jueves, 16 de enero de 2025

En la muerte de David Lynch


Una persona se levanta por la mañana, desayuna, sale de su casa, busca su coche, va a un sitio, se encuentra con alguien, hablan, discuten, vuelve a su coche, regresa a su casa, come, quizás ve la tele, vuelve a salir por la tarde a trabajar en un almacén, de madrugada vuelve a casa a dormir. Esto puede repetirse a lo largo de toda su vida, o puede que no ocurra nunca más. Puede que no haya ocurrido nunca. Puede ser todo. En una película de David Lynch puede ser que esto sea parte de algo, o de nada, que tenga un interés transcendental en toda la historia, puede que sea la historia, pero puede ser algo accesorio, o imaginado, o imaginado por alguien que está en la historia y que explique el resto de la historia. O nada. O que no lo hayamos entendido. Se ha muerto David Lynch con 78 años. Esto es lo que tenemos claro. David Lynch, el director de cine estadounidense, con títulos en su filmografía que todos conocéis y que todos habéis intentado entender alguna vez, ha muerto. Recuerdo cuando comenzaron a emitir Twin Peaks en Telecinco. Nunca vi ni un episodio. Y sabía que había una ola de seguidores de la serie que se devanaban los sesos intentando averiguar quién había matado a Laura Palmer, pero por entonces yo vivía en casa de mis padres y no parecía haber ni interés ni ánimo como para ponerse a entender algo que no parecía ir con nosotros. Es tiempo después cuando llego a ver algunas de sus películas, es decir, yo ya no era ningún crío. Y el impacto que te produce ver Mullholand Drive, Carretera perdida e Inland Empire, así casi seguidas, prescindiendo de la peli de Twin Peaks, o de El hombre elefante y dejando a un lado una película preciosa que es precisamente la antítesis de todo lo que es el cine y el mundo de Lynch como es Una historia verdadera, el impacto digo, la enseñanza principal, es que una persona que se levanta por la mañana, desayuna, sale de su casa, busca su coche, va a un sitio, se encuentra con alguien, hablan, discuten, vuelve a su coche, regresa a su casa, come, quizás ve la tele, vuelve a salir por la tarde a trabajar en un almacén, de madrugada vuelve a su casa a dormir, todo eso, todo eso no es, no tiene porqué ser así, esa persona puede que repita eso veinte mil veces, pero hay una en la que no lo hace, varía, o se pierde, o se muere y ya no importa, nada importa y las historias no tienen porqué tener un principio y un final, no tienen que tener un desarrollo, porque el desarrollo y la linealidad y salgo de A y llego a B y por el camino me pasan cosas, es que eso no tiene porqué ser  así, porque en realidad eso no es así y lo que nos parece fantástico, irreal, una flipada incomprensible, conejitos planchando, conejitos bailando, el enano detrás de la cortina, la oreja en la hierba, la chica de la que te enamoras que es la chica de la que te enamoraste y que ahora no es esa chica o ya no te conoce o es otra persona y te van a matar y tus padres diciéndote nosequé porque no les entiendes y da igual. Porque es que da igual. Porque las películas, las historias comienzan y te centras y te focalizas y dices, esta vez no me va a pasar, esta vez lo voy a seguir todo, no me la van a colar y a la media hora el director ha decidido que le da igual, que eso que estaba contanto no es lo importante o ya lo ha contado o vete a saber. Más recuerdos idiotas: tuve una profesora de Semiótica, repetí la asignatura tres años porque era incapaz de entender qué quería de nosotros aquella mujer, que era admiradora de Lynch y aunque yo no entendí nada, se me quedaron cosas como por ejemplo ver Carretera perdida y entender lo de la narración en espiral y aunque digo entender la narración en espiral, en realidad digo narración y yo no sé porqué digo narración y no digo otra cosa. Quizás porque no alcanzo a más y por eso repetí tres años la asignatura. Pero eso lo entendí. Que un producto narrativo, que una historia, que un cuento, que un relato, no tiene porqué obedecer a una estructura de planteamiento, nudo, desenlace y tramas y subtramas que desembocan en un final sino que todo puede ser que ya esté dicho y lo que estamos viendo sea algo que pudo haber pasado o imaginado o escrito por alguien que interpreta lo que está sucediendo. O vete a saber. Nadie, y digo nadie, ha vuelto a hacer películas, a contar historias, como las ha contado David Lynch. Nadie ha vuelto a recrear un mundo tan particular como el suyo sin importarle un pimiento lo que tú o aquel o millones de personas puedan entender. No sé si alguien lo volverá a hacer. No sé si el mundo tiene ya paciencia para entender o dejar de entender algo así. Esta noche, si tienen tiempo, déjense llevar a Inland Empire, piérdanse en un incesante deambular de imágenes y situaciones que quizás no le encajen a usted, ni a ti, ni a mi, en ninguna parte, en ninguna narración previa, en nada, pero déjense llevar. Y luego, mañana, por la mañana, salgan de casa, preparen el desayuno, salgan de casa, discutan con alguien, cojan el coche, asesinen a un conejo, vean en televisión que un concejal de un pueblo ha sido atrapado borracho haciendo tocamientos a una menor y que se ha librado de la cárcel porque un juez con cabeza de conejo ha dictado sentencia, beban en un bar, enamórense de aquella camarera, confúndala, váyase a la mierda. Que todo se vaya a la mierda, en definitiva. Pero no dejen de contarlo. Cuéntenlo, como sea. Descanse en paz, David Lynch.

No hay comentarios:

Publicar un comentario