jueves, 29 de agosto de 2024

Crónica de un viaje a Vilches. Remanezco.


Este viaje ha contenido muchos viajes y en este viaje mezclo el viaje que hice para Santiago y el viaje que he hecho ahora, viajes ambos relacionados entre sí y que podrían estar en la misma secuencia, pero no hablaremos del viaje para Santiago, sino que hablaremos del arquetípico y clásico viaje a Vilches, provincia de Jaén, que abarca los días previos a las Fiestas en honor a nuestra patrona, los propios días de Fiesta en honor a nuestra patrona y los días posteriores a tal. ¿Y qué hay que contar? Este año hay que contar poca cosa. Fíjense en la foto que ilustra el texto. Esta ha sido mi pose y mi actitud durante los días de vacación. Se presupone que uno, pese a rondar los 50 años, llega a Vilches con la misión de iluminar la fiesta, de ser el cascabelito, de trasladar esa ilusión infinita que nos hace regresar a los orígenes a los hijos de emigrantes al resto de la población vilcheña. Y sin embargo, este año, no he podido desembarazarme de un estado meditabundo, mohíno, tristón, como si no tuviera nada que aportar, yo, que tanto aporto normalmente, como si no tuviera nada que decir, yo, que tanto digo. Algo me ha tenido cariacontecido durante más tiempo del necesario. Algo. Solo ha habido unos cuantos momentos que, sumados y contados aquí, parecerán una juerga flamenca, pero en once días, no ha sido tanto. Naturalmente, los momentos memorables han vuelto a estar protagonizados por el único y verdadero motivo por el que uno viaja a Vilches, que es la gente. Una vez más, la Patrona y sus misterios, significan más bien poco para mí, aunque ya hasta los punkis lanzan vivas a la Santísima y yo que sé. Pero ahí estamos. El anticlericalismo no está de moda y yo mismo me he visto justificando una religiosidad exacerbada por el hecho de que la represión contra lo no cristiano, lo no católico, es y ha sido tan brutal, tan salvaje, que se ha visibilizado... en fin, una teoría más vieja que un camino pero efectiva. Más vieja que un camino. Entremos en materia. Si el año pasado ya fue una primera introducción a María la Corea y su mundo, este año ha sido una inmersión y adoración a una vilcheña que deslumbra. Acompañando o acompañada por la simpar Marina, ambas conforman un dúo que eclipsa a cualquiera que se ponga bajo su radio de influencia. Quizás sea eso. A nadie le gusta eso. Solo unos pocos y pocas somos capaces de apreciar la magia cuando la tenemos cerca y ambas, Marina y María, a la vez, apabullan de una manera absoluta y renuevan de manera total el compromiso con Vilches y lo que significa Vilches, para lo bueno y significativamente para lo malo. Vilches, una manera de hablar, de explicar, de decir las cosas, de contar cualquier tontería, de contar lo más dramático, lo más duro, lo más superficial. Vilches es palabras, refranes, formas de entonar, gritos, coletillas, expresión corporal y gestual. Y una tarde, una noche, una ronda o varias de cervezas con ambas, es como si te renovaran la sangre. Remanezco, pues, de Vilches. No, no he nacido en Vilches. Soy catalán y me duele la boca de decirlo, catalán, catalán, catalán, como el Barça, Cadaqués y la Cerdanya. Pero remanezco de Vilches. Porque no me entiendo sin esa gente. Sin toda esa gente. Sin el placer de ver el partido de fútbol de rigor previo a las fiestas en honor etc. y encontrarte allí ya a mucha de la tropa que tienes en la cabeza y a unos les saludas levantando la cebecilla y a Luquitas le dices que se ha cortado el pelo, y todo eso. Todo eso, tan insignificante, tan poca cosa, es ya un motivo más que justificado para ir a Vilches. O entrar a comprar en el Pipi y tener la suerte de que no te toque el primero y poder esperar a que atiendan al resto de clientas y escuchar, escuchar a unas y a otras. Escuchar a vilcheños y vilcheñas hablando, no hay mayor elemento de renovación del compromiso nacional vilcheño que ese. Escuchar a la María trazar su plan para Conil, como en su tiempo significó para nosotros, pequeños niños charnegos, escuchar a su tita Manoli explicar cualquier cosa, te convierte en algo diferente. Algo diferente que engancha. De tal manera que, incluso quien no quiera, cuando le toca la hora de irse de Vilches, acaba pensando, joder, ahora me tengo que ir. Este año la familia ha sido fija discontinua. No he visto prácticamente a ningún primo, ni a los que te encontrabas de manera casual, ni a los de visita organizada. Únicamente mi prima Juani, mi insuperable prima Juani, pudo concertar una visita y fue fantástica como siempre. O más. Porque este año mi prima Juani tenía algo que anunciar, algo que aunque no lo quiera reconocer porque los Molina somos de difícil exteriorización, pero yo sé que lo que nos dijo la hace muy feliz y así pudimos disfrutar de mi Juani en todo su esplendor. Y fuimos capaces de desentrañar misterios familiares que nos hicieron reír y otros misterios que nos resolvieron el misterio de la abuela Pepa y la persona junto a ella que resultó ser la tatarabuela Juana. No he visto a mi prima Juli y la he echado de menos. Las dos juntas son también imbatibles. Como imbatibles son también Marijose e Isabelita, las sevillanas. Este año ha venido también Rocío. Y únicamente he podido estar ratos con Isabelita, magnífica, siempre con un optimismo vital que uno no puede ni llegar a concebir. Fiestas. Este año las fiestas las tomaba yo con muchas ganas aunque el calendario festivo volviese a estar pensado para personal más joven y ya el año pasado dijimos que una y no más, pero en mi cabeza... para empezar no compramos el bono, error. El bono te permite ir a la Piscina a disfrutar de las actuaciones, las que sean, durante los cuatro días de la fiesta. O son cinco. Cinco. El primer día compramos entrada para ver a los Toreros con Chanclas, el refrito de Toreros Muertos con No me pises que llevo Chanclas que fue bastante deslucido por un sonido mortecino, un Pepe Begines de bajona y que solo Pablo Carbonell parecía tomarse en serio si es que eso es posible. Con esto de fondo, me embarqué en una interesante, como siempre, ilustradora, como siempre, conversación con Bartolo, el mejor ex alcalde, pero fuimos interrumpidos porque podíamos comenzar a igualar a esos grandes maestros de la conversación densa y poco festiva, así que ya si eso. Pero para mí, siempre es un placer aprender. Ese primer día fue un primer día reglamentario, nos fuimos a casa a las cinco de la mañana, nos reímos, vimos a mucha, mucha mucha gente y nos marchamos. Saludé como Dios manda a nuestra prima Ana y para abajo. El trío resplandor, mi hermano, la Alba y yo. Al día siguiente comida en la Fernandina y por la noche la intención de repetir la jugada, sin piscina previa, con piscina final. Pero ocurrió algo, la conversación en la plaza derivó hacia el cansancio, hacia la obligatoriedad de la fiesta, hacia... y nos fuimos a casa. No aguantamos. Fracaso. Ese fracaso ya me acompañó durante el resto de los días. No hemos ido a la piscina el día 15. El día que estrenaba un polo chulísimo. Nada. Al día siguiente la charanga, esta vez con mi madre. Mi madre este año ha combinado la tradicional chumascada de la piscinilla con incursiones al mundo exterior. Ora charanga, ora piscina. En la charanga como una reina, siendo la más veterana del lugar, pero sin achantarse ante ninguna ronda y dejando bien alto el pabellón Juanes, justo ante una desconocida sobrina, la Irene, a la que saludamos y a la que le sacamos los parecidos rápido porque de eso se trata. Se parece, claro que se parece. También vimos al tito Martín, un encuentro minúsculo, casi insignificante, impropio de nosotros. Así que cuando la calor ya fue demoledor, nos fuimos y dejamos al Pako descolgado en la plaza y nos preparamos para la jarapada de la noche. Los jarapos con conejo, cinco conejos recién matados, cinco conejos desollados en vivo por nosotros mismos, con nuestras propias manos. La masa frita, el condimento, su poquito de canela, todo lo que lleva, tan rico. Para cenar. Una cena magnífica, ciertamente. Otra noche sin salir. El 17 se completó el día, tras la visita de mi prima Juani, con la tradicional actuación coplera en la plaza de Vilches. Una actuación breve pero que tuvo el contenido esperado. Mi pregunta es ¿Qué tiene la canción Garlochí que hay que cantarla todos los años? ¿El estribillo pan tostaíto migaígo con café la hace irresistible? No lo sé. Hubo cante y cuando acabó la cosa nos quedamos en la plaza más a gusto que todas las cosas, pero nuevamente no fuimos capaces de terminar en la Piscina. Ni tributo a El Último, ni el Maki ni tal, ni pascual. Nada. El último día, pues, hicimos lo que teníamos que hacer. Y así nos plantamos en el 18 con la intención severa de ir sí o sí a la piscina a terminar la noche como fuere. Previamente, por la mañana, fuimos a la Piscina pero a bañarnos, a tomar el sol, con mi señora madre que nunca jamás había ido a la Piscina a bañarse, aunque fue allí donde se casó. ¿Os hemos contado todo lo de su boda y tal? Otro día. Fotos de mi abuelo Quico serio como si le estuvieran llevando a un concierto de Pet Shop Boys. La mutación que estoy viviendo en Quico es reseñable. Mi tito Bibiano ya es una fotocopia, mi tito Antonio está en camino, mi primo Paco ídem, pero yo que soy más viejo que él... dios. Vimos salir a los asistentes al concierto de Paco Candela, que es un personaje que aquí en las Catalunyas no lo conoceremos pero que allí parece ser una autoridad en el canto agrocoplero. Agrocoplero como puede comprobarse en una canción llamada Los dos amigos en la que le canta a la relación entre un cazador y un conejo, que nos descubrió el Loren de las Olas y que es orfebrería pura de yo que sé, amigo, yo que sé. El conejo le pide que no le dispare porque tiene a su madre en la madriguera. Nos comimos unos churros con la Yolanda y el Antonio y  dimos por clausuradas las fiestas. Bares. Hemos intentado ir a todos los bares, pero los bares no han intentado que fuéramos nosotros a ellos. Ha costado ver abierto al Rafi, al Pichi, a Ginés. Hemos asistido a los Cazadores pero para mí los Cazadores quizás han perdido lo que le hacía atractivo, aquella mezcla de kitsch patriotero y contemporaneidad, ahora bien, las tapas son imbatibles. De la trilogía del cruce solo se ha salvado el Ágora, siempre firme en su compromiso con el cliente. Nuestro compromiso con las Olas se ha mantenido incólume y las visitas al Buen Gusto no han sido tan abundosas como otros años. No he ido a la Sartén y no lo he echado de menos. Hemos ido al Baesucci a comer. Ojo, a comer y comer bien. Bares, tapas, Úbeda, Sabiote y una visita a Sabiote que nos descubre un precioso pueblo con un Albaicín y un bar muy apañao y unos atardeceres brutales y unas vueltas al Mortero dignas de ser reseñadas de mejor manera pero no puedo menos que decir que una vuelta al Mortero, al cabo de los años, es lo que más te reconcilia con Vilches. Sin contar la Renfe, claro. Una Renfe que lo es todo y que es el punto por el cual somos la Estación y por el que no somos de Vilches. Ahora qué. Cómo os habéis quedado. Tanto canto a la patria y tanto rollo para acabar diciendo que soy de la Estación y que no somos. Bueno, nosotros nos entendemos. Somos y no somos, a vueltas con la identidad y con remanecer o no remanecer. Hemos visto al tito Manolo y lo hemos visto como más hecho, no sé, de alguna manera, más persona. Ya. Descoloca. Pero así ha sido. No hemos visto a su hermano, a Robin. Hemos visto a poquísima gente de aquella gente de la diáspora telefónica que un día decidieron que todos se iban a Barcelona. A vueltas con la emigración y los emigrantes y demás historias. Este año hemos tenido visita, una visita final para irnos a otro sitio y volver. Siempre me pasa que cuando viene alguien, algún colega al pueblo pienso que se va a aburrir, que no lo va a entender, que va a pensar que el pueblo es feo, que no tiene nada, que hacemos cosas aburridas. Vinieron Nacho y Eu y fuimos al castillo y atardeció con unas nubes espantosas y se configuró un tormentorro mayúsculo que nos obligó a irnos de la plaza para meternos en las Olas. Pero qué fotones salieron. Y al volver volvimos a la plaza y allí sí que hicimos una sentada buena y comprobaron que el dúo María y Marina es encantador y quizás entendieron que son esas pequeñas cosas, una postura bien chorreá, lo que nos lleva allí, lo que nos hace remanecer. Somos de un lugar o no somos de ningún sitio. Nacidos en un lugar pero con la sensación de que una parte de tu vida está en otra parte. Aunque de 365 días que tiene el año estés no más de 20 días allí. Me decía María que si yo no hablaba como hablan ellos con mis amigos. Le dije que no. Aunque se te escapen palabras, dichos, refranes. Yo no hablo como ellos. Aunque vosotros penséis que soy un puto español de mierda. En realidad no hablo como ellos. Ya soy, yo soy, otra cosa. Pero no soy de allí. Aunque remanezca. 

miércoles, 28 de agosto de 2024

Crónica del #PleGramenet extraordinario. Pumba.


Días extraordinarios. Días que vivimos con la sensación de estar atravesando un tiempo especial, mágico, donde todo es posible. Cambios que pensamos que nunca se darían. Habrá quien solo haya vivido bajo la égida de Núria Parlon y que haya pensado que siempre, por siempre, para siempre, sería la alcaldesa de Santa Coloma. Y sin embargo, por arte de carambolas electorales, Núria Parlon pasa a ser Consellera de Interior, Esteve Serrano pasa a ser cap de gabinet, Goyi Salgado también se va y Tomás Carrión completa el grupo de colomenses que formará el clan de los colomenses en la Generalitat. Colominos por el mundo. Eso obliga a hacer relevos y a que se produzca un día mágico que nos pilla casi de vacaciones, a algunos y algunas casi recién sacados de la tostadora, y a que se viva ese mágico momento en el que escuchamos los discursos de agradecimiento, de despedida, és l'hora dels adéus i ens hem de dir adéu siau... o no, porque Núria Parlon en su discurso de agradecimiento y despedida, dijo que esto era un hasta luego. Ojo. Claro, que si seguiré en Santa Coloma y todo eso, eso que se dice para que no parezca que se va a olvidar de nosotros. Día extraordinario. Ambiente de expectación en la plaça de la Vila, no va a haber sitio en la sala de Plenos porque hay muchos invitados y prensa y hay mucha gente de traje y mucho cuerpo y mucha fuerza de seguridad y no estamos invitados y nos tenemos que ir a la Sala de Govern junto con la maquinaria del Ajuntament. Maquinaria humana del Ajuntament, directivos, etc., que vivirán el pleno con la emoción que se merece y aplaudirán y todo eso que pasa cuando pasa lo que pasó ayer. Y es que tan solo la presencia de un metapleno infiltrado por parte del PP y que no dejó pasar ni una ocasión para intentar deslucir lo que era un momento de pleno y absoluto momento de lucimiento socialista, empañó la tarde. Todo estaba dispuesto para mayor loa y prez de lo que es el PSC en Santa Coloma y para demostrar que lo seguirá siendo. La ya ex alcaldesa y el ex teniente de alcaldesa Esteve Serrano han sido dos personas fundamentales para entender la política colomense y entender cómo un partido que había visto a su referente salir esposado e introducido en un furgón policial, consiguió no sólo sobreponerse sino aniquilar cualquier síntoma de debilidad o desfondamiento con una gestión agotadora, asfixiante, total, abrumadora, absoluta, omnipresente, omnisciente, deglutidora, hipnótica, acaparadora, extenuante, lapidadora, minadora, desquiciante, demostrativa, mediática, digital, analógica, brutal, quasársica... yo que sé. Muchas cosas. Son quince años en los que el PSC ha sido todo Santa Coloma y ahora se abre la puerta a pensar si, sin estos dos elementos titánicos de la política colomense, el PSC será todo como lo ha sido en los últimos 30 años. Puedes pensar que sí, puedes pensar que no. Puedes pensar que el liderazgo hiberbólico de Núria Parlon será difícil de empatar, pero no puedes dejar de pensar que la estructura está y que los liderazgos hiperbólicos se construyen y se cuentan y se relatan y en el programa de las fiestas la figura que ilustra el Corretapas ya no se parece a nadie, pero se parecerán otras cosas en el futuro y diremos que Mireia es o deja de ser. Que ya sabemos que tan importante es ser o hacer como contar lo que se es y dónde se está. Ayer, todo el que tenía que estar allí, estaba allí. Y los discursos. Los discursos en grado de emotividad fueron de más a menos, a decir verdad. Más sentido el de Serrano que el de Parlon, políticamente irrelevantes los que hizo Toni Suárez como portavoz socialista, lamentables los de VOX, genéricos los del PP, nulos o justificativos los de ERC y melifluos los de Dimas Gragera que ayer parecía empeñado en coronarse como uno de esos cronistas de ciudad de provincias que asumen el papel de relator de las bondades y bellezas locales y acaba uno hasta más allá de los mengues de tanto almíbar. Y llegamos así al discurso de Mireia González, primer discurso como alcaldesa electa, y nos encontramos con un discurso al que le faltó algo. No sabremos decir el qué. Correcto, pero sin aquel ímpetu que uno espera de quien coge el testigo y necesita afirmarse. Sí que repitió mucho lo del liderazgo, consciente de que va a ser eso lo primero que se le exija, con lo que se le compare, pero por lo demás, bueno, pues eso. Que bueno. Tuvo sus puntos, como acordarse del Camarasa y el Casal d'Amistat amb Cuba, o de los campamentos saharauís. Pero dejó claro que es partido y que con el partido está y el partido está con ella, así que eso. Curioso ver en la sala de la maquinaria a quien se aplaude y a quien no se aplaude. Esas cosas. Sigamos adelante que ya estamos llegando al final, la foto con la vara y los comentarios a la salida. A la salida se encuentra la gente que quiere saludar, abrazar. compañeros de colegio, familia, amigos, la Santa Coloma que no viene a las cosas que haces tú y que ignoras, están allí, despidiendo a Tomás, a Goyi, a Esteve y a Núria. Cuatro personas que son ya pasado colomense y lo que nos ocupa ahora es saber si vamos a saber encarar el futuro más allá de decir las cuatro obviedades, los cuatro tópicos y las cuatro verdades que todos sabemos sobre lo que son, han sido y serán todos estos lustros de dominio socialista en nuestra ciudad. No sé si lo sabemos. 

martes, 27 de agosto de 2024

Crónica de un viaje a Berlín. Alemania, no gracias


Ahora vengo yo a contaros un viaje a Berlín cuando ya hace dos semanas o más que tuvo lugar dicho viaje y la inmediatez del relato se ha perdido por completo, pero también leéis viajes de gente que se escribieron hace cientos de años y no os ponéis las manos a la cabeza o pensáis qué tiene este que contarnos ahora, aunque esto también lo pienso yo mismo en este preciso instante y lo he pensado también durante el mismo viaje a Berlín que ahora os comento, qué tengo yo que contar. Realmente poco, ya que comentando con otros turistas y con otros amigos que antes ya vinieron, hemos ido a esos mismos sitios y bares a los que ya habéis ido vosotros también y hemos escuchado básicamente las mismas historias y relatos que todos y todas vosotras ya habéis vivido. No hemos a ningún sitio novedoso, no tengo nada nuevo que aportar. Pero qué más da. Este viaje a Berlín surge como desquite de un viaje a Berlín que nunca pudimos hacer por mi torpeza durante la pandemia y surge también como una manera de rellenar huecos de un viaje anterior a Berlín realizado hace un montón de años, aunque no son tantos, con la Pepa, el Txispa, el Edu y mi hermano. Un viaje del que recuerdo las visitas a los museos, haber ido a un lugar donde hacían conciertos y que no sabría y no he sabido ubicar y haber pasado por el muro del Beso, antes de que el lugar se convirtiera en lo que es hoy. Porque resulta que el lugar en el que nos alojábamos está justo encima del muro del Beso, el East Side Gallery. Una sección grande del muro de Berlín que se decoró con murales y que visto hoy parece bastante cutre, los dibujos digo. Ni siquiera impresiona ya el del beso entre Honecker y Brezhnev, aunque yo tengo no uno sino dos imanes de aquel viaje en la nevera. Al parecer y con razón, a los berlineses no les hace gracia ese alojamiento, ese bloque de apartamentos. El turismo. Yo, con mi adhesión a las campañas contra la turistificación de todo lo que vemos y hacemos, en Berlín haciendo turismo. Porque turismo es lo que hacen otros y no lo que hago yo. Turismo es cuando vamos de bares y no cuando vamos a ver espacios vacíos, puros, virginales. Turismo es cuando le damos un sentido lúdico y no político a lo que hacemos las 24h del día. Turismo es cargarte el entorno por pasártelo bien y no turismo es que solo podamos ir unos pocos a unos sitios y llegar y encontrarnos solos y tener esa sensación de que somos los primeros, que no estamos dañando nada. que es nuestro. Yo que sé. Sea como sea, Berlín es una capital turística y más que turística una de esas capitales en la que casi todo el mundo o mucho mundo es de fuera. Desde la inmigración turca a los expats de todo tipo, lo que hemos visto en Berlín es que a principios de agosto, prima el guiri y tu escaso alemán es más que suficiente para tirar palante gracias a un poquito de inglés y poco más. Salvado el primer y no poco importante escollo de salir del aeropuerto y encontrar la estación de tren y el tren para llegar a Berlín, el resto del viaje no presenta complicación alguna gracias a una extensa y bien nutrida red de transportes públicos de todo tipo que te facilitan la estancia. Pero, ay, el viajero que quiere 'sentir' la ciudad. Patear un poco. Caminar nos viene bien, esto parece que está aquí al lado. No te ahorras las pateadas de rigor y así pasa lo que pasa. No esperéis en este relato hazañas relativas a discotecas, raves, techno, casas okupas, etc. A las once de la noche estábamos en casa absolutamente destrozados y con ganas de meter los pies en agua. El primer día, de esta manera, lo dedicamos a hacer un poco de guiri por el centro, visitando los lugares más así, Puerta de Brandenburgo, la estatua de Marx y Engels, la isla de los museos sin entrar en los museos, comer el primer bratwurst y las primeras cervezas. Por la noche, con el entusiasmo propio de la inconsciencia, quisimos ir a uno de esos emporios de la marcha que nos habían señalado en un mapa y a la segunda cerveza nos tuvimos que ir porque estábamos como zombies. Lo que no quita para decir que había ambientazo y que estábamos a dos pasos de Friederichshain, que nos habían dicho que era un barrio molón y al día siguiente hicimos el mismo trayecto pero con guía. Un guía que ya vi el primer día y al que ya etiqueté como 'tiene que haber sido de las juventudes comunistas' y que efectivamente no defraudó. Puerta, memorial, el falso checkpoint, edificios, el búnker, Alexanderplatz y la antena, el muro, la plaza donde quemaban libros los nazis, explicado desde una perspectiva no hollywoodiense tal y como se encargó de aclararnos varias veces. Como curiosidad, hizo una parada debajo de una tienda de Boss y me lancé a preguntarle si había sido adrede por lo de que Boss hizo el diseño de los trajes de las SS y me dijo que no, que esa historia era falsa. Leches. Me redimí cuando le pregunté si la Bebelplatz era por Bebel, el político socialdemócrata, y me dijo que era la primera vez que alguien le preguntaba eso y que era verdad. Si queréis seguir hacia delante con el relato y no os quedáis cegados con mi inmensa sabiduría, seguir acompañándome. Esa tarde hicimos nuestra primera aparición en Orianenstrasse, la calle donde están todas las cosas en Kreuzberg, que es el barrio que tienes que visitar. Un barrio enorme con mucha inmigración turca. Y movida cultural y tal. Kreuzberg, NeuKölln. Días más tarde hicimos la ruta por la Karl Marx Strasse desde Neukölln y moló muchísimo y comimos en un yemení y me equivoqué y me tuve que comer un platarro de hígado de cordero. El día del guía fuimos a comer a un lugar de comida alemana y no probé el codillo, pero sí la col fermentada para acompañar un bratwurst. Dos calles, Orianenstrasse y Warschauerstrasse. Y lo que hubiera alrededor. En eso ha consistido nuestro viaje. Preguntarnos lo que queráis. Alemania, no gracias. Esto venía en una postal que compramos con la cara de Marlene Dietrich con el uniforme del Ejercito de los USA y me hizo gracia. Porqué digo esto, si, por ejemplo, soy fan de la música alemana llamada Krautrock y me he comprado dos discos de Can allí, uno precisamente el día que nos encontramos con la Marina de Erc por allí que fíjate que sorpresa encontrarte con alguien el día justo que llevas la camiseta de la Ada Colau. Digo esto de Alemania porque lo del nazismo no se te va de la cabeza. Con la lectura reciente del libro sobre las SS, una visita al campo de concentración de Sachsenhausen te deja listo, aunque un trío de señoras valencianas se empeñase en decirnos que Sachsenhausen no vale nada y que mejor Auschwitz. Pero bueno. O ese grupo de españoles de la visita que echaron a faltar algo más de truculencia y morbo en las explicaciones. En realidad no tendría que decir Alemania no gracias, sino nazis hijos de puta. Pero es que el recuerdo de todo eso está tan ahí que aunque ahora mismo los alemanes sean más abiertos y más cosmopolitas y más de todo que todo, es que eso está ahí y ahí fue donde todo fue tan bárbaro y tan racional y tan frío y tan salvaje y tan científico y tan irracional que da pavor pensar que ellos lo hicieron como antes lo habían hecho otros o nosotros mismos. Más cerveza, visitas a los museos de rigor, también al museo Judío en plena ola de ataques genocidas de Israel hacia el pueblo palestino, aunque no tenga que ver y tenga mucho que ver y la visita al museo Judío te deja un poco yo que sé, como que no está bien exprimido, pero claro. Y también fuimos a Postdam y fuimos a ver el palacio de Sanssouci y antes habíamos estado mirando cosas de Federico el Grande y cómo los nazis lo quisieron hacer suyo y como décadas después la RDA puso de nuevo su estatua porque yo que sé. En total, que Berlin mola muchísimo, que iba a comprarme camisetas de esas contra el fascismo y al final se compró una Alba y yo no, que vimos tiendas de discos, bastantes, y me acabé comprando dos de Can y uno de Bob Dylan, el Selfportrait, tela marinera. Y hablando de música, el segundo momento glorioso lo viví el último día, subiendo al ascensor, cuando se metieron con nosotros dentro una pareja de padre e hijo, más altos que la antena y por hacer algo me puse a silbar Sunny Afternoon y el chavalito que tenía pinta de skater, de manera absolutamente sorprendente, terminó de silbar la parte de waiting for a sunny afternoon... mágico. Que bebimos cerveza a troche y moche, que disfruté de cada paseo en metro, de cada paseo en lo que se parece al metro y no lo es, de cada paseo en tren, en autobús, de cada estancia en una estación de metro al aire libre o cubierta, de cada paso de peatones, de cada acera, de cada cafetería, de cada Spät, de cada centro cultural que no vimos y de los que vimos de chaspi como el centro JAAM o aquel que estaba en un techo de un gran almacén y que pasamos de entrar, del Spree y del recuerdo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt tirados al río por los infames Freikorps en 1919 y preguntándote si fue allí, o fue allí, o fue allí, de la calle Rudi Dutschke y con Ulrike Meinhoff en la cabeza, de cada comida marrana que nos metimos en la boca, del mercadillo de segunda mano, de cada tienda de segunda mano y de cada chaqueta de chándal que no me compré, del karaoke, de que lloviera, de que hiciera sol, de que por las noches nos tapásemos con un edredoncito, de no entender nada de la tele alemana, de los bares de punkarreo que parecerán muy modernos y a mí me parecen ya un poco pasados, de Berlín y de los alemanes, de las pegatinas en los bares, de cada historia de cada edificio, de cada Stopelsteiner, de todo lo que pudiera ser historia y de lo que es presente y futuro de una ciudad que me parece alucinante y a la que habría que ir cada cierto tiempo para ver cómo sigue evolucionando o se acaba de hundir en la ciénaga que le da nombre.