jueves, 7 de marzo de 2013

Sonata Número 4 (y final)

Es un dato ciertamente conocido por todo el mundillo clásico europeo y norteamericano que, cuando Obelísimo Trampantonio realizó la primera gira por América Latina al frente de la Pequeña Orquesta Timorata presentando la Sonata Número 4, sufrió un bajón de creatividad que le llevó a pasar más de diez años apartado de la música y de cualquier manifestación cultural, retirándose a una villa solariega a orillas del lago Como y viviendo de la rifa, como aquel que dice. ¿Qué le ocurrió a Trampantonio, al maestro Obelísimo Trampantonio, para verse ante semejante bache creativo?
Muchos quieren encontrar una respuesta a este descalabro en un concierto que Trampantonio y su Pequeña Orquesta dieron en el Auditorio José Néstor Pekermann en una ciudad perdida del Chaco argentino. Tras haber triunfado con bastante buenas críticas en Colombia, Venezuela, Perú y Brasil, hicieron una primera presentación en Resistencia antes de pasar a Buenos Aires, saltar a Montevideo y volver a Europa. Bien, el Auditorio en el que representaban un programa basado en extractos de diversas obras de Obelísimo Trampantonio junto a algunas piezas de Bach que consideraba el maestro que siempre quedaba uno de pie interpretándolas. Para finalizar, la Sonata Número 4. El mismo programa que habían interpretado en el resto de capitales.
La representación ante un público que sudaba tinta china porque se encontraban en la época en la que un calor de dos mil demonios azotaba el Chaco de tal manera que si uno salía a la calle podía ver borroso como en esas películas en las que cuando hace mucho calor ponen la cámara así como al lado del asfalto y se ve borroso. Pues así. Un calor de acabarse del calor. Con la particularidad de que el aire acondicionado, la refrigeración o lo que tuviera aquel escenario, que tampoco era tan viejo, estaba estropeado.
Se interpretaba una de las piezas más queridas por Obelísimo Trampantonio, la obertura de su 'Oratorio de Chekermaister', cuando en un momento en el que los miembros, pocos, que para eso era una pequeña orquesta, del coro comenzaron a bisbisear una de las partes en la que decían 'mirad a Chekermaister cómo va a pedir otra', Trampantonio se dio cuenta de una cosa.
Los abanicos. El sonido de los abanicos chocando contra los cuerpos, contra los pechos, contra los brazos, contra ellos mismos, abriéndose y plegándose. Otros muchos antes habían descubierto el placer de la música concreta, de la musicalidad de cualquier cosa, pero Trampantonio cayó del caballo allí mismo. Ese sonido acompasado, por el que tanto las señoras, como algún que otro caballero, parecían llevar al unísono un mismo ritmo, le cautivó.
Y pensó 'si esto lo hace la gente sin proponérselo, a qué nos ponemos nosotros a crear lo que puede surgir por sí mismo'. Concluyó la representación y se llevó unos buenos aplausos. Pero una actitud desmayada por su parte arruinó el resto de la gira. Volvió a Europa y se recluyó donde te dije, con la compañía de su esposa y cantante Chelo Santaespina.
Sólo 10 años más tarde reapareció sin que nadie lo tuviera en cuenta con una nueva composición que tituló, paradójicamente 'Sonata Número 4 (y final)', con un planteamiento casi idéntico al de la Sonata Número 4 original y que vayan ustedes a saber porqué, tuvo un éxito atronador.
Pero eso ya lo contamos otro día.

2 comentarios:

  1. Bien está lo que bien acaba. Felicidades por tu exhaustivo trabajo. No es fácil narrar una historia en cuatro capítulos y dejar la puerta abierta.
    Un abrazo

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  2. Trampantonio finalmente dio con el secreto. Supongo que fue ahí donde se volvió gordo. De satisfacción.

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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