¿Qué podemos sacar en claro de todo esto? No lo sé. No me molesten con preguntas. Estoy en trance. Lo he vuelto a hacer, he vuelto a colocarme en ese estado en el que hace tiempo me gustaba permanecer y que, por la vorágine, no he podido volver a alcanzar. Ese estado en el que el tiempo pasa y siente uno un calorcillo en las sienes y una especie de estar sin estar que le pone a uno por encima del bien y el mal. No me molesten con más preguntas. No pienso mover una pieza. Que me den la partida por perdida. Era eso ¿no? Era eso a lo que íbamos. A perder la partida sin mover una pieza. Sin haber hecho un solo movimiento. Se espera de nosotros que, con las piezas en el tablero, las movamos, las situemos, nos debatamos entre seguir tal o cual estrategia. Que plantemos cara, que no nos rindamos nunca. Pero lo más terrible que pueda pasar es que nos neguemos, que nos quedemos mirando el tablero y pensemos que con nosotros no va. Que otros se devanen los sesos. Que perder, vamos a perder igual, así que porqué vamos a perder el tiempo perdiendo además pelo, tiempo y dinero. No me he lavado el pelo hoy, lo tengo pringosete, y qué. Qué se espera de nosotros. Que salgamos siempre limpios de casa. Que no busquemos en las basuras. Que busquemos en las basuras. Que removamos el tablero para que todo tenga un nuevo sentido. No pienso jugar más. Pienso perder todas las partidas. Pienso suspender sin presentarme al examen. Me he puesto un traje claro, me he puesto una corbata que parece que son las medias de una mujer, como unas transparencias, me he dejado el pelo sin peinar. Me he puesto frente al tablero y he decidido no jugar. No quiero participar más de este juego. Lean la última frase. Menuda soplapollez. Estoy en el juego y hago como que no estoy en el juego. Como si me mantuviera al margen. Vestido de colores claro y con el pelo aceitoso. Como si no tuviera nada que decir ni que hacer. Me toca mover o le toca mover al otro. Esta vez ni siquiera me he fijado contra quién juego. Esta partida no saldrá en ningún resumen de las mejores partidas. Tampoco en el de las peores. Saldrá en mi biografía como la partida del día en el que se volvió loco y dejó de jugar. Seguro que cuentan algo así, truculento, sórdido, un nuevo ídolo que se derrumba. No tienen ni idea. No quiero participar más en este juego. Pienso decírselo a los periodistas en cuanto me pregunten. Me encuentro tan bien aquí. Pensando en nada. Hoy no hace ni la mitad de frío. Se está bien aquí haciendo nada. Siendo nada. Ojalá durara siempre. Que se jodan, voy a mover. No.
viernes, 29 de diciembre de 2017
Karpov
¿Qué podemos sacar en claro de todo esto? No lo sé. No me molesten con preguntas. Estoy en trance. Lo he vuelto a hacer, he vuelto a colocarme en ese estado en el que hace tiempo me gustaba permanecer y que, por la vorágine, no he podido volver a alcanzar. Ese estado en el que el tiempo pasa y siente uno un calorcillo en las sienes y una especie de estar sin estar que le pone a uno por encima del bien y el mal. No me molesten con más preguntas. No pienso mover una pieza. Que me den la partida por perdida. Era eso ¿no? Era eso a lo que íbamos. A perder la partida sin mover una pieza. Sin haber hecho un solo movimiento. Se espera de nosotros que, con las piezas en el tablero, las movamos, las situemos, nos debatamos entre seguir tal o cual estrategia. Que plantemos cara, que no nos rindamos nunca. Pero lo más terrible que pueda pasar es que nos neguemos, que nos quedemos mirando el tablero y pensemos que con nosotros no va. Que otros se devanen los sesos. Que perder, vamos a perder igual, así que porqué vamos a perder el tiempo perdiendo además pelo, tiempo y dinero. No me he lavado el pelo hoy, lo tengo pringosete, y qué. Qué se espera de nosotros. Que salgamos siempre limpios de casa. Que no busquemos en las basuras. Que busquemos en las basuras. Que removamos el tablero para que todo tenga un nuevo sentido. No pienso jugar más. Pienso perder todas las partidas. Pienso suspender sin presentarme al examen. Me he puesto un traje claro, me he puesto una corbata que parece que son las medias de una mujer, como unas transparencias, me he dejado el pelo sin peinar. Me he puesto frente al tablero y he decidido no jugar. No quiero participar más de este juego. Lean la última frase. Menuda soplapollez. Estoy en el juego y hago como que no estoy en el juego. Como si me mantuviera al margen. Vestido de colores claro y con el pelo aceitoso. Como si no tuviera nada que decir ni que hacer. Me toca mover o le toca mover al otro. Esta vez ni siquiera me he fijado contra quién juego. Esta partida no saldrá en ningún resumen de las mejores partidas. Tampoco en el de las peores. Saldrá en mi biografía como la partida del día en el que se volvió loco y dejó de jugar. Seguro que cuentan algo así, truculento, sórdido, un nuevo ídolo que se derrumba. No tienen ni idea. No quiero participar más en este juego. Pienso decírselo a los periodistas en cuanto me pregunten. Me encuentro tan bien aquí. Pensando en nada. Hoy no hace ni la mitad de frío. Se está bien aquí haciendo nada. Siendo nada. Ojalá durara siempre. Que se jodan, voy a mover. No.
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