Cuando salía de la fábrica, Hashiba caminaba los dos kilómetros que la llevaban hacia el piso donde vivía pensando en su madre. Su trabajo en aquella fábrica era mecánico y repetitivo, no le daba tiempo a pensar en nada, no podía tampoco hablar con nadie, con ninguna de las trabajadoras que compartían con ella el turno y que seguro que tenían historias más o menos parecidas a la suya. Escuchaba de vez en cuando hablar en su idioma y le parecía que eran ecos de las conversaciones que escuchaba en su tierra natal. Cuando iba de camino a su piso, a la habitación del piso que compartía con un matrimonio español y un joven estudiante alemán de provincias, pensaba en su madre. Su madre había muerto hacía diez años. Hashiba llevaba en Alemania desde hacía ocho meses. Pero el recuerdo de su madre era vívido, como si la estuviera esperando en la puerta cada día después de trabajar y hablase con ella. Pensaba en ella y le comentaba cómo le había ido el día. Su madre escuchaba todos los días atentamente el relato cansado de Hashiba.
Aquel día, sin embargo, Hashiba notó a su madre ausente. Ella hablaba y comentaba que había tenido un problema con una máquina y que el encargado le había echado la bronca. Ninguna compañera se había acercado a consolarla. Estaba triste y su madre no parecía estar escuchando. Cuando llegó a su casa, el matrimonio español la llamó y le dijeron que se iban del piso, que habían encontrado otro pequeñito para irse a vivir allí, que estaban esperando un hijo y que les iba a faltar espacio. Le preguntaron si quería irse a vivir con ellos, que aunque el piso era pequeño podría haber una habitación minúscula para ella y podría ayudar con el niño pequeño. Hashiba se quedó en shock. Les pidió aquella noche para pensárselo.
Durante la noche, Hashiba sintió un olor muy fuerte. Su madre estaba a su lado, durmiendo. Olía mucho a sudor. Hashiba sintió una tristeza muy grande. En un momento, su madre se giró, la miró y le dijo 'piensas demasiado'. Y se volvió a dormir. Hashiba también se durmió. A la mañana siguiente Hashiba les dijo a Pedro y Carmina que prefería quedarse allí y buscar a alguien más para compartir el piso, que yendo con ellos se convertiría en algo así como una criada, que se lo agradecía muchísimo pero prefería buscarse la vida. Y fue a hablar con el estudiante, Joseph. Joseph era un muchacho bastante nervioso, un tanto torpe, deslumbrado por la vida de la ciudad, atolondrado y al que se le notaba que lo de estudiar no iba a ser su camino. Hashiba le comunicó en un alemán muy pobre la situación. Joseph le dijo que ya lo sabía, que los españoles habían hablado con él. Joseph, además, le dijo otra cosa: ya que te tengo delante, me gustaría decirte que abrieras las ventanas de tu habitación, huele muy mal.
Hashiba se quedó paralizada. Fue a su habitación y comprobó que las ventanas estaban abiertas y que allí siempre había ventilación. Pensó en su madre y ésta desde detrás le dijo... 'piensas demasiado'. Y desde aquel día no volvió a ver a su madre ni sentirla cerca. Pensaba en ella hasta que al cabo de poco tiempo conoció a un técnico yugoslavo que una tarde al salir del trabajo la invitó a tomar algo. Hashiba aceptó. Quedaron dos o tres veces más. A la cuarta, el técnico yugoslavo le preguntó si podía ir a su casa. Hashiba le dijo que no. Que vivía con un compañero de piso. El técnico yugoslavo, que se llamaba Momir, le dijo que a él le daba igual.
Hashiba accedió a que Momir fuera a su piso. Estaban escuchando música en su habitación cuando Hashiba sintió un olor muy fuerte. No era su madre. Miró a Momir y le preguntó si pensaba mucho en sus padres. Momir le dijo que sus padres vivían en Alemania y que les visitaba a menudo. Entonces si él no era y ella ya no pensaba en su madre... salió de la habitación y se encontró a Joseph llorando. Había suspendido el curso, su padre le había dicho que volviera a casa, que su pobre madre muerta si le viera la iba a volver a enterrar. 'Tu madre ya está desenterrada', le dijo Hashiba.
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