domingo, 23 de noviembre de 2025
Sobre la revolución - Hannah Arendt
Los días previos a que llegara el final del libro Sobre la revolución, yo ya había establecido las líneas generales de mi crítica. Llegado a la página 400 aproximadamente, de un libro de 467 páginas, el libro no daba lo que prometía y no me había ilustrado sobre lo que yo buscaba cuando vi la tapa, con una ilustración referente a la Revolución rusa o a la sinopsis que aparecía en la contratapa, en la que se hablaba de una obra que versaba o ilustraba las tres grandes revoluciones: la americana, la francesa y la rusa. Y de la rusa, hasta entonces, hasta la página 400 y pico, no se habla. Hasta que de repente, se habla. Y Hannah Arendt descarga sobre la Revolución rusa tan solo una crítica, pero una crítica contundente. Y es una crítica que es tan sangrante que le basta y le sobra para darle sentido a lo que se nos dice y a lo que, al final, parece ser el corolario de un libro, de una propuesta, que habla de la revolución, de las revoluciones, de las revoluciones que nosotros pensamos, las revoluciones que creen que deben ser los revolucionarios, las revoluciones que están haciendo los que hacen la revolución, en definitiva, las diferencias y las realidades entre lo que debe ser una revolución y lo que terminan siendo. No es un libro sencillo. Otro de mis puntos fuertes a la hora de establecer un guión para hacer esta crítica era el de señalar lo difícil que es este libro. No es un tratado divulgativo sencillo, es una obra compleja sobre el fenómeno revolucionario desde un punto de vista teórico, pero también fundamentado en la realidad. Una realidad que supera lo que se planifica en los papeles, lo que los sabios pontifican y lo que queremos creer los que nos decimos revolucionarios. Así, a grosso modo, Arendt nos dice que de todas las Revoluciones, la americana es la que podríamos calificar como más exitosa. Si no consideramos el hecho de que mantener la esclavitud es un gran qué, de lo que se trataba en esa revolución, que no era sino terminar o culminar una obra o una manera de hacer que ya se establece desde que los pioneros del Mayflower van en el barco, se termina consiguiendo. Y una vez que se consigue, se procura que no exista más. El influjo de las ideas de la Revolución americana, parece terminarse en la propia revolución. No puedo, ni aunque quisiera, entrar en las consideraciones sobre qué es lo que se busca cuando se hace la revolución y el porqué. Qué se quiere. La felicidad, la libertad, la justicia social... podríamos nosotros, con una inteligencia o con un índice de revolucionariedad básico, pensar que todo y todo a la vez, son los motores que mueven y desatan una revolución. Pero para Arendt, las revoluciones se joden cuando se busca la justicia social, cuando se trata de arreglar el tema social, las injusticias sociales basadas en la erradicación de la miseria. Porque eso implica que entran en escena actores que no compatibilizan sus aspiraciones con las que, teóricamente, fundamentan una revolución. Y es así que para dominar a esos actores y que no... las revoluciones pierden su sentido. Si la revolución americana se acerca al ideal, la revolución francesa es un modelo revolucionario que fracasa, fracasa mucho y fracasa tan bien que es el modelo que se coge de referencia para todas las revoluciones. También la rusa. El análisis que se lleva a cabo de la revolución francesa y especialmente del período jacobino, del Terror y de Robespierre, es demoledor. Pero es demoledor porque, en definitiva, no podría ser de otra manera al plantearse unos objetivos concretos que superan a lo que se puede aspirar, más aún si lo que se lleva a cabo es la supresión de lo que es verdaderamente revolucionario. Y es aquí, cuando se habla de la revolución rusa, cuando Arendt nos da la luz. Lo revolucionario es lo que surge de manera libre, espontánea, como manera de organizarse absolutamente nueva. Hacer una revolución para llegar al poder, un poder que ya estaba y que ya estaba constituído, no sirve para nada más que para colocar a otra gente en puestos de poder, otra gente que no estaba. En cambio, son las formas organizativas que surgen para organizarse porque hay una revolución, porque son revolucionarias, las que dan sentido a la revolución misma. Y siempre acaban reprimidas. O no se llegan a organizar, como sucede en la revolución americana. Se reprimieron en la revolución francesa y de la misma manera los soviets perdieron su sentido original al ser adoptadas por el partido bolchevique. Al menos, esto es lo que nos dice Arendt. Y yo no soy Hannah Arendt. Ni siquiera soy capaz de interpretar correctamente lo que nos quiere decir Arendt, supongo. Quién hace la revolución, porqué motivos, qué constituye una revolución, qué constituye el nuevo poder, quién legitima ese poder (otra de las líneas argumentales que iba a seguir para la crítica era comenzar con un 'Dios me bendiga por haber acabado el libro', siendo Dios el elemento que da legitimidad a mi obra, y así todo), tantas cosas que te parece al leer que asambleas, reuniones, comisiones, plataformas, nos quedamos tan lejos de lo que tenemos que objetivo que nos podría desanimar hasta caer en el conformismo. Es tan difícil ser revolucionario, que mejor no comenzar ni a planteárselo. O sí. Porque Arendt no nos dice que no hagamos nada. O al menos, no me lo ha dicho a mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario