miércoles, 28 de enero de 2015

El regreso

Aquel día, como muchos otros días, no tenía ganas de volver. Pero emprendí el camino a casa bajando por la misma calle por la que no quiero subir y nada más doblar la esquina quise saltar la valla que separa aquel recinto al que no quiero ir nunca y que aquella noche se me apareció como apetecible. Sin encomendarme a dios ni al diablo, y haciendo gala de una agilidad que jamás tuve, me encaramé encima de la valla y justo cuando iba a dar el paso decisivo para entrar en el recinto, me contuve y pensé que quizás alguien en algún lugar hubiera conectado la cámara que vigila los recintos del mundo y me iba a ver. Siempre me pasa que creo que todo el mundo me ve hacer lo que no debo hacer y que, sin embargo, no ve lo que hago bien. No había bajado de la valla, pensando que debería haberla saltado, cuando pensé en no bajar por la calle y subir hacia arriba, por otra calle, preciosa, tan bonita que no parece de aquí y entrar en la Iglesia en la que finaliza y ponerme a gritar y saltar y cantar en su interior. Y que tuviera que venir el párroco, el capellán, o el que se encargue de estos asuntos y me tuviera que consolar y yo tuviera que explicarle qué es lo que pasa. Pero me puede la vergüenza a veces y, además, yo ya tengo amigos a los que explicarles las cosas y eso de hacer un número con la curia no me apetece. Pero pensado, estaba pensado. Bajar por la misma calle, en esa intersección, no sirve de nada, vas a parar a una serie de calles que van y que no van. Es mejor seguir el regreso por el camino cierto y recto que lleva hacia el lugar que me acoge y no me da calor si no es con una estufa tan miserable que no dan ganas más que de salir corriendo otra vez para arriba. Y ese para arriba no es. Voy a bajando y hay bares a los lados, pero son bares bien, con gente que no está pasándolo mal, o yo no lo sé, porque no pregunto y suelo ir con la cabeza baja y mirando a los lados. Bajo pero la cuesta es suave, no hace falta correr, voy tranquilamente andando, dando muestras de serenidad, hasta que los monstruos más espantosos aparecen por donde debería sonar la música. Aparecen unos monstruos horribles en un momento. Aparecen unas bestias espantosas. Están acechando en la puerta del recinto musical. Están ahí. Son unos monstruos que dan mucho miedo. Digo esto porque por algún lado deben salir los monstruos, y en realidad, en verdad, no hay monstruos. Son monstruos que me imagino que están porque un poco más abajo hay otra calle que lleva a donde están todos los monstruos de verdad, mis monstruos. Los monstruos que abandono y que me atraen. Los monstruos que no busco. No les quiero hacer caso. No quiero pasar más por ahí, no quiero estar más ahí y por eso me imagino unos monstruos distintos que me hagan apretar el paso. Rápido. Deprisa. he salvado a esos monstruos y no he escuchado los cantos de sirena de los monstruos de verdad. Qué mala pata utilizar cantos de sirena en estas condiciones. Que el regreso sea propicio en aventuras y experiencias. Que el regreso te haga olvidar porqué vuelves. El regreso continúa y hay una tienda tan dulce que es mejor no parar porque de lo que se trata es de olvidar porqué vuelves. Y hay un camino, un camino más que te llevaría a otro lugar antiguo y cálido, donde también hay una música que tiene una introducción a la guitarra y que nunca sabrás de dónde viene ni quién la hizo. Está ahí y ahí se va a quedar. Volverás a ese lugar, otro día, quizás, mañana. Nunca más. Así. El regreso que no cesa. Volver tranquilamente, como si no pasara nada. Que nadie note que estás volviendo. Tú nunca estuviste allí. Tranquilamente. Subiendo, casi al final del tramo elegante de esa calle, se encuentra un lugar que no frecuentas, pero que una vez, sólo una vez, esa vez, fue importante. Es importante. Nunca has vuelto. Sólo una vez y no te pasó nada. Pero ahora sabes que si ahora volvieras a entrar, una dama con una espada fría y plateada te cortaría el cuello sin pestañear. Abrirías una puerta y antes de saber cómo se abre la segunda, no tendrías cabeza nunca más. Debes evitar la tentación de entrar y dejar que te corten la cabeza. No hay peligro, está todo cerrado, pero sabes que con tu mano puedes hacer que tocando la pared todo vuelva a abrirse. Que todo vuelva a relucir, a resplandecer, tienes la luz en la mano. Puedes hacerlo y sin embargo prefieres volver. Es que tienes que regresar. Bajando tranquilamente por la calle. No puedes dejar de pensar que en ese lugar pasó algo que nunca más volverá. Porque la dama con la espada te está esperando. Quizás aquel día la dama te cortó la cabeza y ya no la has vuelto a recuperar nunca más. Entraste de nuevo hace poco tiempo y no utilizas los tiempos verbales como debieras. Entré un día y no pasó nada. Sigo sin tener cabeza. No me la pueden cortar tantas veces. En ese final de calle hace tanto frío que alguna vez has pensado en quedarte en el medio de ese cruce de caminos, no esperando al diablo, al diablo satán, esperando más bien al vecino que mira para ver si es cierto que estás esperando a alguien, esperando de nuevo a ese vecino que mira y remira porque no puedes estar ahí sin estar esperando a alguien. La memoria del porvenir. Nostalgia del porvenir, carteles fascistas, carteles por todas partes. Los carteles son bestias salvajes. Los carteles, mejor no mirar ya ningún cartel. Los carteles son los peores monstruos que existen. Los carteles con señores con mono y con bigote, con recriminaciones, con alardes, con alergias, con anuncios, todos los carteles son monstruos espantosos, los peores monstruos, casi peores que las bestias que se encierran en aquel edificio, ese edificio. Los carteles te obligan a volver y tú quieres regresar. Aquel día yo quería regresar. No sé a dónde. Estaba regresando a mi casa, ahora lo recuerdo. Estamos buenos. Estamos muy bien. Vamos a pasar por delante de más lugares que nos obligan a regresar. Este disco que suena ahora me da suerte. Con este disco siempre subo para arriba, pero toca bajar hacia abajo. Este disco me da mucha suerte. Si me lo pongo, si suena de nuevo al azar, significa que todo va a volver a estar de aquella manera. La salud es lo que importa, eso es lo que debe quedar claro. La salud es importante. Una calle más, y ya casi estaré a salvo. No podré volver a subir. Tengo que seguir el camino de la salud. Y entonces, aquel día volvió a ocurrir, bajando por la calle que nos hizo lo que somos, por la calle fundamental en esta historia, la calle culpable por excelencia, la calle más trascendental que existe en todo el pueblo, en todos los pueblos, un nuevo espacio para la expresión artística y corporal. Texto, cara, cuerpo, telón de fondo de todo. Salieron unos cuantos jóvenes disfrazados de pulpo y me dieron una paliza. Aquel día. Me la dieron entre todos. Disfrazados de tigre, de pulpo, de cubanos, de arquitectos, de todos los personajes del cómic, me dieron una paliza. Fue aquel día y son todos los días. Cuando llego a la calle del crimen es posible que la canción del disco que trae suerte se haya acabado. Si emprendes el regreso, pide que el camino sea largo. Hubiera preferido otra cosa, la verdad.  

3 comentarios:

  1. Ay, monsieur, solo hay una cosa peor que no tener cabeza, y es no saber si se tiene o no. Da la impresión de que ha vuelto a Santaco, pero también que anoche debió de tener una pesadilla de esas que no se van ni al despertar.

    Feliz día

    Bisous

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  2. Claro, la cámara que vigila todos los recintos del mundo es... Diosssssss.
    Ay, la conciencia!

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