lunes, 7 de marzo de 2022

Una nueva reflexión sobre la izquierda


La verdad es que nada me hace más feliz que saber que tengo una opinión sobre todo lo que está pasando y que la puedo exponer de manera extensa en este espacio. Porque una de las cosas que más me han interesado desde siempre, han sido los distintos avatares sobre los que se ha ido moviendo lo que podríamos llamar la izquierda. El mero hecho de considerar el tema de la izquierda como un tema, hace que mis días y buena parte de mis noches se consuman trazando estrategias, proponiendo acciones, diseccionando cada una de las palabras, quién es quién, a qué obedecen los movimientos, esa declaración, porqué aquel publica tal noticia o porqué el otro se niega a retuitear a tal. Vivir en la izquierda no es apto para un colectivo demasiado amplio de personas. Por eso, quizás, la izquierda es un poco lo que es, porque lo que llamamos la verdadera izquierda requiere de un caudal de tiempo, espacio, posibilidades, energías, resistencia, autoestima, ego, retorcimiento, ausencia de empatía, camaradería, retórica, escrúpulos o no, lo que sea, que lo hace indudablemente inalcanzable para el común de los mortales. La gente, lo que anhelamos salvar, redimir, ayudar o al menos intentar conocer, se encuentra en planos de nuestra realidad muy distantes. La gente, la clase trabajadora, lo que podríamos llamar el sujeto al cual nos debemos si es que se me permite hacer una composición con esas palabras dichas así aún a sabiendas que no soy digno de hacerlas, el pueblo, parece que nos mire con curiosidad. Dicho esto y puestos todos en situación, la reflexión viene a cuento de la nueva disputa que existe entre los distintos matices del pacifismo y la gradación de la responsabilidad en la acción de gobierno. O dicho de otra manera, nuevos motivos para buscar la manera de. Son motivos como otros cualquiera, pero en esta ocasión son ciertamente llamativos ya que, quién iba a pensar que íbamos a estar discutiendo o evaluando las consecuencias de una invasión rusa de Ucrania. Piénsalo otra vez. Desde hace dos semanas, somos testigos en principio y por suerte únicamente testigos, de una guerra entre dos países que yo creo que jamás pensamos que podríamos ver. De repente, me ha entrado como un cansancio. De repente, viendo o saltando de un sitio a otro, consultando alguna noticia, me ha vuelto a entrar un desasosiego, una especie de tristeza infinita. Lo que pretendía ser un análisis o una pajarada sin más sobre todo lo que nos lleva durante estos días a dirimir la lucha por un espacio a través de conflictos ajenos, se va a convertir en nada otra vez. Debe ser la cuarta o quinta vez que intento hacer un texto aunque sea mínimamente de coña con el tema de la izquierda y las cosas. Y no me sale. Acabo viendo que esto, la guerra, el conflicto bélico, está sacando a flote cosas que pensábamos olvidadas, o soy yo que le doy demasiada importancia a lo que unos grupúsculos pueden llegar a hacer. Grupos pequeños. Gente que está como escondida. La guerra. La izquierda y la guerra. No a la Guerra. No a la Otan. No a los americanos y no al capitalismo, por supuesto. No a todo eso. Pero la izquierda en el Estado no está hablando de esto concretamente. Estamos hablando de otra cosa. Estamos reconfigurando muchas cosas a lomos de una amenaza nuclear. Como en los viejos tiempos. Mientras tanques avanzan de un lado y de otro, sacamos a relucir los libros gordos de Petete para señalar dónde estamos nosotros y dónde no vamos a estar. Bueno. Como sea. Por enésima vez. Palabras que se repiten texto tras texto y reflexiones que solo sirven para hacer tiempo. Esperar. Esperar a que suceda algo que aclare de nuevo el panorama. Una nueva redefinición y estar en el sitio. Y que otros no se acoplen al sitio. Que ya va siendo hora de irnos de la casa común de la izquierda. La izquierda. Hablemos de la izquierda. Por cierto, la gasolina a 2 pavos. Y la luz yo ya ni sé. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario