martes, 20 de marzo de 2018

La vida del señor Sangré

Uno de los temas favoritos de conversación para el señor Sangré era el de las cosas que le hubiera gustado hacer en la vida. Era un tema de conversación que el señor Sangré utilizaba simplemente para pasarle la mano por la cara a quienes le escuchaban. Todo lo que le había gustado hacer en la vida, lo había hecho. El señor Sangré escuchaba las vidas de los demás con mucho interés. Escuchaba sus penas, sus lamentos, sus éxitos, las veces que lo habían intentado, la vida difícil, el trabajo duro, las enfermedades, las alegrías, los preciosos viajes, las lecturas que marcan, los partidos de fútbol, los matrimonios fallidos, las aventuras románticas, la vida en pareja satisfactoria y plena. Y el señor Sangré escuchaba y acompañaba a sus amigos en la emoción de los momentos álgidos, y se preocupaba por los momentos de tristeza, cómo no, pero al final, acababa estropeando la magia de la situación, porque el señor Sangré odiaba la vida común de la gente a la que le pasaban cosas. Al señor Sangré le gustaba contar que todo le iba bien. Si contaba lo que había sido su vida, siempre decía que todo era tal y como lo planificaba desde su niñez. La vida tal y como debía ser. Eso era lo que pensaba y lo que contaba el señor Sangré. Una vida en la que había hecho lo que quería. Esto es nada. No había hecho nada más que seguir con una tradición familiar de defensa de lo que ya había hecho el anterior, nada, y proyección en el presente y el futuro de la inutilidad de las acciones del otro. El señor Sangré se entretenía caminando por las calles de Barcelona con el adoquinado histórico de las aceras. Contaba el señor Sangré que sentir el dibujo de los adoquines bajo la suela de sus zapatos era la diversión más profunda. Porque decía que en cada adoquín, en cada baldosa de aquellas, podía sentir la vida de la ciudad. En realidad, al señor Sangré le gustaba ser un poco como se esperaba que fuera el señor Sangré. Le gustaba esa imagen de traje y pañuelo en el bolsillo de la americana. Le gustaba esa figura de hombre maduro sentado en una terraza disfrutando de un vermut, aunque a él no le gustaba el vermut. Le gustaba imaginarse tomando café con sus empleados en un bar, aunque él no iba nunca a ese bar. Le gustaba creerse amigo de gente de otra clase, pero sabía que no eran sus amigos. Le gustaba hacer ver que le gustaba los domingos por la tarde leer en la biblioteca, pero la mayor parte del tiempo la pasaba dormido. Le gustaba hacerse el descreído en política, contar y decir que todo era inútil, que su familia había sido rica antes de que el dinero se hubiera inventado, de que eso fue así siempre y siempre sería de esa manera. Le gustaba al señor Sangré mirar a sus amigos perdonándoles la vida. La vida del señor Sangré la contó un escritor al que el señor Sangré le encargó una biografía. El escritor pasó muchas horas con el señor Sangré. Al final se la tuvo que inventar la vida del señor Sangré, porque su rutina no daba para mucho. Una vida dedicada a ser el señor Sangré. El señor Sangré tenía muchos frascos de colonia que decía que compraba en una perfumería específica de Barcelona. El señor Sangré se propuso con quince años decir cada día el nombre de su ciudad. Barcelona. Barcelona todos los días. El señor Sangré consideraba que Barcelona era suya. Una parte de Barcelona, la parte buena. El señor Sangré nunca hablaba de según qué barrios, aunque le gustaba hacer creer que tomaba café con sus empleados. El señor Sangré, poco antes de morir, tuvo que ir al hospital para una prueba. El chico que le llevaba en coche, se equivocó y pasaron por uno de esos barrios. El señor Sangré miró por la ventanilla y no mostró ningún interés. El señor Sangré tuvo un antojo de una copita de algo que le calentara. Aquellos barrios le dieron frío. Cuando el señor Sangré volvió a casa después de hacerse la prueba, no quiso tomarse la copa. Fue lo más cerca que estuvo de ti.

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