jueves, 2 de mayo de 2013

Juan Francisco Arrestarazu. Tropiezo redentor

Terminada la guerra del Chaco, se dio el caso de que no todos los combatientes volvieron a sus casas. La experiencia de la guerra, contrariamente a lo que se pueda pensar, es gratificante para muchos que no tienen otra experiencia que vivir y no son pocos los 'veteranos' que fabrican una imagen mitificada de la guerra, heroica, viril, sana, alejada de las penurias, calamidades, hambre, barbarie y no nos olvidemos de la muerte que causan. Juan Francisco Arrestarazu, boliviano de Santa Cruz, fue alistado para combatir contra el Paraguay en aquella guerra de titiriteros y, pese a intentar tirar adelante con devoción su pequeña parcelita que no le daba para mucho, como tampoco se lo daba la vida familiar, ni tan siquiera perder el poco tiempo y la poca plata de la que disponía en el galpón, acogió con algo que él no sabía qué era pero podríamos llamar esperanza.
Su vida como soldado no fue muy distinta a la del resto de soldados de ambos bandos. Sol, calor, penurias, sed, hambre, masacres, asaltos, trincheras, calor, humedad, calor, sequedad, muerte, muertos, más soldados, más avances, más retiradas... un auténtico desastre para quien ha vivido las comodidades de una vida digna, y que tenga dos dedos de frente, pero la maravilla más alucinante que un ente vivo puede disfrutar si sus luces son escasas y prefiere cualquier cosa antes que ser buena persona. Juan Francisco Arrestarazu no se encontraba sólo. En las charlas junto al cazo en el que les daban la comida, otros personajes sombríos, alucinados, terribles, como él, se daban la razón en que el día había sido bueno, que los de arriba no debían rendirse, que los de arriba eran unos blandos y que si fueran como ellos, la guerra estaría ganada. En el bando paraguayo, seguramente, se daban las mismas conversaciones. Unos a otros se repetían hazañas, inventadas o imaginarias la mayoría, escuchadas a otros soldados, asaltos, violaciones, detonaciones, miembros despedazados, qué alegría.
Pero un día, la guerra termina y Bolivia no ha salido muy bien parada. Desmovilización y vuelta a casa. Pero Juan Francisco Arrestarazu y otros veinte compañeros, deciden que para ellos la guerra es lo único que importa. Estar en guerra. Siempre. A cualquier precio. No saben qué han de hacer para seguir peleando... por lo que deciden lo siguiente. Se dividen. Unos serán los Tigres y otros los Leones. Juan Francisco Arrestarazu comanda los leones. Ambos bandos se reparten una amplia zona que bordea la frontera del Paraguay porque esa es la región que mejor conocen y de la que no quieren separarse. Chaco.
Todavía armados, asaltan los leones un pequeño poblado pobrísimo, que en los mapas corresponde a los Tigres. Fusilan a los habitantes. Vuelven a la hoguera a contar sus hazañas. Los Tigres de Arrestarazu por su parte, se encuentran un día con un campamento del Ejército y deciden ir a ellos para convencerles de que la guerra continúa y de que esa guerra nunca tiene por qué acabar. Guerra eterna, porque no hay otra cosa que hacer que la guerra. Algunos soldados, aburridos de hacer guardia y con ganas de sangre, se alistan en esa nueva guerra. Los oficiales, aburridos, dejan hacer.
Juan Francisco Arrestarazu ha doblado sus fuerzas respecto a los Leones. El día de la Ascensión de la Virgen a los Cielos, proclama que es la hora de un asalto furioso contra los Leones y marcha con sus hombres hacia el campamento enemigo cuando en un pastizal, Arrestarazu tropieza y cae al suelo. No es la primera vez que da con sus morros en el pasto, pero algo ha pasado. Arrestarazu cree que ha sido la Virgen quien le ha hecho tropezar. El sol le da en la cara, mal asunto. Dice que ha visto a la Virgen y que no les queda otra que aplazar el ataque. Pero sus compañeros ya están en harina y deciden seguir. No le hacen caso y siguen adelante, proclamando como nuevo jefe a Fulgencio José Sanchidrián, que se lanza adelante con un machete y un pistolón en la mano gritando 'ni virgen ni dolor, muerte, muerte y muerte'.
Juan Francisco Arrestarazu, mientras camina solo por los caminos ese mismo día, deteniéndose en cada árbol que encuentra a rezar, es arrestado por una patrulla del Ejército que ha ido a ver qué pasa por la frontera y si siguen existiendo exaltados que quieren hacer la guerra por su cuenta. Juan Francisco Arrestarazu les cuenta que ha visto a la Virgen y que hoy no puede guerrear, pero que mañana está dispuesto a seguir con la lucha. Los soldados, que tienen orden de fusilar a quien intercepten de la banda de los leones y los tigres, hacen lo propio con Arrestarazu, que consigue, para pesar de los lectores de buena fe que lean esto, una muerte ansiada.

2 comentarios:

  1. Si ya cuando la virgen le echó la zancadilla se veía venir que iba a por él. Tenía que acabar mal el hombre.

    Ahora bien, el grito de Sanchidrián yo me lo apunto para esos momentos de estampar vajillas contra la pared.

    Feliz día, monsieur

    Bisous

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