martes, 9 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XI

Acodado en la barandilla de proa del barco que le llevaba hacia América, Antas Nekermann se daba cuenta de que no se encontraba bien. Analizaba lo siguiente. El cambio que se produce en la persona cuando viaja es proporcional al cambio que supone el viaje en si. Tengo la cabeza puesta en otra cosa, pero me he comprometido a contar la historia de Antas Nekermann y ahí estoy. Viajas. Cuando viajas puedes hacerlo por placer o por obligación. Si es por obligación, puede que te suponga una alteración completa de tus coordenadas vitales. Por eso, lo más normal es que durante el viaje te sientas como el mismo demonio de mal. Y eso es lo que le estaba pasando a Antas Nekermann. El viaje a América no iba a ser cualquier cosa, suponía muchos cambios. Cambios. Alteraciones. No. No había podido ser. La agente infiltrada no había consentido en acompañar a Antas Nekermann a su exilio. Normal. Y él aún se preguntaba porqué, no sabía qué había podido fallar. Es igual. Ya es tarde para lamentarse. Está en el barco y está mirando la inmensidad del mar. Se siente mal. Se encuentra mal. Desde que embarcó se ha sentido mal.
El mar. ¿Os interesa el mar? ¿Os interesan las travesías oceánicas? ¿Conocéis las partes en las que se divide un barco? ¿Os pone el olor a salitre? ¿Os ponéis tontos cuando veis a las gaviotas? ¿Os mola todo lo relacionado con la marinería? ¿Os hace gracia eso de la compartimentación de los barcos en bodegas, camarotes y todo eso? ¿Os gusta? ¿Os quedáis pajaritos imaginando las velas desplegándose, los foques, el trinquete, la mesana? ¿Todo eso?
Antas Nekermann es húngaro y jamás ha vivido una travesía marina. No podría recordar ahora los nombres de diez marinos húngaros, pero seguro que no ha habido muchos, y por pocos que hubiera, los debería conocer. Almirante. Almirante húngaro ¿Puede ser un almirante alguien que no haya visto el mar? Creo que en Bolivia tenían un ministro de la marina sin tener costa. Todo puede ser. Hungría y Bolivia.
El pasajero Antas Nekermann contempla el mar, su inmensidad, pero no le gusta lo que ve. Se encuentra realmente fatal. Ha comprado un pasaje desde Hamburgo hacia América. ¿Qué América? La del sur, la del norte, centroamérica, el Caribe, Alaska, el Yukón, la Pampa, la siempre evocativa ciudad de Montevideo, el Chaco, la noche chaqueña, la luna plateada, Guanajuato, California, las calles del Bronx, unas partiditas de Atlantic City, me aburro en Montreal, Brasil, una playa, el Nordeste, el frío, la Guayana y los mosquitos como puños, los Andes, Jujuy, Concepción, Concepción del Uruguay... ¿qué América?
Antas Nekermann ha comprado un pasaje que le lleva a América. Pero no se ha molestado en mirar el puerto al que va a arribar el barco. Tiene prevista su llegada dentro de unos días. No desesperes pequeño Zarko, tu abuelita Jovanka viene ya. No hace falta que vayas todos los días al puerto a esperarla, ella está a punto de venir. No te preocupes.
Antas Nekermann sabe que el viaje, que el cambio, que el exilio no le va a sentar bien. Se marea, vomita, se siente indispuesto. Tiene algo de dinero para poder comer, pero lo que come no le sienta bien. Tiene tiempo para pensar. Presagio. Algo no va a salir bien. Antas Nekermann ya no sabe cómo colocarse en la barandilla. Piensa en saltar. No saltará.

3 comentarios:

  1. eso, que no salte, que el agua del mar deja la ropa hecha un asco.

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  2. Es que, una travesía por mar... ¡a quién se le ocurre! El exilio no le puede sentar tan mal como un viaje en barco.

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  3. Ay la travesía que lejos está América de su bella tierra. Esta historia cuanto me suena.
    Un abrazo

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