jueves, 14 de junio de 2018

Marwan Ibn Yyaqub. Cuento.

Y llegó a aquel lugar y entre unas cosas y otras tuvo tiempo de buscar un sitio para descansar. Marwan Ibn Yyaqub llegó a una plazuela que le pareció fresca y poco concurrida y se sentó un rato a entornar los ojos. En un momento, llegó un grupo de gente, a ese grupo de gente se le unió otro. Y a ese otro, otro. Y prácticamente llenaron la plaza. Y al cabo de un rato apareció una mujer que fue aupada por el grupo hasta un lugar donde era visible para todos. Y la mujer comenzó a contar una historia que Marwan Ibn Yyaqub comenzó a escuchar. Y la historia decía lo siguiente. Contaba la historia de un hermano que había cruzado el río. Cuando esto llegó a los oídos de Marwan Ibn Yyaqub comenzó a prestar atención. El hermano, contaba la mujer, cruzó el río y marchó por el mundo. Y en el mundo se encontró con todo. Y todo le daba lo mismo, por lo que podía darle la vuelta al mundo durante toda la vida porque todo siempre era lo mismo y diferente. Y podía verlo, podía tocarlo, podía escucharlo y todo podría ser de hecho visto dos veces el mismo día, que podía ser apreciado de dos maneras diferentes, o la misma pero nueva. Siempre. Y la mujer contaba cómo una vez apareció en una ciudad moderna e infiel y a él le pareció que era una ciudad antigua ya vista. Y cómo vio el hermano que alguien quiso ser su amigo y él no quería amigos y al final tuvo un amigo pero no se enteró de que había hecho un amigo hasta que no dejó el lugar en el que se encontró con el amigo. Y otra vez, aquel hermano, llegó a una ciudad en la que había un gran río y buscando dónde descansar se sentó en una plaza y escuchó la historia de un hombre que vivía una historia que se parecía mucho a él, que estaban contando su historia. Que estaban contando su vida. Que su vida era la que se estaba contando. Y entonces la mujer cesó de contar la historia y se bajó del lugar en el que estaba aupada y el grupo desapareció. Y a Marwan Ibn Yyaqub le pareció que aquello tenía que tener un significado. Y buscó a la mujer y la encontró mientras se la llevaba un grupo de gente hacia otro lugar. Y ese lugar era una plaza. Y cuando la mujer era aupada para contar de nuevo una historia a un grupo de gente, se dio cuenta de que la mujer había cambiado y ahora era un hombre. Un hombre que se parecía mucho a él. Tanto que miró sus propias ropas y vio que eran las mismas que las de aquel hombre. Era él. Él mismo contando una historia. Una mujer entraba en una plaza y contaba la historia de un hombre que estaba en aquella misma plaza. Ni la mujer ni el hombre se conocían de nada. Ni sabían uno la historia del otro. Y son historias que se cuentan y que no conducen a nada, pero tienen de extraordinario el hecho de la casualidad y poco más. Muy poco más. Y se bajaba él mismo del lugar y se perdía entre la gente. Y Marwan Ibn Yyaqub buscó otra plaza. Y no encontró otra plaza. Y decidió abandonar la ciudad y buscar otra ciudad. Y vio un libro. Un libro con la historia de los viajes de Marwan Ibn Yyaqub. Que ya te los he contado.

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