martes, 27 de agosto de 2024

Crónica de un viaje a Berlín. Alemania, no gracias


Ahora vengo yo a contaros un viaje a Berlín cuando ya hace dos semanas o más que tuvo lugar dicho viaje y la inmediatez del relato se ha perdido por completo, pero también leéis viajes de gente que se escribieron hace cientos de años y no os ponéis las manos a la cabeza o pensáis qué tiene este que contarnos ahora, aunque esto también lo pienso yo mismo en este preciso instante y lo he pensado también durante el mismo viaje a Berlín que ahora os comento, qué tengo yo que contar. Realmente poco, ya que comentando con otros turistas y con otros amigos que antes ya vinieron, hemos ido a esos mismos sitios y bares a los que ya habéis ido vosotros también y hemos escuchado básicamente las mismas historias y relatos que todos y todas vosotras ya habéis vivido. No hemos a ningún sitio novedoso, no tengo nada nuevo que aportar. Pero qué más da. Este viaje a Berlín surge como desquite de un viaje a Berlín que nunca pudimos hacer por mi torpeza durante la pandemia y surge también como una manera de rellenar huecos de un viaje anterior a Berlín realizado hace un montón de años, aunque no son tantos, con la Pepa, el Txispa, el Edu y mi hermano. Un viaje del que recuerdo las visitas a los museos, haber ido a un lugar donde hacían conciertos y que no sabría y no he sabido ubicar y haber pasado por el muro del Beso, antes de que el lugar se convirtiera en lo que es hoy. Porque resulta que el lugar en el que nos alojábamos está justo encima del muro del Beso, el East Side Gallery. Una sección grande del muro de Berlín que se decoró con murales y que visto hoy parece bastante cutre, los dibujos digo. Ni siquiera impresiona ya el del beso entre Honecker y Brezhnev, aunque yo tengo no uno sino dos imanes de aquel viaje en la nevera. Al parecer y con razón, a los berlineses no les hace gracia ese alojamiento, ese bloque de apartamentos. El turismo. Yo, con mi adhesión a las campañas contra la turistificación de todo lo que vemos y hacemos, en Berlín haciendo turismo. Porque turismo es lo que hacen otros y no lo que hago yo. Turismo es cuando vamos de bares y no cuando vamos a ver espacios vacíos, puros, virginales. Turismo es cuando le damos un sentido lúdico y no político a lo que hacemos las 24h del día. Turismo es cargarte el entorno por pasártelo bien y no turismo es que solo podamos ir unos pocos a unos sitios y llegar y encontrarnos solos y tener esa sensación de que somos los primeros, que no estamos dañando nada. que es nuestro. Yo que sé. Sea como sea, Berlín es una capital turística y más que turística una de esas capitales en la que casi todo el mundo o mucho mundo es de fuera. Desde la inmigración turca a los expats de todo tipo, lo que hemos visto en Berlín es que a principios de agosto, prima el guiri y tu escaso alemán es más que suficiente para tirar palante gracias a un poquito de inglés y poco más. Salvado el primer y no poco importante escollo de salir del aeropuerto y encontrar la estación de tren y el tren para llegar a Berlín, el resto del viaje no presenta complicación alguna gracias a una extensa y bien nutrida red de transportes públicos de todo tipo que te facilitan la estancia. Pero, ay, el viajero que quiere 'sentir' la ciudad. Patear un poco. Caminar nos viene bien, esto parece que está aquí al lado. No te ahorras las pateadas de rigor y así pasa lo que pasa. No esperéis en este relato hazañas relativas a discotecas, raves, techno, casas okupas, etc. A las once de la noche estábamos en casa absolutamente destrozados y con ganas de meter los pies en agua. El primer día, de esta manera, lo dedicamos a hacer un poco de guiri por el centro, visitando los lugares más así, Puerta de Brandenburgo, la estatua de Marx y Engels, la isla de los museos sin entrar en los museos, comer el primer bratwurst y las primeras cervezas. Por la noche, con el entusiasmo propio de la inconsciencia, quisimos ir a uno de esos emporios de la marcha que nos habían señalado en un mapa y a la segunda cerveza nos tuvimos que ir porque estábamos como zombies. Lo que no quita para decir que había ambientazo y que estábamos a dos pasos de Friederichshain, que nos habían dicho que era un barrio molón y al día siguiente hicimos el mismo trayecto pero con guía. Un guía que ya vi el primer día y al que ya etiqueté como 'tiene que haber sido de las juventudes comunistas' y que efectivamente no defraudó. Puerta, memorial, el falso checkpoint, edificios, el búnker, Alexanderplatz y la antena, el muro, la plaza donde quemaban libros los nazis, explicado desde una perspectiva no hollywoodiense tal y como se encargó de aclararnos varias veces. Como curiosidad, hizo una parada debajo de una tienda de Boss y me lancé a preguntarle si había sido adrede por lo de que Boss hizo el diseño de los trajes de las SS y me dijo que no, que esa historia era falsa. Leches. Me redimí cuando le pregunté si la Bebelplatz era por Bebel, el político socialdemócrata, y me dijo que era la primera vez que alguien le preguntaba eso y que era verdad. Si queréis seguir hacia delante con el relato y no os quedáis cegados con mi inmensa sabiduría, seguir acompañándome. Esa tarde hicimos nuestra primera aparición en Orianenstrasse, la calle donde están todas las cosas en Kreuzberg, que es el barrio que tienes que visitar. Un barrio enorme con mucha inmigración turca. Y movida cultural y tal. Kreuzberg, NeuKölln. Días más tarde hicimos la ruta por la Karl Marx Strasse desde Neukölln y moló muchísimo y comimos en un yemení y me equivoqué y me tuve que comer un platarro de hígado de cordero. El día del guía fuimos a comer a un lugar de comida alemana y no probé el codillo, pero sí la col fermentada para acompañar un bratwurst. Dos calles, Orianenstrasse y Warschauerstrasse. Y lo que hubiera alrededor. En eso ha consistido nuestro viaje. Preguntarnos lo que queráis. Alemania, no gracias. Esto venía en una postal que compramos con la cara de Marlene Dietrich con el uniforme del Ejercito de los USA y me hizo gracia. Porqué digo esto, si, por ejemplo, soy fan de la música alemana llamada Krautrock y me he comprado dos discos de Can allí, uno precisamente el día que nos encontramos con la Marina de Erc por allí que fíjate que sorpresa encontrarte con alguien el día justo que llevas la camiseta de la Ada Colau. Digo esto de Alemania porque lo del nazismo no se te va de la cabeza. Con la lectura reciente del libro sobre las SS, una visita al campo de concentración de Sachsenhausen te deja listo, aunque un trío de señoras valencianas se empeñase en decirnos que Sachsenhausen no vale nada y que mejor Auschwitz. Pero bueno. O ese grupo de españoles de la visita que echaron a faltar algo más de truculencia y morbo en las explicaciones. En realidad no tendría que decir Alemania no gracias, sino nazis hijos de puta. Pero es que el recuerdo de todo eso está tan ahí que aunque ahora mismo los alemanes sean más abiertos y más cosmopolitas y más de todo que todo, es que eso está ahí y ahí fue donde todo fue tan bárbaro y tan racional y tan frío y tan salvaje y tan científico y tan irracional que da pavor pensar que ellos lo hicieron como antes lo habían hecho otros o nosotros mismos. Más cerveza, visitas a los museos de rigor, también al museo Judío en plena ola de ataques genocidas de Israel hacia el pueblo palestino, aunque no tenga que ver y tenga mucho que ver y la visita al museo Judío te deja un poco yo que sé, como que no está bien exprimido, pero claro. Y también fuimos a Postdam y fuimos a ver el palacio de Sanssouci y antes habíamos estado mirando cosas de Federico el Grande y cómo los nazis lo quisieron hacer suyo y como décadas después la RDA puso de nuevo su estatua porque yo que sé. En total, que Berlin mola muchísimo, que iba a comprarme camisetas de esas contra el fascismo y al final se compró una Alba y yo no, que vimos tiendas de discos, bastantes, y me acabé comprando dos de Can y uno de Bob Dylan, el Selfportrait, tela marinera. Y hablando de música, el segundo momento glorioso lo viví el último día, subiendo al ascensor, cuando se metieron con nosotros dentro una pareja de padre e hijo, más altos que la antena y por hacer algo me puse a silbar Sunny Afternoon y el chavalito que tenía pinta de skater, de manera absolutamente sorprendente, terminó de silbar la parte de waiting for a sunny afternoon... mágico. Que bebimos cerveza a troche y moche, que disfruté de cada paseo en metro, de cada paseo en lo que se parece al metro y no lo es, de cada paseo en tren, en autobús, de cada estancia en una estación de metro al aire libre o cubierta, de cada paso de peatones, de cada acera, de cada cafetería, de cada Spät, de cada centro cultural que no vimos y de los que vimos de chaspi como el centro JAAM o aquel que estaba en un techo de un gran almacén y que pasamos de entrar, del Spree y del recuerdo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt tirados al río por los infames Freikorps en 1919 y preguntándote si fue allí, o fue allí, o fue allí, de la calle Rudi Dutschke y con Ulrike Meinhoff en la cabeza, de cada comida marrana que nos metimos en la boca, del mercadillo de segunda mano, de cada tienda de segunda mano y de cada chaqueta de chándal que no me compré, del karaoke, de que lloviera, de que hiciera sol, de que por las noches nos tapásemos con un edredoncito, de no entender nada de la tele alemana, de los bares de punkarreo que parecerán muy modernos y a mí me parecen ya un poco pasados, de Berlín y de los alemanes, de las pegatinas en los bares, de cada historia de cada edificio, de cada Stopelsteiner, de todo lo que pudiera ser historia y de lo que es presente y futuro de una ciudad que me parece alucinante y a la que habría que ir cada cierto tiempo para ver cómo sigue evolucionando o se acaba de hundir en la ciénaga que le da nombre.  

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