martes, 29 de septiembre de 2015

Chaco

En la guerra del Chaco. Carta de Sebastián José Darrigobeitia a su prometida Estefanía María Vélez. No sabemos si son paraguayos o bolivianos.
'Queridísima Estefanía, primero he de confesarle que si en algún momento olvido que existe usted, que mis quehaceres me obligan a emprender una labor o un asunto que hace que mi mente, por un instante, no siga la senda de su presencia siempre presente, me mareo y he de recabar en el suelo con mis huesos y mi cuerpo todo. Es así, queridísima Estefanía que este amor me ha calado tan y tan hondo que mi físico se resiente ya no de no verla si no de no pensarla siquiera. Sea dicho esto como descargo de todo lo que le voy a contar a continuación, porque entenderá, amor de mi vida y de mi todo yo, que se me hace muy difícil la vida si usted no se encuentra, en cuerpo o en espíritu, en torno a mí. No he conseguido entrar en combate en ninguna ocasión. No podré contarle a usted, como no le he podido contar por carta, ninguna hazaña gloriosa protagonizada por mí. No he podido de ninguna manera entrar en contacto con la acción, ponerme a prueba y medirme como hombre, o, al menos, como esos hombres que deciden medirse como hombres con la muerte de por medio. Pero es que, ay, queridísima Estefanía, yo no me mido así porque, ay, si pienso en el combate me paralizo y ya no está usted presente dentro de mí y ya le dije que me encontraba entonces trastornado y no soy de fiar. En el regimiento, el sargento Saracíbar me puso el apodo de 'el dulce enamoradito' y así me he quedado hasta ahora mismo. Como dulce enamoradito que no podía combatir porque se encontraba mal si no era capaz de hallar su rostro en alguna parte de su aturullada mente. Y así, como ha comprobado en mis misivas, le he explicado cosas tan poco viriles como el color de los uniformes que nos distinguen del enemigo, los distintos tipos de cartucho que existen, la comida que nos ha alimentado, los tipos humanos que llegaban algunos de la sierra, otros de la llanura, algunos de la ciudad, y que me han servido para conocer a tanta gente que a veces pienso que si esto es solo una porción del mundo qué debe ser el mundo todo de tanta gente como debe haber y a veces he pensado que me gustaría ver todo ese mundo junto a usted, querida Estefanía, y como es usted parte de ese pensamiento, no me mareaba ni me encontraba mal. Y no he recibido castigo alguno por este motivo de no entrar en combate, por la sencilla razón de que el teniente Espeluy es profesor universitario de literatura y gusta de leer y dijo un día que mi comportamiento tan sensible merecía ser respetado como el de antiguos enamorados que existieron en la Europa de la que vinieron mis padres y presumo que los suyos también querida Estefanía. Y así, unos dicen que como broma y otros que como experimento, consiguieron hacer que montara un fusil y un ametrallador, cogiendo una fotografía de usted y ampliándola y poniéndomela delante mediante un complejo juego de luces y pantallas que fue muy celebrado por el mismo coronel Uribarri, y el mismo coronel Uribarri me sacó este retrato que le envío de mí mismo con el arma montada y bien satisfecho. Y si le digo que con esos chanclos tengo frío en los pies no le estaré mintiendo de ninguna manera. Y si le digo que ya tengo ganas de que la guerra acabe y dicen que ya queda poco y eso debe ser cierto porque yo veo que aquí ya hacemos poco y yo mucho menos, si le digo, como digo, que quiero que esto acabe es para dejar de marearme y trastornarme y gozar de su presencia de manera directa y como usted ya sabe. Con todo mi amor de soldadito enamoradito... su Sebastián.'

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