatorios a diversos amigos de la pareja, de los cuales, Coolprette fue extrayendo la conclusión de que, bajo esa capa espesa de buenos modales, vocabulario rebuscado, saber estar y té a las cinco, había una cierta inquina, irónica si se quiere, de los amigos y especialmente de la Salisbury -que a fin de cuentas estaba viviendo de prestado allí- hacia la pobre Señora Doolittle.
Cuando interrogó a la Salisbury, Coolprett había llegado a su límite tolerable de meñiques levantados, monóculos, orden, palabras medidas y buenas maneras, por lo que fue sonsacando de cabeza cada vez más con más agresividad a la pobre señorita Salisbury, soltera, de unos 67 años, natural de Alberta, en el Canadá, pero residente en Londres desde los 20 años, cuando se enamoró de un oficial del Ejército y estuvo a punto de dejar en muy mal lugar a su familia provocando un escándalo ya que el oficial estaba casado, pero al final nada.
Teresine Salisbury, a la pregunta '¿entonces usted la lanzó por el río no?', respondió que 'oh, señor, no pensará usted que puedo yo cargar un cuerpo durante los 450 metros que separan la casa del margen del río y lanzarla por el puente siendo una dama como yo...'. No necesitó más detalles, precisamente por haber dado demasiados detalles.
Al mismo tiempo, la criada española de las señoras, Aureliana Pancoamor española de Orense, iba sirviendo tés, pastas, limpiando el polvo a los muebles y colocando en su sitio las sillas por las que iban pasando los interrogados mientras mascullaba 'fillos de puta toudos'.
La casa fue vendida a los Spanglerson, unos americanos de Oklahoma que habían hecho fortuna con el petróleo y mantuvieron a Aureliana en el servicio hasta que falleció a los 87 años tras un viaje a ver a un familiar durante la travesía de vuelta.
En fin.

miércoles, 10 de abril de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia

La Agencia Monder et Lironder se funda en París, la misma París que verán ustedes en películas, reportajes y todo tipo de documentales sobre París, allá por el lejano año del 1723. La Agencia la forman Jean Jacques Monder y su viejo amigo de la infancia y compañero de seminario Cedric Lironder, tras haber pasado ambos por la policía estatal y haber sido expulsados del cuerpo por haber incurrido en una serie de errores en una investigación que les condujo a pensar que el mismísimo rey Luis XIV seguía vivo, cuando todo el mundo sabía que ya hacía años que había fallecido, que reinaba otro rey, que todo el mundo podía ubicar su tumba y mausoleo y que no era posible, vamos. Pues ambos, Jean Jacques Monder y Cedric Lironder presentaron un informe a su superior, el prefecto Facillon, con la insensata teoría de que, el traspapelamiento de unos documentos muy valiosos se debía a que un personaje de alta alcurnia los había sustraído, siendo este personaje el mismísimo Rey Sol, que no había muerto y que vivía en una isla del Canal de la Mancha rodeado de un lujo y una longevidad que no eran de este mundo y desde allí, junto con otros monarcas fallecidos o falsamente fallecidos, como Felipe II, Carlomagno, o el mismísimo emperador Augusto, regían los designios del mundo. Y el caso es que los documentos que presentaron eran de una lógica aplastante, con sus datos, sus investigaciones, sus pesquisas y sus interrogatorios. Testimonios, pruebas documentales, todo estaba la mar de claro, pero las conclusiones eran del todo inverosímiles.
Expulsados del cuerpo montaron su propia agencia al servicio de quiénes tuvieran alguna duda, alguna sospecha, algún asunto que les reconcomiera o les perjudicase. Y un día, el comerciante De Rumière se presentó en su oficina, situada en un cuartucho sobre una taberna junto al mercado de abastos para pedirles, con muy malos modos, que:
- Yo tengo una hija en el Quebec que se ha fugado con un oficial de nuestro Ejército, pero tengo la sospecha de que no se ha fugado y sigue aquí, en Paris, y no está con un oficial, que a mí ya me estaría bien, sino que está conviviendo con otra mujer exnovicia en un barrio del arrabal. Encuéntrenla y eliminen a la exnovicia, les pagaré lo que convenga en estos casos.
El comerciante De Rumière poseía un próspero negocio de importación de palmas de las posesiones coloniales y había hecho un buen capital, aunque pesimista como era, consideraba que las cosas no pintaban nunca bien y que su hija mejor hacía fugándose con un capitán que no esperando a que el negocio lo heredase el pintas de su hermano pequeño o bien cualquier petimetre que le ofreciese matrimonio.
Monder y Lironder se pusieron manos a la obra y recorrieron primeramente todos los arrabales de la ciudad. No encontraron respuesta alguna y la joven Polypelène no fue hallada donde el comerciante presumía. Bueno.
Sólo quedaba establecer contacto con otras instancias del reino francés y en todo caso, establecer alguna comunicación con el Quebec y si no quedaba otro remedio, viajar hasta allí a ver qué.
Reunidos Monder y Lironder para sopesar las distintas posibilidades, acudió a su despacho un joven que decía tener noticias sobre la joven Polypelène. El joven, con ronchas en la piel, desdentado y un pelo ceniciento y escaso, decía que la joven Polypelène se había prendado de él durante una visita al mercado, donde él trabajaba de mozo vigilante en un puesto de casquería. Y que Polypelène estaba refugiada en un matadero cercano a París, donde ambos vivían una preciosa historia que tendría un bonito fruto en unos meses porque la bella estaba embarazada. Caramba.
- Ya está el caso resuelto, muchas gracias caballero, informaremos a su padre de esto.-dijo Monder, y le dio la mano al joven que se retiró esperando a que el comerciante De Rumière le aceptase como yerno.
Pero oh, providencia, justo cuando Monder y Lironder se encontraban camino de la casa de De Rumière, un caballero se cruzó con ellos para informarles que el comerciante De Rumière acababa de morir y que miren ustedes qué pena.
Así que Monder y Lironder se volvieron a su oficina, dieron el caso por terminado y resuelto, y nadie volvió a ver a la joven Polypelène. Dos años después de estos hechos, una carta llegó a la Agencia Monder et Lironder en la que la señora de Fruslerie, de soltera De Rumière, daba constancia de que estaba viva y coleando en Quebec, pero esa carta llegó justo cuando hacía un mes que Monder et Lironder ya no trabajaban como detectives y habían puesto un puesto clandestino de contrabando de pañuelos bordados cerca del mismo mercado.