miércoles, 8 de octubre de 2014

Checa

Fue una de esas noches. Muchas de aquellas noches terminaban bajo el calificativo de regular. Algunos se lo pasaban muy bien y otros nos lo pasábamos más bien mal. El punto medio nos servía. Los que habían estado bien, ya vivían con el recuerdo. Y los que nos habíamos comido los mocos, nos reíamos repasando las anécdotas de los que habían triunfado. Y así esperábamos hasta la semana siguiente.
Pero esa noche fue distinta. Habíamos acudido a una fiesta en casa de alguien, no recuerdo. De aquella fiesta debíamos marchar hacia una especie de casa okupa donde había una fiesta aún más gorda. Como era normal, los tres o cuatro del núcleo duro solíamos proponernos no acabar la noche juntos, pero raro era que no nos apartásemos llegado un momento para reírnos con nuestras bromas, las que sólo nosotros entendíamos, y así desperdiciar una noche más. Otra oportunidad para ver mundo. Para conocer gente. Para dejar de ser nosotros de una vez.
Sin embargo, él tenía la habilidad de poder hacer las dos cosas a la vez. Él podía estar con nosotros y también podía perderse. De repente, se iba a por algo y ya no volvía. O volvía al cabo de mucho rato y nos preguntaba que qué tal chavales. Y nosotros nos relamíamos pensando en lo que nos iba a contar.
Una noche, esa noche, en aquella casa okupa, ocurrió lo mismo. Se nos perdió y tardamos en encontrarlo. Tanto que no pudimos dar con él hasta que se nos ocurrió irnos para casa. Él solía ser el encargado de llevarnos a casa, tenía coche, y nunca le daba miedo conducir. Aquella noche le fuimos a buscar y estaba ya en la calle, sentado en la acera. Le dijimos que nos íbamos, que ya éramos los últimos, lo de siempre.
Fuimos a buscar el coche y nos dispusimos a marcharnos. Como siempre, yo me sentaba detrás. Íbamos recordando lo que habíamos vivido. Lo que contábamos era mejor, siempre mucho mejor, que lo que había pasado en realidad. Fuera bueno, o fuera malo, siempre nos reíamos mucho contando lo que había pasado. Incluso a veces esperábamos al día siguiente para seguir recopilando anécdotas. Lo que habíamos hecho, lo que habíamos visto, lo que había pasado, lo que nos habían contado. Era mejor contarlo que vivirlo.
Esa noche, volviendo en el coche, algo extraño ocurrió. Nadie habló. Nadie contó nada. El coche iba avanzando por la Meridiana y en un semáforo en rojo, vimos que a nuestro lado había un coche exactamente igual que el nuestro. En el coche de al lado estábamos nosotros. Dispuestos de la misma manera. Nos fijamos y estábamos riéndonos y hablando y comentando y cantando canciones de Kojón Prieto y de Tijuana y de Siniestro. Estábamos llorando de la risa porque el A. estaba contando lo mal que le había caído nosequién. Y yo estaba muerto de risa porque recordábamos que el M., que se había ido por otro lado porque ya no vivía con nosotros en santako, había soltado alguna teoría sesuda y sin fundamento sobre cualquier tema, con la certidumbre de que fuera cual fuera el resultado de todo esto, íbamos a perder. Y el Checa conducía el coche y no se despistaba jamás pese a todo el jolgorio. Y estábamos convencidos de que no había ningún futuro para nosotros y aún así nos reíamos porque no nos quedaba otra que hacernos las bromas nosotros. Y a los demás que les fueran dando mucho.
Estábamos allí, en el coche de al lado. Lo vimos y nos quedamos más tranquilos.

Feliz cumpleaños Evander.  

4 comentarios:

  1. Llego a tiempo para sumarme a la felicitación cumpleañera. Debe de ser la primera vez que me ocurre!

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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  2. Glups! ¿La habían palmado y se salieron de su cuerpo para ver el siniestro?
    Es su cumple?? Felicidades pues Tolya!!

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