martes, 16 de diciembre de 2014

El Pujadas. Comer y vivir

Empezar cualquier texto con un 'no', resta puntos en el examen. Pero yo tengo que decir que no soy un cronista culinario. Jamás he hecho crítica gastronómica. No busquen aquí calidades de platos, valoración de producto, alabanzas al trato humano, puntuación del diseño. Miento más que hablo. Sí que he hecho esto, pero cobrando. Así que lo que aquí sigue es más una vindicación del Pujadas que otra cosa. Y, como siempre, una simple excusa.
Mis comienzos con el Pujadas fueron funestos. Cuando cerró la Pantera nos quedamos muy huérfanos. Nos habíamos quedado sin un lugar al que ir para ver el fútbol los domingos por la tarde. Casi nada. Gravísimo. Fue una época espantosa, al menos para mí. En la Pantera estábamos bien, conocíamos a gente mayor que nosotros que molaba, o así lo pensábamos nosotros entonces, veíamos chicas de vez en cuando, éramos parte del mobiliario. Al cerrar estuvimos bastante tiempo buscando nuestro lugar de fin de semana. Probamos varios lugares y todos nos parecieron horribles. El más horrible de todos, el Pujadas. Nos quedaba cerca de casa y no había demasiada gente, por qué no probar. Qué domingos por la tarde más tristes. Qué horror. En aquel tiempo daban todavía los partidos de las nueve de la noche, únicamente, domingo a las nueve de la noche. El ambiente entonces en el Pujadas lo recuerdo como tétrico. Espantoso. Gente, personas, nosotros, todos tristes, en un estado de domingo a las nueve de la noche, intentando parecer alegres unos, otros concentrados en unos partidos de fútbol infectos, otros arrastrando secuelas, algunos especializados en hacerte ver que tu vida es un carajo. Y va a ser un carajo como no espabiles. Recordamos especialmente un día, no sé si jugaba el Betis, el Sevilla, o el Betis-Sevilla, en el que un parroquiano nos estuvo amenizando la velada con silbidos seguidos de un 'betis, betis, sevilla sevilla'. Silbido 'betis', silbido 'sevilla', silbido 'betis, betis, sevilla, sevilla'. Como para ir al lavabo y terminar de una vez.
En el Pujadas no hubo cambio de dueño. En aquel tiempo nosotros jamás fuimos al Pujadas a comer. No lo sabíamos. Fue muchos años más tarde cuando recuperamos este lugar como espacio habitable. Consideramos que 'había cambiado mucho', pero quizás sólo habíamos visto una cara del Pujadas. La de la barra. Ahora ocupábamos las mesas. Empezamos yendo a cenar y luego probando para comer. Tremendo lugar.
Ahora pensamos que el local está reformado, que hicieron algo con él, que le lavaron la cara. Quizás no pasó nada de eso y simplemente nosotros tenemos otros ojos. Los dueños son los mismos, los hijos continúan con el negocio, los hijos ya estaban cuando nosotros íbamos a morirnos allí. Las camareras han cambiado. Las camareras cambian. Tengo muchas cosas que contar, se me van acumulando, no estructuro el texto...
Si van a comer al Pujadas, no se quedarán con hambre. Un tópico que sirve. Al Pujadas se va a comer. Exquisiteces culinarias, las hay, seguro, algún plato que otro parece algo más sofisticado, pero lo primordial es que plato que pidas, plato que te llena. Ojo, un bar de Santa Coloma sin bravas. Porque no es un bar de bravas, lo más cercano a eso es la patata al caliu que ponen con allioli por encima y listos. Al Pujadas se va a vivir. A comer y a vivir. Porque de ninguna manera ha desaparecido el ambiente del Pujadas. Eso que tanto se lleva ahora de 'los de abajo'. También hay otro tipo de personas, pero en el Pujadas coincidimos todos, los de la barra de toda la vida, los que vienen del Ajuntament a comer, señoras ancianísimas que se hincan unos entrecots con parsimonia asiática, el frutero de la Companys que se deleita con unos platos de caldo enormes, periodistas afamados como el Blanchard, gente que viene del tajo con el mono de la empresa... lo que es el pueblo. Por las noches, grupos, familias, los colegas que vienen del fútbol, parejas que se han acordado de cenar en el Pujadas sin reservar... Por las noches, mejor no se arriesgan y vayan con reserva. Para comer, quizás tengan que esperar un poquito, pero la cosa va rápida.
Bueno. Se come muy bien, platos contundentes, si van pensando en el menú desistan porque no hay menú, hay platos sueltos que sumando dos no llegamos casi nunca a los diez euros y sales de allí pidiendo auxilio. Unas croquetitas por ejemplo para empezar y de segundo unos libritos de pollo. Y sales a gatas. Con tu vino de la casa con gaseosa y su pan bueno bueno.
Sigamos, ambiente del barrio, diseño que se mantiene más o menos intacto desde el año de la castaña, pero ojo, siempre muy digno y con cuadros pintados por gente de la casa que uno dice, pues eso lo hago yo, pero no lo haces tú. No puedes hacerlo tú. Cocina casera y contundente. ¿Qué más?
Aquí me voy a explayar y a ver por dónde sale la broma. La camarera. No me acuerdo de su nombre. La camarera es un mundo en sí misma. Una chica que conozco de Santa Coloma de toda la vida. Según el día, según el momento, puedes recibir la mirada más salvajemente asesina o bien el trato más cariñoso que ser humano haya recibido jamás. Puedes recibir reniegos sin medida, puedes ser tratado como el marajá de Kapurtala. Ojo, siempre te atiende y siempre te recibe y siempre te cuida, pero puede ser que en algún momento, en algún instante, algo pase que no le haya gustado y entonces, zas, se desata la tormenta. Si no estuviera ella allí, yo no lo propondría como lugar para ir a comer, o cenar. Si no estuviera ella allí y no tuviera la oportunidad de enfrentarme a un carácter semejante, para qué ir. Sí, la comida, sí, el ambiente (antes, hace unos pocos años, salías de allí con la ropa para tirarla, pero eso ya ha cambiado, y sí, los recuerdos. Pero si me quitan a la camarera, me pierden.
El Pujadas se acaba. Al menos en ese espacio. Supongo que no tardarán en llevárselo por delante. Están reformando la calle y sólo queda el Pujadas de lo que fue aquella acera de la lionesa, el de los jamones... el Pujadas.
Tienen que ir. A comer al lado del frutero, a comer al lado de alguna de estas señoras tan y tan mayores, o señores también a puntito de caramelo que por allí andan, a pedirse un platito de jamón que te lo están cortando allí delante y no te lo crees, o a tomarse un quintito y pedirse un bocata de lomo con queso y que el dueño te lo pese en la báscula asombrado él mismo de la barbaridad. Vayan. Beban, coman, vivan. Que quién sabe qué pasará mañana. Qué bonito es todo, que diría Heidi.

2 comentarios:

  1. re: Oiga, de flojo nada, sensible.
    ¿Cómo va a ver a chicas en un bar en el que ponen fútbol? Eso es imaginación masculina. Tías como... Pamela Anderson? que beben cerveza y ven (y se interesan) por el fútbol... Eeenga ya!

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  2. No me extraña, no me extraña nada lo que me cuenta en el email. En este bar debería tener usted bocatas de lomo con queso gratis para siempre. Le ha salido muy entrañable, y realmente apetece entrar en ese bar. Vamos, que cuando vaya por su ciudad, ya sé cuál será una de mis primeras visitas, y dónde quedaré para verlo a usted, con un quintito y un platito de jamón delante.

    Feliz tarde, monsieur

    Bisous

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