lunes, 13 de octubre de 2014

Círculo Projorelov XVII

Bubianka Nestorova era muy poco asidua a nuestro Círculo. Sus intervenciones eran muy esperadas, porque no contaba nunca nada especial, sus viajes eran bastante convencionales y no solía alejarse demasiado de nuestra ciudad, pero tenía un algo a la hora de contar que subyugaba nuestras conciencias y nos hacía estar horas y horas escuchándola y dejándonos llevar no tanto por lo que decía y lo que nos enseñaba, que todos podíamos disfrutar tan sólo dándonos un paseo por los alrededores, sino por el cómo. Bubianka Nestorova era una mujer de unos cuarenta años, había estado casada con un abogado de la ciudad y al fallecer este por causas desconocidas, se topó con una herencia millonaria ya que el abogado había ligado una serie de contratos y chanchullos varios que cubrieron el riñón de la Nestorova para los restos. Se podía dedicar a lo que más le gustaba, sentarse en su butacón a mirar desde la ventana a la gente pasear y de vez en cuando, ser protagonista ella misma de alguno de esos paseos. 
Aquel día, Bubianka Nestorova llegó algo más tarde de lo que acostumbraba a ser su horario habitual. La Nestorova no acudía nunca después de las cinco de la tarde, pero aquel día apareció a las siete, en un momento en el que nuestro local se encontraba lleno de gente después de que un tal Lucius Begbeller hubiera acudido a contarnos... bah, una historia tan convencional que no merece la pena reseñar. Alguien nos había asegurado que el tal Begbeller... no nos desviemos. 
Bubianka Nestorova fue hacia el atril y tras aclararse la voz con un vaso de agua, comenzó a contarnos su último viaje. 
'Llego ahora mismo de realizar un pequeño paseo, tal y como acostumbro a hacer desde que pasó lo que ustedes ya saben. Mi pequeño paseo de hoy ha sido especialmente interesante. De hecho vengo bastante trastornada con lo que acabo de ver. No sé si han caído ustedes en la cuenta de que en el mundo en el que vivimos hay gente que no es como nosotros. Ya entiendo que la clave de buena parte de nuestros viajes consiste en apreciar las diferencias entre las razas, los pueblos, las costumbres, pero a lo que me refiero y lo que he apreciado en el día de hoy, es que hay gente que, realmente, es muy diferente. Y que está mal. Eso ha sido lo que más me ha llamado la atención. Yo vivo en mi casa, rodeada de comodidades y doy por sentado que todo el mundo, más o menos, tiene cubiertas unas necesidades que permiten que la vida continúe, aburrida, apacible, sin algaradas. Si hubiera realmente una perentoria y alarmante carencia de algo básico, ya nos habríamos dado cuenta, no creen... Y sin embargo, hoy dando mi paseo habitual... 
He decidido no ir hacia los barrios de siempre, pero he vuelto a los lugares que más me gustan y he apreciado algo que me ha trastocado bastante mi percepción de la realidad. Había gente, por ejemplo, esperando a coger comida de unas largas mesas en las que unos voluntariosos jóvenes organizaban paquetes con bocadillos y zumos. Y la gente que recogía esos paquetes no presentaban rasgos demasiado alejados de los que ustedes y yo consideramos decentes. No eran extranjeros. No eran físicamente desagradables. No eran... Ya sé que mi vocabulario puede resultarles ofensivo, pero quisiera que entendieran que me sorprendió ver a personas que en otro tiempo hubieran paseado a mi lado sin que yo las tomara en consideración. Eran personas que estaban recogiendo comida y que, quizás, hace unos meses eran gente con una vida... Sé que las cosas que les estoy contando no son demasiado acordes con este escenario. Pero algo está pasando. No me acabo de creer que realmente la necesidad esté llegando tan lejos. Y que no ocurra nada. Que podamos convivir con la pobreza de la gente sin que se nos conmueva lo más mínimo, que lo demos por sentado, que sea normal. Que junto a nuestro frívolo mundo de viajes y exotismos, de cuentos y copas de coñac exista gente que sólo tiene como objetivo una bolsa con un bocadillo. He sido testigo, lo he visto. Pensaba que era cosa de otros mundos, de otras gentes, de otras latitudes condenadas de por vida a ser víctimas de no sé qué tara que, en otro momento, hubiera llegado a justificar. Pero hoy, lo que he visto me ha hecho pensar. Quizás nada es tan normal. Nada es tan exótico. Nada es nada. Tengo miedo, señores. Tengo miedo de que la vida de un giro. De que mi vida de un giro en un momento, que lo que tengo dado por lo que pasó, un día se pierda y me encuentre en esa fila de gente, ansiando un bocadillo y un zumo. Miedo a dejar de ser una persona normal y respetable. A que nadie tenga que mirarme ni bien ni mal. Qué nos ocurre cuándo nos deja de ir bien en la vida. Lo he visto. A tres manzanas de aquí. Caminando sin más intención que la de airearme y seguir disfrutando de la normalidad. Y he visto eso. Gente pasando hambre. Gente entristecida, derrotada, mustia, sin nada que decir. Quizás lo tengan. Ese algo que decir. No les he preguntado. Quizás en otro paseo les pregunte y venga aquí a contárselo.'

2 comentarios:

  1. Pues sí... Podía ser Viridiana.

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  2. Tolya, es un miedo compartido, que nos atenaza a todos últimamente. Bueno, a todos no. Otros siguen haciendo su agosto a costa de eso.

    Tolya, igual va a resultar que literariamente da usted más de sí cuando no anda bien. Me están gustando los últimos.

    Feliz tarde, monsieur

    Bisous

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