jueves, 30 de mayo de 2013

Círculo Projorelov II

No lo conocí entonces y lo conozco ahora. Veladio Urceta. Cuentan que fue uno de los fundadores del Círculo Projorelov y que se desvinculó de él hace tiempo por serias desavenencias con alguno de los miembros del mismo que posiblemente tuvieran origen en una desmedida afición a contar viajes que otros habían hecho atribuyéndoselos a él mismo. Él juraba y perjuraba que no, que esos viajes eran suyos, que él había estado y que él había vivido exactamente aquello que contaba pese a que los oyentes eran, realmente, los protagonistas de una historia que ya habían vivido en sus carnes. Los mismos caminos, los mismos puertos, los mismos labios carnosos de mujer morena, todo igual. Siendo yo ya miembro activo del Círculo Projorelov, se nos presentó un día un señor mayor, muy mayor, que de ninguna manera parecía un posible candidato a pertenecer al Círculo Projorelov. Era Veladio Urceta, que venía a preguntar ‘para volver a apuntarse’. Como quiera que hacía ya muchos años de su turbulento abandono, decidimos hacer borrón y cuenta nueva e inscribirlo nuevamente como miembro. Incluso le pedimos que dedicase un día, qué narices, una semana a contar qué aventuras había vivido durante todos esos años que había estado apartado. El señor Veladio Urceta estuvo de acuerdo y quedamos en que a la semana siguiente vendría a darnos una serie de conferencias sobre sus viajes.
El día convenido, Veladio Urceta, apareció muy atildado y con una vieja agenda o bloc de notas bajo el brazo y tras pedir que durante todo su relato estuviera siempre a mano una botella de vino blanco bien fresquita, se dispuso a contar sus historias. 
Abrió aquel bloc de notas y:
- El primer día nos contó que había intentado atravesar andando el desierto del Taklamakan, sin más ayuda que un par de camellos que llevaba para transportar vituallas varias y sin compañía humana, pero se dio cuenta de que, en llegando al punto de partida, aquel era un desierto frío y que los camellos iban a servir de poco. Vendió los camellos a un grupo de gitanos y se dispuso a la travesía, en la que empleó dos años, se casó con una nativa, estuvo con ella seis meses, vivió con los lugareños y sin saber cómo un día se encontró andando de nuevo hasta que llegó al punto de llegada. Exactamente el mismo relato de viaje nos había hecho Dorada Feriantez, esposa del señor Feriantez, pero ella sin boda con lugareña sino tórrido romance con un uigur de dientes de oro. Todo lo demás era igual. Nos escamó.
- El segundo día narró con todo lujo de detalles una estancia de meses en Djibouti, con sus excursiones a Etiopia, a Somalia, su búsqueda del Arca de la Alianza, una pelea a muerte con un descendiente de la reina de Saba, su iniciación en los ritos de los judíos etíopes y toda suerte de viajes en barquito velero por el océano Índico gracias a haber trabado amistad con un pirata arábigo de nombre difícil de recordar. Su relato era, punto por punto, igualito al que nos contó en su tiempo y está registrado como todos en nuestra biblioteca, la señora Frederica Frederiquez, viuda del magno y emérito miembro del Círculo Projorelov, don Frederico Gómez. Dos escamaciones seguidas.
- El tercer día, churrepeteando desaforadamente la copa de vino, nos contó con los ojos encendidos, un viaje terrible por la baja Andalucía, a lomos de una mula torda, durmiendo entre olivos, platicando con los serranos, trabajando en cortijos, toreando desnudo a la luz de la luna lunera, tocando la guitarra junto a unos gitanos y enamorándose de una morenilla de nombre Conchuela y escapando por los caminos con ella mientras la Guardia Civil los perseguía sin descanso. Ni que decir tiene que excepto por lo de la Conchela, que en el caso del relato de la señora Pomponia Feréstega se llamaba Inmaculado, el cuento era el mismo que el de dicha señora nos contó en su día. 
. El cuarto día, y definitivo, don Veladio Urceta nos estaba contando que había congeniado con una tribu de tuaregs que le iban a enseñar las ruinas de una antigua ciudad romana construída casi en el Senegal cuando entre el público doña Serralada Felgueras se levantó hecha una furia y le gritó 'ladrón!', y tuvimos que suspender la conferencia. 
Don Veladio Urceta, cuando doña Serralada Felguera le espetó lo que le espetó, entornó sus viejos y cansados ojos y susurró... 'qué hermosa está doña Serralada'. 
Cogió su bloc de notas y se largó y nunca más lo vimos en el Círculo Projorelov. 

1 comentario:

  1. Que interesante círculo y atípico. Auténticos personajes de novela.
    Un abrazo

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