miércoles, 20 de enero de 2021

Capítulo 5. La Plaça de la Vila.


 El Ramonet siempre está por la Plaça de la Vila. Si no es en un lado está en otro. Es que la Plaça de la Vila de Santa Coloma es todo. Santa Coloma podría describirse como una cebolla a la que le vas quitando capas y capas hasta quedarte con lo que verdaderamente importa. La Plaça de la Vila. Los colomenses, de hecho, importamos relativamente. Importamos en relación con el núcleo principal. La Plaça de la Vila. Me cuesta encontrar, dentro de la propia Plaça de la Vila, cuál es la Plaça de la Vila de la Plaça de la Vila. En qué punto se encuentra la verdadera, la absoluta esencia de Santa Coloma. Dónde está. Debajo de qué baldosa. Dentro de qué bar. Quizás en el Edificio de l’Ajuntament. Quizás allí dentro, dentro de alguno de los despachos, en algún pasillo, en la propia sala de plenos. Pero eso sería demasiado obvio. Yo tengo una sospecha. Tengo una cosa que os quiero contar sobre la Plaça de la Vila. Y os la cuento porque me pasó con el Pistolas. Una noche de invierno. Un domingo por la noche de hace muchos años. Nos habían cerrado ya el último bar al que solíamos acudir. El 13 si no me equivoco. La típica noche en la que nos juntamos para ver el fútbol y paliar con las cervezas el mal rollo de terminar el fin de semana. Tendríamos unos 18 años o 19 años. O 20 años. No me acuerdo. Todo creo que ha pasado cuando teníamos esa edad. Después lo que ha pasado qué gracia tiene. Ninguna. No quisiera hacer ahora un canto a la juventud y la despreocupación, pero estoy a esto de ponerme sentimental. Todo esto de acordarnos de cosas de antes, recordar la juventud, las batallitas. Cómo nos pusimos. Madre mía, no me acordaba de esto. Estábamos tú, yo… Cómo nos lo pasamos. Qué cosas hacíamos. Hacíamos cosas mis colegas y yo que vuestro grupo de colegas, el que sea, no creeríais nunca. Mira. Aquella noche, nos quedamos el Pistolas y yo después de ver el fútbol, nos fuimos a la Taula a lo mejor a ver el fútbol y de ahí, sin cenar ni mierdas, nos metimos en el Trece, no sé qué pasaría en el Trece que las cervezas nos entraban como si no hubiera un lunes al día siguiente, o quizás por eso. No sé si fue la excelente música o la ambientación o yo que sé qué pasó ese día que la cosa se lió. A una cierta hora nos tuvimos que ir. Cerraban. Y nos fuimos con la intención de irnos para casa pero algo nos pasó que terminamos subiendo el Carrer Major y doblando por la Anselm Clavé para llegar a la Plaça de la Vila. Vimos un bar abierto. Uno de esos bares a los que no íbamos nunca y que no sabría decir porqué estaban abiertos. Uno de esos bares de la Plaça que han cambiado mil veces de nombre y no sé si de dueño. Y nos metimos y estaba lleno de gente. Y creo que estábamos todos conectados o algo. O eran las cervezas y no haber cenado. Pero creo que conocía a todo el mundo. De esas veces que sientes que conoces a todo el mundo y que eso significa algo. El Pistolas sí que era un tío popular pero servidor no lo era tanto. Y estar en aquel sitio, de repente rodeado de gente que teníamos vista, alguna gente nos saludaba, alguna cara que tenía localizada de otras historias, incluso llegué a pensar que alguien me sonreía. Estábamos en aquel lugar, lleno de gente, cuando le dije al Pistolas que me iba al lavabo. Por enésima vez. Me da meona. Y bajé las pequeñas escaleras y llegué al lavabo y había un hombre sentado en una silla en la puerta del lavabo. No me extrañó que hubiera sentado alguien en una silla en la puerta del lavabo pero sí me extrañó que aquel fuera un hombre. Un hombre adulto, de unos cincuenta años y vestido como si estuviera a punto de irse a trabajar. Como se vestía mi padre cuando se iba a trabajar. Ni arreglado ni en chándal. Estaba allí sentado y me miró. Yo hice ademán de comprobar si la puerta del lavabo estaba cerrada, si había alguien dentro, y el hombre me dijo: 
- Ocupado.
- Gracias.
Sin que nadie hubiera salido del lavabo, el hombre volvió a dirigirme la palabra para decirme:
- Está libre.
Le miré como si me estuviera tomando el pelo. Iba yo con un bolingazo importante y me había venido arriba porque alguien me había sonreído. Y le iba a decir algo cuando la puerta del lavabo se abrió sola. Estaba vacío. Entré. Me dispuse a intentar mear. Una voz de mujer a mi espalda. 
Lo juro. Nada de esto lo soñé ni me lo estoy inventando por hacerme el interesante. Que me caiga muerto aquí ahora mismo. Una voz de mujer a mi espalda. Una voz que me decía. 
- ¿No te han dicho que estaba ocupado?
- Sí, luego me han dicho que estaba libre.
Eso lo dije temblando. 
Me daba miedo girarme. Había alguien a mi espalda. Oriné deprisa y me di la vuelta. Quería ver quién era. Igual tenía un rollo salvaje con alguien en el lavabo esa noche. Estaba súper excitado. No era la voz de la cara que me sonrió. Me daba igual. A esa hora seguro que estaba bien. Cuando me di la vuelta, lo que tenía detrás de mí era una mujer alta, muy alta, con una larga melena pelirroja, blanquísima de piel y con los labios pintados de un rojo que me hizo pensar en la posibilidad de que estuviera sangrando por la boca. Estaba sangrando por la boca. Efectivamente, tal y como estará pensando el avispado lector, llevaba un traje idéntico al de Rita Hayword en Gilda. 
- ¿Vas a tardar mucho en irte?
- ¿A mi casa?
- Del lavabo, niño.
- No, perdón.
No me salía la voz del cuerpo. Abrí la puerta del lavabo y salí. El hombre que estaba sentado en la silla me miró y se rió. Me dijo:
- Ya tienes algo para contar cuando seas viejo.
La música ya no sonaba y no se oía nada ahí arriba. Subí las escaleras de aquel bar vacío y estaba el Pistolas fuera, esperándome, cagado de frío. 
Me cago en la puta, nen, qué coño te ha pasado. Qué puta manía de entrar a los sitios a mear y quedarte dormido.
- Dormido mis huevos. No me jodas que no has visto a una pava enorme vestida como de peli de los cincuenta. Un pibonazo. ¿No la has visto?
- Qué coño voy a ver. 
- ¿Y la gente?
- ¿Qué gente, qué dices nen?
- La peña que había aquí dentro. Si estaba todo dios. Si estaba hasta la…
- La quién. Gilipollas. Que no había nadie. 
- Me cago en la puta de verdad. ¿Nadie? Menuda peana llevo. Me voy para casa, nen. 
- Sí, vamos. Me sabe la boca como a sangre. Qué mierda de birra nos han puesto en el Trece...
Me fui para casa bajando en dirección al Casa Pepe. En la fuente de la Plaza de la Vila, donde se pone la gente que habitualmente o va o viene de buscar algún estupefaciente, eran las cuatro de la mañana y no había nadie. Un tío en una silla sentado ante la fuente. Y una figura metida en la fuente caminaba con el agua por los tobillos. Era ella. Fui hacia esa pareja. No me lo había inventado. Quise hablar con ellos. Ella, al verme llegar, encogido y temblando otra vez de miedo me dijo.
- Y ahora querrás que la historia de esta noche se alargue. ¿De verdad quieres que esto se alargue? ¿Que dure toda la vida?
Me dí la vuelta muerto de miedo. En mi cabeza sonaba una canción que estaba de moda en aquellos años. No la conocéis. 

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