lunes, 19 de enero de 2015

Julián Batort

Situémonos en el espacio y en el tiempo. Concretemos de una vez lo que tenemos que concretar. Por una vez, que el relato esté bien situado en alguna parte. No hagamos como siempre y, esta vez de verdad, seamos capaces de ubicar de manera estable lo que contamos en un lugar. Y en un tiempo. Todo a la vez. Porque ya es hora de que contemos lo que tenemos que contar con un poco de rigor. Rigor en el tiempo y en el espacio. La historia que vamos a contar a partir de hoy mismo se sitúa en un espacio muy concreto. Basta ya de hacer deambular a los personajes por diversas geografías y hacerles saltar en el tiempo de aquí para allá, como si no hubiera nunca un orden ni un concierto. Como si las reglas no estuvieran delimitadas y marcadas. Como si todo valiera. Y no todo vale. Tiene que haber un principio, un sitio en el que empezar, un lugar donde las cosas pasan. Y el tiempo tiene que estar fijo. Empezar aquí y acabara allí. Pero no muy lejos. Que por muy lejos que vayas la historia no va a ser mejor. Y el tiempo no puede ser infinito. O dar la vuelta. O ir en espiral. Que otros se esfuercen en retorcer las manijas del reloj hasta que el lector quede tan altamente sorprendido que se pierda más en el artificio que en lo que se cuenta. Los hechos. Esos hechos ya aparecerán. Pero no comencemos a distraernos con cosas que pasarán o que no pasarán. No empecemos. La tentación, qué grande es, de contar ya algo, de proponer alguna anécdota que nos haga soñar, sonreír, temer, llorar. No. Un marco. Un esquema claro. Por una vez. El relato tiene que ser de una vez algo ajustado a derecho. Asible. Y si, ya que estamos, pudiéramos de una vez utilizar un lenguaje algo más claro, sin tanto uso de términos que sabemos que no va a entender todo el mundo pero que nos sirven para separarnos de la masa... si pudiera. Si yo supiera. Lo intento, lo saben, saben que lo intento. Saben que yo lo intento denodadamente. Denodadamente, no escarmiento. El espacio y el tiempo, eso es. Eso es lo que hay que dejar claro ya de entrada. Que sepamos dónde estamos, de dónde estamos hablando, de dónde es, de dónde come, de dónde respira, de dónde se nos enamora, de dónde se nos va a morir. Son muchos de dónde. Es retorcido de nuevo. No son muchos, es uno. Va. Espabila. El tiempo, cúando es. Cuándo pasa. Cuándo y hasta cuándo. Eso debe quedar muy clarito y debe estar resuelto antes de que lleguemos al final. Al final no podemos llegar porque todavía no tenemos claro el marco. Trabajo. Trabajo en ello. Estoy pensando. Lo tengo ya casi decidido. Porque es algo muy importante. Es lo fundamental. Intentar que esta vez no me pase lo de siempre. Eso de empezar en un sitio y cansarme. Eso de que pase una cosa y en realidad esté pasando otra. Ya basta. Ajustémonos a lo que tenemos. Sé consciente de tus limitaciones. Que la historia cuente algo que sea de verdad. Algo que se ajuste. De verdad. Porque se empieza a cansar uno de jugar al despiste. A lo raro. A lo que no tiene orden. Si siempre se espera de ti que ocurra algo imprevisible, te conviertes en previsible. Yo no quiero ser previsible, querido lector. Yo quiero sorprender siempre. Y sorprender siendo normal. Ahora sí. Ya lo tengo todo. Creo que estoy listo para comenzar.
Nos encontramos a mediados del siglo XIII, concretamente en el año del Señor de 1253. Julián Batort es un triste viudo que vive miserablemente en San Salonio, Huesca.
Y no sigo porque me veo venir.

2 comentarios:

  1. Me encanta la pintura, me situo.

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  2. Bueno, yo lo he dado a carcajadas de principio a fin. Me encanta su marco, monsieur. Este relato es muy suyo, no cabe duda.

    Feliz comienzo de semana

    Bisous

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