domingo, 3 de julio de 2016

Dama de Noche descompuesta en dos mil millones de cosas

¿Quedamos entonces?
Claro.
¿En 10 minutos?
Vale.
Y bajé a la calle y me descompuse en dos mil millones de partículas. ¿Cuántas cosas caben en un texto? No las tengo medidas. ¿Cuántas cosas se pueden contar en un texto? ¿Cuántas personas pueden aparecer? ¿Dos mil millones, por ejemplo? Dos mil millones de personas, de situaciones, de risas, de acelerones constantes hacia la pared y que la pared te devuelva descompuesto en dos mil millones de partículas más. Dos mil millones me parece una cifra modesta. Un túnel de descomposición de una persona hacia la desintegración total y completa en aras de la búsqueda de un estado de felicidad que está por venir, que ha de venir, que pasa, que está y que se ve. Una aceleración constante por un canal que únicamente tú, y solamente tú, y nada más que tú conoces. Una rampa. Una proyección. A veces, a día de hoy, antes no me pasaba, me lamento por no haber sido físico. No haber tenido físico. Físico o químico. No sé. O alguien que supiera de qué va eso de pasar de un plano a otro, de la descomposición, de pasar de un estado a otro. Por ejemplo, un punto y aparte.
Dos mil millones de posibilidades de hacer las cosas, no nos contentemos con una, no nos contentemos con dos, no sea usted cobarde y haga exactamente, pruebe perfectamente, considere ilusamente, que la opción ciento treinta y tres mil quinientos siete, es la correcta. Pruébelo. No ha salido bien. Pruebe la siguiente. Es usted un conjunto de dos mil millones de partículas diseminadas por un área que delimitan tres o cuatro calles a lo sumo. No muchas más. Un área por la que se mueve usted, que soy yo, porque usted es una de esas partes, que es muy pequeña, reducidísima y por la que transitas una y otra vez, una y otra vez. Una descomposición que no significa una pérdida. No sé por qué has pensado que estábamos hablando de una pérdida. No sé la pérdida dónde está. Es en ese momento en el que avanzas hacia el lugar al que vamos a llamar punto de partida y al que, paradójicamente, nunca volviste, en el que empiezas a ganar dos mil millones de posibilidades de ser y de sentir. De hacer, de reír, de respirar, de pensar, de mirar, de escuchar, de sentir, de no oler pedos de oveja. Dos mil millones de verbos en infinitivo. Dos mil millones aproximadamente. ¿Cuántos conceptos entran en un texto? ¿Cuánto rato llevan ahí escuchando? ¿Saben que esto es un texto y que los textos no se escuchan? ¿Cometen errores? ¿Tienen una dama de aquella noche? ¿Saben lo que era aquella noche una dama? ¿Vieron una dama la noche aquella? Tú nos viste y no te acuerdas. Una dama de noche.
Un pie, otro pie, un paso, otro paso, entras confiado en el túnel de aceleración que te convierte en dos o tres mil millones de cosas. Tan bonitas. Tan sorprendentes. Es tan impresionante la sensación de ser dos mil millones de cosas que jamás has pensado que ibas a ser, que ibas a ver, que ibas a saborear, que te crees finalmente que le están pasando a otro. Casi desde que recibes el mensaje. ¿Entonces quedamos? No, antes. No, después. Voy a bajar, porque he quedado dentro de diez minutos. Quizás llegue demasiado pronto, o demasiado tarde. En realidad has quedado para llegar demasiado tarde. Descompuesto en dos mil millones de partículas. Te viene a dar lo mismo si lo estás o no. Vas como un loco por la calle, descompuesto desde entonces en dos mil millones de cosas, siempre subiendo una cuesta, andando como un loco, quedando en diez minutos, ¿cómo sería salir un día a la calle y que nada más poner un pie en la acera una impresionante y apabullante ráfaga de aire, un aire con un perfume muy concreto, muy dulce, casi imperceptible, penetrase en tu ser blancucho y te convirtiera de un plumazo en una descomposición de dos mil millones de partículas? Una flor de cactus dura muy poco, pero la dama de noche perdura.
Una flor de cactus era fugaz, de un día para otro, una de esas dos mil millones de cosas en las que te conviertes, se va. Es preciosa, es lo más bonito que puede dar la naturaleza y se va en un momento. Una flor de cactus. Un pedo que no huele. Una dama de noche que crece y, pese a no cuidarla en absoluto, se niega a morir. Y no sólo no muere, se empina hacia arriba, se va hacia arriba, con cuatro hojuchas mustias y llenas de bichos, pero sigue ahí arriba. Descompuesta también en mil millones de cosas. Dos mil millones de historias. Trescientos cuarenta y cinco mil millones de cosas y una de ellas es una flor de cactus y otra es una dama de noche. Y la foto sale oscura y tendrá un porqué. Y la dama de noche no tiene flor y es porque no tiene tierra o porque no tiene más que bichos y no sabes cuidarla y no tienes con qué cuidarla. Y no sabes que la dama de noche ha llegado tarde y llegando tarde no puedes ser nada. Llegas tarde y estás y has quedado en diez minutos, pero en realidad has quedado muy tarde. Estás soñando con una flor de cactus. Con una dama de noche no has soñado nunca. Un punto y aparte.
Una conversación muy interesante. Estaría bien repetir algún día en algún otro lugar. No volví nunca a aquel lugar. No volví tampoco al otro lugar al que fui. Soy una persona maniática y supersticiosa y sé que las dos mil millones de partículas en las que me descompuse tienen que volver a recomponerse si pisara de nuevo y en circunstancias parecidas esos dos lugares. Una descomposición acelerada como en un túnel situado en Suiza. Una conversación al sprint porque el tiempo es muy poco, el tiempo se escapa siempre y nos hemos tenido que descomponer en dos mil millones de partículas, de cosas, para poder disfrutar del tiempo, que es muy poco y no nos queda casi nada. Nunca más volveremos a vernos, pero eso le pasó a una de las dos mil millones de partículas. No hay disciplina en la banda. Unas cuantas siguen acelerando hacia más descomposiciones. Otras ya se han dado por vencidas. Unas pocas están mirando a la cámara con cara de no entender nada. Otras más se tiran pedos que no huelen. Unas más ponen cara de castor. Hay al menos mil millones de partículas que siguen sin enterarse de nada. Absolutamente de nada. La foto se ve oscura. La flor de cactus era tan clara, tan bonita. Esta foto está oscura. Igual bajo ahora un momento y busco algo de luz. ¿Y si bajo a la calle y de repente me vuelvo a recomponer?
Mejor me quedo aquí.

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