lunes, 14 de noviembre de 2016

La calle President Companys. Una calle pequeña como si fueran dos.

Empecemos de manera efectista. La calle Lluís Companys no es la calle Lluís Companys. Te tienes que fijar en la placa para saber que es la calle President Companys. Toda la vida pensando otra cosa. Pocas calles me han visto pasar tantas veces como esta. A mí y a mucha otra gente. Y sin embargo, no es una calle en la que estés. Es una calle por la que pasas. Por muchas cosas, pasas. Es raro, es una calle de paso, una calle con muchas cosas, muchos establecimientos que te invitan a quedarte, una calle que parece del centro y está en el río, una calle que parece que termina en un sitio y que sigue. Estás, te vas. ¿Por qué? No lo sé. No soy antropólogo, ni sociólogo, ni siquiera soy de esta calle, pero he pasado por esta calle casi todos los días de mi vida. Era (y es) la calle del cole. Una calle por la que subir es acercarte a la luz, a la vida, a lo social, a lo vivo. Una calle por la que bajar es el regreso, la calle de la vuelta, la del camino del éxito, la del mañana será mejor. O no. 
Es tan pequeña esta calle que la ves acabar mucho antes de que termine. Y cuando no la has acabado todavía sientes que te quieres volver, porque disfrutas de lo mínimo, de lo comprimido. Estás. Ya no estás.  
El trayecto, pese a que yo siempre lo suelo hacer de mitad hacia arriba lo vamos a hacer de arriba hacia abajo y del todo. No hace falta que llevemos vituallas, quizás sí calzado cómodo. Se dice, aunque yo no me fijo mucho, que en esta calle siempre hay una obra, una zanja, una baldosa que colocar, un pegote que reponer. Empezaremos y saltaremos como es norma, del presente al pasado y para coger impulso vendremos desde la calle Santa Ana que viene a esta calle con un impulso suave de descenso. Vamos a comenzar desde arriba el paseo fijándonos que nos saluda un nuevo dispensario o el dispensario remozado de la Cruz Roja. Un dispensario amplio y abierto al curioso que mire desde fuera. Antes esto no era sí. Había una puerta, el cartel, entrabas, el padre del Álvarez creo, te pinchaba. No recuerdo haber ido ni una vez. Es lo que contaban. Delante, una óptica y tienda también de adminículos de ortopedia. A un miope, estas tiendas le producen ternura. Pero solo confiamos en una tienda. La nuestra y esta no es. Antes, mucho antes, moraba en ese chaflán de enfrente una tienda legendaria, la del Manzano, con sus lámparas y sus cosas así como de cachivaches y lámparas. Y lámparas. Y polvo. Porque era una tienda que se veía vieja siempre. Ajadas lámparas. Polvorientas lámparas. ¿Llegué a entrar jamás allí? No. Pero conocí a una descendiente que trabajó conmigo un tiempo. Ponía música militar para trabajar. No digo más. O sí, porque ahora dudo si era Manzano. 
Sigamos bajando por esa calle ahora peatonal y antes no. Ahora sí. Desde hace mucho tiempo. Pasada la primera frutería, un poco más abajo por la derecha hay, creo recordar, una tienda de ropa. Creo recordar. Tantas veces pasando y qué poco me fijo en esa tienda. Está justo por encima de un locutorio al que he ido alguna vez a imprimir alguna cosa y también situada como frontera invisible del universo de las fruterías. Dos fruterías en la misma manzana (redoble), dos fruterías cada una en su mundo. Una, una frutería de batalla, de ir a por faena, de ir a comprar y ya está. El dependiente, el esforzado hombre delgado, te llama niño cuando te cobra. La otra es una frutería de ir a la frutería y decir que has ido a la frutería. Yo voy a la primera, nunca he entrado en la segunda. La segunda está justo enfrente del cole. A la primera frutería voy cuando me da por ser una persona sana y saludable. A comprar patatas, plátanos, alguna cosa que se me ocurra para hacerme el interesante, pero sin fliparme. Voy a hacerme de comer bien, compraré cebollas. Y ahí se quedan las cebollas pudriéndose porque hago una vez algo con cebolla y se acabó. El suelo de la frutería suele resbalar. O no. Siempre ando con cuidado. Soy tan torpe, me fío tan poco de mí mismo, necesito tanto de una mano firme que me guíe y me lleve… En la acera de la izquierda hay un local. Un local que está cerrado pero que abrirá esta semana. En tiempos fue un restaurante, el otro Isalba. Cerró. Ahora abrirá otro restaurante, el Tremendos, lo abre el Miguel, el del Xocala y espero que les vaya bien. Seguro que les va bien. Dicen que van a hacer hamburguesas. Me gustan las hamburguesas, pero lo paso mal si son muy grandes porque no me manejo bien con las manos tan pequeñas. Necesito de… Yo pasaré por allí siempre. Es la calle del cole.
No me quiero hacer pesado pero es que al lado está el cole. Cuando yo iba al cole, iba al Seimar. El Seimar sigue estando allí. Cuando haya una guerra nuclear y todo se vaya al garete, el Seimar estará allí. Otros ya no están. El Argos ya no está, por ejemplo. A veces, a las doce, paso por la puerta y veo a las madres y algún padre esperando a la salida del cole. Como mi madre cuando me esperaba. Salen niños y niñas con el chándal del Seimar. Intento reconocer a algún padre o alguna madre, por si iban conmigo a clase. Alguna vez he reconocido a alguien, pero no saludo. Ni me saludan a mí. El Seimar. Dos edificios, un patio interior, el terrado de arriba. El Seimar. Seijo Márquez. Miro los carteles que ponen en la puerta, la lotería, alguna excursión. Antes jugábamos a churro en la puerta. Un poco más abajo jugábamos a Sopapo. Dejaba a mi hermano, que era muy chico, en un portal y jugábamos a sopapo. So, pa, po, y a correr hasta la esquina con la dulce, oh, dulce calle San Joaquín, evitando los mamporros. El Seimar. Camiseta roja, balón mikasa, sobres de arte, patio interior, el Mahabaratta con diez años, san pipinetis, el sufro, Señorita Pili, señorita Paquita, Señorita Palmira, Señorita Beni, la directora, muy bien lo hacemos, tan bien lo hacemos que copiaremos, te quedas hasta la una, te quedas hasta las dos, te quedas hasta las siete, hasta las seis, se ha penchao la pelota en lo del mudo, el Seimar. No estábamos hablando del Seimar. Años después, esa calle sigue siendo la calle del Cole. Ahora hablo con gente y no saben. Será siempre la calle del cole. Cuando salimos del cole yo seguía yendo a la calle del cole, a recoger a mi hermano, a estar allí, a ver si... Miedo a lo desconocido, miedo a salir de la calle del cole. A veces sueño que me falta un examen, que me falta ir a un examen, que tengo que volver. A veces me cruzo con gente de mi clase o gente que iba conmigo al cole. Me pongo muy pesado con mi colegio. Está en esta calle.
Antes, mucho antes, al lado del cole había un restaurante. El Castellet d’Andreu. Los Andreu iban a mi cole. El restaurante cerró y abrieron un centro cívico. Voy a veces a robar el wifi. Antes iba más, no sé si volveré a ir. Centro cívico del Riu Sud que está en el Riu Nord. El camarero se llama Antonio y cada vez que le llaman, levanto la cabeza. La encargada del bar es muy agradable también. Todo el mundo es bueno. Delante el Centre de Salut Mental. Gente sentada en los bancos. A veces entran al centre cívic a tomar café. Gente fumando en la puerta. Gente pidiendo tabaco en la puerta. Gente parada en la puerta. Gente que está ahí. Gente que ha ido y que está allí. Delante del centro cívico (ahora le llamo centro cívico y antes centre cívic…en fin). La gente que entra por la puertecita sin hacer ruido. Ellos están. Tu estás. Porque sueño no lo estoy, que decía Léolo. Haces lo que haces, te vas. Frente al colegio había un portal. Cuando éramos pequeños nos quedábamos ahí esperando a que abriera el cole, o al finalizar, hablando antes de pirar a casa. Ahora ahí vive gente que conozco, la Gacela, creo que el S. Antes, vivía un rocker que nos contaba que a él lo que le molaba al venir de trabajar era poner la música a toda ostia y gritar baby, baby!! Y se quedó con el BabyBaby. En fin. Gacela vigilando la calle, que no haya ninguna baldosa levantada sin un motivo concreto. Alguien tiene que hacerlo.
Una imprenta donde cuando hace calor el encargado no lleva camisa y creo que un despacho de algo y ya… el Rocío. La hermandad de nuestra señora de… en fin. Antes estaba en la dulce, oh, dulce calle san Joaquín y se trasladaron aquí. Nunca he entrado hasta dentro del todo, donde bailan y tienen creo que algún tipo de… altar o algo. Alguna birra me he bebido aquí. Creo que iba más a la otra, en la maravillosa calle San Joaquín. Dentro hay un retrato del fundador dibujado por mi padre. Me gusta decirlo. Son rocieros, mi padre no. Si pasas por la puerta y miras hacia dentro, parece que siempre esté jugando el Real Madrid. Creo que justo delante está ya el MovieBlues, la empresa de Cátering que ya no funciona. Yo no conocía al Altozano y resulta que es de un pueblo al otro lado de la frontera. Los del norte de Jaén, los auténticos tex mex, creemos que tenemos más que ver con los del otro lado de la frontera que con nuestros hermanos mexicanos. Así somos. Me estoy yendo. Antes, hace algunos años, en uno de estos edificios había una empresa textil (cosían, vamos). Cuando hacía el informativo de la radio me decían que escuchaban el programa.
Si seguimos avanzando por esta acera llegaremos a la tienda de bicis nueva y de ahí a la Tressens. La tienda de bicis nueva es un gran invento, mucha gente va en bici. El Tressens es otro gran invento, todo el mundo ha necesitado una baldosa. Antes trabajaba un punki en la Tressens, el Palanque. Que se llamaba Palanque lo supe mucho después. Antes, antes, siempre antes, en la acera de enfrente, antes de llegar al Teatre Sagarra, antes, hace mil años, había una granja, una tiendecita que llevaban los padres de una niña de mi clase. Era muy morenita, se llamaba Raquel Domínguez, se fue del colegio y se fueron de la calle cuando éramos muy pequeños. Era muy bajita, tenía la espalda muy curvada, el pelo largo negro, trenza, muy muy morena. Ahora ahí no hay nada.
El Teatre Sagarra, antes Cine Goya. Ahí vi yo Basket Music una vez y no sé qué hicimos que tuvimos que salir por la puerta del paseo Lorenzo Serra. No sé cuándo fue la primera vez que fui al Sagarra. Igual fue para ver al MakiNavaja. O cuando hicieron el ciclo de películas de reestreno y pusieron Gato negro, Gato Blanco. Ahí he ido de público, de regidor (en un acto de icv-euia, hace mil siglos), de técnico de sonido, de periodista, a leer un texto, pero nunca de actor. Qué pena. Pasamos por delante del portón, vemos qué hay dentro, la señora de la taquilla, folletos en la entrada, de vez en cuando una cola larga (cuando hay actuaciones escolares), gente en el bar de enfrente esperando para entrar. Qué poquito escribo del Teatre. Con las veces que voy y lo que me gusta ir. No sé. Las escaleras esas, un día se va a matar alguien. Pero pasa con todas las escaleras. No sé. El Teatre. Sagarra. 
Antes Melchor, luego Victor’s, después 1982. Ahora es 1982. Una calle Delorean. Cuando era Melchor íbamos a jugar a futbolín. Ahí, un quinceemer nos dio lecciones de futbolín pero no gratis, porque había que pagar. Yo no sabía jugar al futbolín, no tengo fuerza, las manos pequeñas, un desastre. Pero tenía mi qué. Cuando era Victor’s ya casi no íbamos. Ahora, como 1982 vamos, pero a tomarnos la caña rápida. Vamos. Voy. Dicen que se come bien, ponen tapa con la caña. Fui el día de mi cumpleaños en la ronda de destrucción. A cenar solo una vez. Hablan muy bien de él. Es como si para mí siguiera siendo el Victor’s o el Melchor. De hecho, siempre miro a ver si hay alguien en el futbolín. (No se puede ser más tópico y predecible, la nostalgia, antes era mejor… cansino)
Cruzamos la calle San Joaquín. Oh, dulce calle San Joaquín. Esta es ya la segunda parte. Dos negocios de la calle que desembocan en la President Companys: la bodega del señor que vino de otro lado y que congrega a parroquianos que conoceremos de otros bares, y el queviures halal. La peluquería y… como si hubiera un abismo. Como si no fuera la misma calle. Es verdad que hay pisos, que vive gente, que es una manzana habitada. Pero yo ahí ya no conozco a nadie. Gente que viva al otro lado. Podría sonar una canción de Popol Vuh, como la de la película de Aguirre o la Cólera de Dios. Otra calle. Ahora con cambio de sentido. Calle con acera estrecha. ¿Cuántas veces has encontrado aparcamiento en esta calle? ¿Nunca? A ese lado está el Centro de Rehabilitación. Yo he pasado allí muchas tardes. Con la rodilla, con el enfermero que me preguntaba si yo era falangista porque leía un libro sobre Ledesma Ramos. La rodilla. El olor a la crema aquella. La espera. Estoy en la rehabilitación, ya salgo.
Había un lavadero de coches. Ahora no sé cómo se dice mejor. Un túnel de lavabo, de lavado, perdón. Cuando tenía coche iba alguna vez. Tenía tanto miedo de meter el coche en el túnel y de romperlo. De que el coche se rompiera en el túnel, con el agua, con las esponjas, con algo. Que el agua entrara en el motor, que se encendiera alguna luz. Terror. Siempre con miedo. Ya ha cerrado ese negocio. ¿Sigue abierta la fábrica de figuritas de belén? Sigo viendo a Andreu en el Rey pero ya no le pregunto. Mi hermano, el A., el E., trabajaron allí. Creo que el M., también. Yo no. Yo soy demasiado intelectual para trabajar en una fábrica.
Más allá, muy poco más allá, el bar Elkitapenas. Creo que fue ayer mismo cuando me fijé de verdad en cómo se llamaba ese bar. He ido una vez a desayunar. Un día. Un sábado. Está abierto tarde los domingos. Puedes ver a gente mirando la tele, mirando el móvil. Es el único bar abierto en toda la calle. Una calle en Santa Coloma con un solo bar. Es una calle extraña. Y nada más. El depósito de la grúa, la entrada del parking, los juzgados. Los juzgados donde... pero eso ya es otra calle, en el parque, qué voy a contar del juzgado. Creo que la primera vez que fui, fue (fui fue) para hacer claca para un compañero que juzgaban por una huelga... dos o tres veces más habré ido. No es esta calle. 
Nuestras calles son como los ríos que van a parar al río. Al paseo Alameda, al mar. A una rotonda. Y parece una calle donde no hay nada y fíjense qué pesadez de descripción. Dos, tres manzanas, dos de ellas útiles. Me hacen palmas y me lanzo.
¿Les he hablado ya del Seimar? ¿De lo que me acuerdo del cole?

3 comentarios:

  1. yo vivi en esa calle muchos años me criado alli desde antes que construlleran el instituto de la ciba lo vi nacer y morir tengo 38 años vivia en el bloque del lavado coches asta que el casero nos echo por problemas de su familia e conocido el deposito de coches que estava a mano derecha y dividido en 2 partes que tenia un local abandonado que paso ser luego la comisaria de la urbana la calle empezava donde cruz roja que es el numero 1 y moria en el 39 que es donde esta el centro rehabilitacion me acuerdo antes del instituto era una fabrica abandonada me colava con mis amigos a jugar dentro saltando la puerta de pinchos recuerdo que donde esta ahora el almacen frutos secos oñate era una casa que vivio unos familiares hace años luego fue un local los dueños vivian encima unos ancianos los dueños local no negocio claro esta el bar de la esquina con baro el chema era el dueño hace años alado un hombre tenia un local con 2 perros el local era de telas si mal recuerdo la peluqueria merche yo era amigo de su hijo juanito jugava mucho en su casa el iva a la seimar en la peluqueria me corte pelo varias veces en la fruteria del sr antonio la que hace esquina compre varias veces y en la acera enfrente junto al cine goya una granja que cambio 2 o 3 veces dueño la catalana creo que se llama era medio amigo de nestor el hijo de los ultimos dueños y si existia una tienda ropa en la acera enfrente en el tresens tambien compre material construccion tambien existia una imprenta unos abogados el restaurante la tienda lamparas que era medio ferreteria y vendia colchones tambien el local del dispensario no visto como esta ahora en mi epoca voluntario lo cerraron y tapiaron junto al gimnasio que en su epoca fue esplai de la cruz roja que empezaron obras y las dejaron a medias como paso en su dia con el cine goya ya que hablas de la calle san juaquin es una lastima que la tienda donde compravamos chucherias la papeleria mari la primera dueña o dependienta era michu y luego jose que se juvilo y cerro y que yo sepa sigue cerrado el local tambien las 2 panaderias que existian una haciendo esquina con santa ana creo que tampoco estan y el piscolavis el peke que se juvilo tambien junto al bar los a migos el cristobal en el melchor yo jugava a las maquinas al stret fighther
    saludos

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    1. vaya repaso exhaustivo! yo llevé a jugar a fútbol al juanito, era portero. y el néstor creo que iba a la clase de mi hermano. el mundo es un pañuelo.
      saludos!

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  2. se me olvidava lo que an echo con el barrio es la mallor cagada que a podido hacer el ayuntamiento desde cargarse el parque baro asta hacer ahi el nuevo juzgado pasando por cambiar el sentido trafico en el tramo desde paseo alameda a san juaquin

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