jueves, 29 de agosto de 2024

Crónica de un viaje a Vilches. Remanezco.


Este viaje ha contenido muchos viajes y en este viaje mezclo el viaje que hice para Santiago y el viaje que he hecho ahora, viajes ambos relacionados entre sí y que podrían estar en la misma secuencia, pero no hablaremos del viaje para Santiago, sino que hablaremos del arquetípico y clásico viaje a Vilches, provincia de Jaén, que abarca los días previos a las Fiestas en honor a nuestra patrona, los propios días de Fiesta en honor a nuestra patrona y los días posteriores a tal. ¿Y qué hay que contar? Este año hay que contar poca cosa. Fíjense en la foto que ilustra el texto. Esta ha sido mi pose y mi actitud durante los días de vacación. Se presupone que uno, pese a rondar los 50 años, llega a Vilches con la misión de iluminar la fiesta, de ser el cascabelito, de trasladar esa ilusión infinita que nos hace regresar a los orígenes a los hijos de emigrantes al resto de la población vilcheña. Y sin embargo, este año, no he podido desembarazarme de un estado meditabundo, mohíno, tristón, como si no tuviera nada que aportar, yo, que tanto aporto normalmente, como si no tuviera nada que decir, yo, que tanto digo. Algo me ha tenido cariacontecido durante más tiempo del necesario. Algo. Solo ha habido unos cuantos momentos que, sumados y contados aquí, parecerán una juerga flamenca, pero en once días, no ha sido tanto. Naturalmente, los momentos memorables han vuelto a estar protagonizados por el único y verdadero motivo por el que uno viaja a Vilches, que es la gente. Una vez más, la Patrona y sus misterios, significan más bien poco para mí, aunque ya hasta los punkis lanzan vivas a la Santísima y yo que sé. Pero ahí estamos. El anticlericalismo no está de moda y yo mismo me he visto justificando una religiosidad exacerbada por el hecho de que la represión contra lo no cristiano, lo no católico, es y ha sido tan brutal, tan salvaje, que se ha visibilizado... en fin, una teoría más vieja que un camino pero efectiva. Más vieja que un camino. Entremos en materia. Si el año pasado ya fue una primera introducción a María la Corea y su mundo, este año ha sido una inmersión y adoración a una vilcheña que deslumbra. Acompañando o acompañada por la simpar Marina, ambas conforman un dúo que eclipsa a cualquiera que se ponga bajo su radio de influencia. Quizás sea eso. A nadie le gusta eso. Solo unos pocos y pocas somos capaces de apreciar la magia cuando la tenemos cerca y ambas, Marina y María, a la vez, apabullan de una manera absoluta y renuevan de manera total el compromiso con Vilches y lo que significa Vilches, para lo bueno y significativamente para lo malo. Vilches, una manera de hablar, de explicar, de decir las cosas, de contar cualquier tontería, de contar lo más dramático, lo más duro, lo más superficial. Vilches es palabras, refranes, formas de entonar, gritos, coletillas, expresión corporal y gestual. Y una tarde, una noche, una ronda o varias de cervezas con ambas, es como si te renovaran la sangre. Remanezco, pues, de Vilches. No, no he nacido en Vilches. Soy catalán y me duele la boca de decirlo, catalán, catalán, catalán, como el Barça, Cadaqués y la Cerdanya. Pero remanezco de Vilches. Porque no me entiendo sin esa gente. Sin toda esa gente. Sin el placer de ver el partido de fútbol de rigor previo a las fiestas en honor etc. y encontrarte allí ya a mucha de la tropa que tienes en la cabeza y a unos les saludas levantando la cebecilla y a Luquitas le dices que se ha cortado el pelo, y todo eso. Todo eso, tan insignificante, tan poca cosa, es ya un motivo más que justificado para ir a Vilches. O entrar a comprar en el Pipi y tener la suerte de que no te toque el primero y poder esperar a que atiendan al resto de clientas y escuchar, escuchar a unas y a otras. Escuchar a vilcheños y vilcheñas hablando, no hay mayor elemento de renovación del compromiso nacional vilcheño que ese. Escuchar a la María trazar su plan para Conil, como en su tiempo significó para nosotros, pequeños niños charnegos, escuchar a su tita Manoli explicar cualquier cosa, te convierte en algo diferente. Algo diferente que engancha. De tal manera que, incluso quien no quiera, cuando le toca la hora de irse de Vilches, acaba pensando, joder, ahora me tengo que ir. Este año la familia ha sido fija discontinua. No he visto prácticamente a ningún primo, ni a los que te encontrabas de manera casual, ni a los de visita organizada. Únicamente mi prima Juani, mi insuperable prima Juani, pudo concertar una visita y fue fantástica como siempre. O más. Porque este año mi prima Juani tenía algo que anunciar, algo que aunque no lo quiera reconocer porque los Molina somos de difícil exteriorización, pero yo sé que lo que nos dijo la hace muy feliz y así pudimos disfrutar de mi Juani en todo su esplendor. Y fuimos capaces de desentrañar misterios familiares que nos hicieron reír y otros misterios que nos resolvieron el misterio de la abuela Pepa y la persona junto a ella que resultó ser la tatarabuela Juana. No he visto a mi prima Juli y la he echado de menos. Las dos juntas son también imbatibles. Como imbatibles son también Marijose e Isabelita, las sevillanas. Este año ha venido también Rocío. Y únicamente he podido estar ratos con Isabelita, magnífica, siempre con un optimismo vital que uno no puede ni llegar a concebir. Fiestas. Este año las fiestas las tomaba yo con muchas ganas aunque el calendario festivo volviese a estar pensado para personal más joven y ya el año pasado dijimos que una y no más, pero en mi cabeza... para empezar no compramos el bono, error. El bono te permite ir a la Piscina a disfrutar de las actuaciones, las que sean, durante los cuatro días de la fiesta. O son cinco. Cinco. El primer día compramos entrada para ver a los Toreros con Chanclas, el refrito de Toreros Muertos con No me pises que llevo Chanclas que fue bastante deslucido por un sonido mortecino, un Pepe Begines de bajona y que solo Pablo Carbonell parecía tomarse en serio si es que eso es posible. Con esto de fondo, me embarqué en una interesante, como siempre, ilustradora, como siempre, conversación con Bartolo, el mejor ex alcalde, pero fuimos interrumpidos porque podíamos comenzar a igualar a esos grandes maestros de la conversación densa y poco festiva, así que ya si eso. Pero para mí, siempre es un placer aprender. Ese primer día fue un primer día reglamentario, nos fuimos a casa a las cinco de la mañana, nos reímos, vimos a mucha, mucha mucha gente y nos marchamos. Saludé como Dios manda a nuestra prima Ana y para abajo. El trío resplandor, mi hermano, la Alba y yo. Al día siguiente comida en la Fernandina y por la noche la intención de repetir la jugada, sin piscina previa, con piscina final. Pero ocurrió algo, la conversación en la plaza derivó hacia el cansancio, hacia la obligatoriedad de la fiesta, hacia... y nos fuimos a casa. No aguantamos. Fracaso. Ese fracaso ya me acompañó durante el resto de los días. No hemos ido a la piscina el día 15. El día que estrenaba un polo chulísimo. Nada. Al día siguiente la charanga, esta vez con mi madre. Mi madre este año ha combinado la tradicional chumascada de la piscinilla con incursiones al mundo exterior. Ora charanga, ora piscina. En la charanga como una reina, siendo la más veterana del lugar, pero sin achantarse ante ninguna ronda y dejando bien alto el pabellón Juanes, justo ante una desconocida sobrina, la Irene, a la que saludamos y a la que le sacamos los parecidos rápido porque de eso se trata. Se parece, claro que se parece. También vimos al tito Martín, un encuentro minúsculo, casi insignificante, impropio de nosotros. Así que cuando la calor ya fue demoledor, nos fuimos y dejamos al Pako descolgado en la plaza y nos preparamos para la jarapada de la noche. Los jarapos con conejo, cinco conejos recién matados, cinco conejos desollados en vivo por nosotros mismos, con nuestras propias manos. La masa frita, el condimento, su poquito de canela, todo lo que lleva, tan rico. Para cenar. Una cena magnífica, ciertamente. Otra noche sin salir. El 17 se completó el día, tras la visita de mi prima Juani, con la tradicional actuación coplera en la plaza de Vilches. Una actuación breve pero que tuvo el contenido esperado. Mi pregunta es ¿Qué tiene la canción Garlochí que hay que cantarla todos los años? ¿El estribillo pan tostaíto migaígo con café la hace irresistible? No lo sé. Hubo cante y cuando acabó la cosa nos quedamos en la plaza más a gusto que todas las cosas, pero nuevamente no fuimos capaces de terminar en la Piscina. Ni tributo a El Último, ni el Maki ni tal, ni pascual. Nada. El último día, pues, hicimos lo que teníamos que hacer. Y así nos plantamos en el 18 con la intención severa de ir sí o sí a la piscina a terminar la noche como fuere. Previamente, por la mañana, fuimos a la Piscina pero a bañarnos, a tomar el sol, con mi señora madre que nunca jamás había ido a la Piscina a bañarse, aunque fue allí donde se casó. ¿Os hemos contado todo lo de su boda y tal? Otro día. Fotos de mi abuelo Quico serio como si le estuvieran llevando a un concierto de Pet Shop Boys. La mutación que estoy viviendo en Quico es reseñable. Mi tito Bibiano ya es una fotocopia, mi tito Antonio está en camino, mi primo Paco ídem, pero yo que soy más viejo que él... dios. Vimos salir a los asistentes al concierto de Paco Candela, que es un personaje que aquí en las Catalunyas no lo conoceremos pero que allí parece ser una autoridad en el canto agrocoplero. Agrocoplero como puede comprobarse en una canción llamada Los dos amigos en la que le canta a la relación entre un cazador y un conejo, que nos descubrió el Loren de las Olas y que es orfebrería pura de yo que sé, amigo, yo que sé. El conejo le pide que no le dispare porque tiene a su madre en la madriguera. Nos comimos unos churros con la Yolanda y el Antonio y  dimos por clausuradas las fiestas. Bares. Hemos intentado ir a todos los bares, pero los bares no han intentado que fuéramos nosotros a ellos. Ha costado ver abierto al Rafi, al Pichi, a Ginés. Hemos asistido a los Cazadores pero para mí los Cazadores quizás han perdido lo que le hacía atractivo, aquella mezcla de kitsch patriotero y contemporaneidad, ahora bien, las tapas son imbatibles. De la trilogía del cruce solo se ha salvado el Ágora, siempre firme en su compromiso con el cliente. Nuestro compromiso con las Olas se ha mantenido incólume y las visitas al Buen Gusto no han sido tan abundosas como otros años. No he ido a la Sartén y no lo he echado de menos. Hemos ido al Baesucci a comer. Ojo, a comer y comer bien. Bares, tapas, Úbeda, Sabiote y una visita a Sabiote que nos descubre un precioso pueblo con un Albaicín y un bar muy apañao y unos atardeceres brutales y unas vueltas al Mortero dignas de ser reseñadas de mejor manera pero no puedo menos que decir que una vuelta al Mortero, al cabo de los años, es lo que más te reconcilia con Vilches. Sin contar la Renfe, claro. Una Renfe que lo es todo y que es el punto por el cual somos la Estación y por el que no somos de Vilches. Ahora qué. Cómo os habéis quedado. Tanto canto a la patria y tanto rollo para acabar diciendo que soy de la Estación y que no somos. Bueno, nosotros nos entendemos. Somos y no somos, a vueltas con la identidad y con remanecer o no remanecer. Hemos visto al tito Manolo y lo hemos visto como más hecho, no sé, de alguna manera, más persona. Ya. Descoloca. Pero así ha sido. No hemos visto a su hermano, a Robin. Hemos visto a poquísima gente de aquella gente de la diáspora telefónica que un día decidieron que todos se iban a Barcelona. A vueltas con la emigración y los emigrantes y demás historias. Este año hemos tenido visita, una visita final para irnos a otro sitio y volver. Siempre me pasa que cuando viene alguien, algún colega al pueblo pienso que se va a aburrir, que no lo va a entender, que va a pensar que el pueblo es feo, que no tiene nada, que hacemos cosas aburridas. Vinieron Nacho y Eu y fuimos al castillo y atardeció con unas nubes espantosas y se configuró un tormentorro mayúsculo que nos obligó a irnos de la plaza para meternos en las Olas. Pero qué fotones salieron. Y al volver volvimos a la plaza y allí sí que hicimos una sentada buena y comprobaron que el dúo María y Marina es encantador y quizás entendieron que son esas pequeñas cosas, una postura bien chorreá, lo que nos lleva allí, lo que nos hace remanecer. Somos de un lugar o no somos de ningún sitio. Nacidos en un lugar pero con la sensación de que una parte de tu vida está en otra parte. Aunque de 365 días que tiene el año estés no más de 20 días allí. Me decía María que si yo no hablaba como hablan ellos con mis amigos. Le dije que no. Aunque se te escapen palabras, dichos, refranes. Yo no hablo como ellos. Aunque vosotros penséis que soy un puto español de mierda. En realidad no hablo como ellos. Ya soy, yo soy, otra cosa. Pero no soy de allí. Aunque remanezca. 

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