lunes, 29 de octubre de 2012

El gran desgraciado europeo XIX

No es el primero ni el último que lo haga. Que por amor seas capaz de hacer aquello que no quieres, que deploras. Que por despecho, por el placer de jugársela a quien te ha hecho daño, seas capaz de renunciar a tus principios más irrenunciables. Pues eso le pasó a Antas Nekermann, como le podía haber pasado a cualquiera de ustedes. La Cholita Garrigosa había llegado a Chihuahua y en su primer encuentro con un grupo de revolucionarios, se enamoró furiosamente de uno de ellos, del bigotudo Rómulo Remírez 'El Gato'. Y dejó con un palmo de narices al bueno de Antas Nekermann, que encandilado por el encanto de la Cholita y por la común pasión revolucionaria, había decidido largarse de aquel caserón de su amigo Kiss para emprender la aventura guerrillera nuevamente.
Ante sus ojos, Antas veía como la Cholita se echaba en brazos de aquel hombre, y de súbito, su pasión revolucionaria se tornó en despecho furioso. Pasó una noche envuelto en un mar de dudas, cargado de odio, preguntándose cómo había podido abandonar aquella pacífica vida en la Casa Besogrande y haberse entregado a aquella mujer que ahora le dejaba colgado. Al día siguiente, fue al acuartelamiento en el que se encontraban las tropas del Gobierno y les ofreció su ayuda para atrapar al grupo del bigotudo Rómulo Remírez. El comandante de aquel destacamento, un hombre esmirriado, pachucho, que llevaba siempre un pañuelo en la mano para sonarse la nariz víctima de un constipado perpetuo, se llamaba Antonio Ibañeta. Y juntos, Nekermann e Ibañeta, se convirtieron en el azote de los revolucionarios en aquella parte del país. Siempre de parte del Gobierno, primero dieron caza a los bigotudos de Rómulo Remírez y, como la Cholita ya no se encontraba con ellos, siguieron con su búsqueda de subversivos. Antas Nekermann creyó en un principio que lo que hacía era simplemente buscar a la Cholita, y que una vez que la encontrase, se quedaría con ella, la obligaría a recapacitar y ver que él era mejor que todos esos revolucionarios bigotudos con los que se encamaba. Pero con el paso de los meses, y como quiera que no encontraban a la Cholita Garrigosa por ninguna parte, que siempre se les escapaba, Antas Nekermann descubrió que le encantaba estar de parte de los que ganan.
Es una sensación difícil de describir para quien hace de su oposición al sistema, a los valores, al poder establecido, su modo de vida. De repente, descubrir que el que manda tiene razón, que esa razón se puede imponer por las bravas con total impunidad. La impunidad. La impunidad de saber que lo que haces no tiene contrapartidas. Que mato, robo, estafo, hago daño, y no pasa absolutamente nada. Que el que manda tiene razón, que está todo bien, que se joda el que no esté de acuerdo. Que no levante la voz. Que se calle. Que se calle.
Antas Nekermann se lanzó como una fiera por el norte mexicano buscando elementos revolucionarios. Pero la Revolución Mexicana avanzaba, y el curso de los acontecimientos era contrario a los nuevos principios que Nekermann había abrazado. Sin embargo, como todo el mundo sabe, la Revolución termina con un si pero no. Y ahí estaban Nekermann e Ibañeta. De perseguidores de subversivos, a nuevas autoridades de la revolución con Obregón. Qué cosas. Y qué. Antas Nekermann, se había mostrado como un gran conocedor de la mentalidad del subversivo, y sabía qué debilidades tenía, qué pensaba, cuáles podían ser sus fallos. Porque eran los suyos.
Ya había conseguido olvidar a Cholita Garrigosa, ya había terminado la Revolución y la misma Revolución le nombraba Inspector de la Seguridad Estatal, para la vigilancia de quien se descarriase demasiado. Se había convertido en un perseguidor de los suyos. Le daba igual. Todo.
Hasta que un día, en un baile ofrecido por una autoridad local en un pueblo de ese norte que ya había hecho suyo, se presentó la Cholita Garrigosa del brazo de un ricachón de los contornos y Antas Nekermann se sintió otra vez desengañado. Quería que Cholita hubiera huido por demasiado revolucionaria, que se hubiera vencido, y no. La encontraba ahora en su mismo bando. Había renunciado a su vida de tuerto desgraciado por el triunfo, por sentirse ganador, y de nada le servía.
Sacó un revolver y lo apuntó al corazón de la Cholita. Pero falló y mató al ricachón. Infortunio.

3 comentarios:

  1. Bueno, por lo menos no mató a la Cholita, eso ya hubiera sido, a parte, de amor egoísta, exterminador. No lleva a ningún lado. Lo mejor, olvidarse de la Cholita Garrigosa.

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  2. Virgen santísima! Lo dejo a usted un ratito de nada y cuando vuelvo ya va por el capítulo 19. Qué barbaridad. Y como le parecía poco Europa, ahora se va a Chihuahua. No se puede decir que no viaja usted en sus relatos.
    Madame Yolanda ya está en disposición de montar su propio despacho como consejera sentimental. O tal vez un programa radiofónico, no sé.

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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  3. Vaya un dramón de un desubicado. Uff. La suerte nunca está al lado del perdedor aunque este se crea que está en el bando correcto.
    Un abrazo

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