jueves, 28 de marzo de 2013

El cartón de jazz

Ante las sucesivas derrotas que la vida le iba infligiendo, Forrester McFarrell, decidió que era el momento de dar un enérgico golpe de timón y, haciendo caso a la propaganda oficial que hablaba de futuros esplendorosos, oportunidades únicas, superación y progreso, se largó a California con la intención de triunfar en lo que fuera.
Linotipista sin haber ejercido jamás de linotipista, Profesor de Lenguas Muertas sin conocer ninguna de las lenguas que aseguraba enseñar, Doctor en una Medicina que no había conseguido paliar el dolor de nadie, Forrester había consumido sus energías en el inhóspito territorio de Nebraska intentando asentarse como profesional liberal sin conseguirlo. Su novia, la señorita Leslie Petrinssen le había abandonado por un guardarraíles de Omaha, al que había considerado si no más atractivo, si más formal que Forrester.
El caso es que nos encontramos a Forrester McFarrell en la por entonces próspera y dorada California. Hablamos de los primeros años del siglo XX, época en la que comienzan a aparecer industrias tan azarosas como la del cinematógrafo o la canción y que vieron pasar por sus entrañas a muchos personajes que llegaron a lo más alto, cayeron a los más insondables pozos, o bien, ni una cosa ni la otra.
Forrester McFarrell se presentó en el teatro Chistanooga de San Francisco para hacer una prueba como cantante para un espectáculo titulado 'El alegre buscador de oro', y fue sacado a patadas del teatro al sacar una voz cazallosa y derrapante que espeluznó a los jurados. En el salón Fierita de Sacramento, fue sacado a patadas al cantar una tonada desconocida llamada 'El coño de la Bernarda' que ingenuamente le habían enseñado unos emigrantes que si no eran mexicanos hablaban un idioma similar. En el salón Toppleheimer ya en Los Ángeles fue invitado a salir a patadas del escenario al pretender interpretar con una lata vacía una variante del himno nacional.
Hasta que llegó al Teatro Musical Cien Mil Osos de la ciudad angelina y pidió, como último recurso poder interpretar un número que había oído interpretar a unos amigos de Louisiana durante una travesía hacia Chicago. (toma tópico)
Forrester se subió al escenario y con un trozo de cartón a modo de instrumento percusivo y la palma de la mano tocando sobre ella para lo que te dije, así como colocándose en la boca su mano libre haciendo hueco para que las palabras saliesen con otro tono de la cavidad, entonó una especie de recitado en el que comentaba lo bueno que era en la cama, lo mucho que su nena le quería, lo idiotas que eran los otros -unos 'otros' que no especificó quiénes eran-, el coche tan guapo que tenía en la puerta, el diente de oro que le brillaba en la boca, el respeto, el respeto, el respeto, el respeto, el respeto, su enorme sexo, y un enorme deseo de paz para todo el mundo junto con enormes deseos de sacar su pistola a pasear.
Sin duda, los propietarios del local se quedaron boquiabiertos ante aquel número y no supieron cómo reaccionar hasta que el vigilante de la sala Froindheim Fastenrath, subió encolerizado al escenario y sacó a patadas a Forrester del mismo.
Forrester salió del local con el cartón en la mano. Una vez fuera, aturdido, leyó lo que el cartón tenía escrito: Con Zapatos Cherrington, pise prósperamente. Tuvo una idea.
Pidió volver a hacer la prueba, por el amor de Dios, y acompañó el sonido del cartón con el de sus pies y, cosas del espectáculo y azares del arte, fue estrella del Teatro Musical Cien Mil Osos, el Wheels Colosseum, el Trinity Oh Opera y otras tantas salas durante años hasta que se retiró. Hoy el Cartón de Forrester se ha perdido como número y no hay grabación alguna de lo que significó, pero las crónicas hablan de algo inenarrable que provocaba, principalmente, temor en el público.
Forrester McFarrell murió a los 87 años sin saber realmente cuál había sido su profesión en ningún momento.

2 comentarios:

  1. El hombre prometía desde un principio, lo que pasa que era un genio incomprendido. Menos mal que por lo menos consiguió ser estrella de algo, aunque no supiera cuál era su profesión. Eso es lo de menos.
    Todos deberíamos calzar zapatos Cherrington.

    Feliz fin de semana, monsieur

    Bisous

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