martes, 18 de junio de 2013

La reina de la noche

Los motivos por los que vivo más tiempo como un viajante con mi maletín que en mi casa disfrutando de las mieles de mi infinito triunfo, son de todos conocidos. Y el que no los conozca que me llame, que le explicaré gustoso el qué y el porqué. Pero no nos perdamos, estoy mucho tiempo en la calle. Yendo y viniendo. A veces, casi siempre, sólo voy y vengo. El caso es que el colegio, mi colegio, se encuentra en el camino. La puerta de mi colegio, como todas las puertas de los colegios para todos los que estén leyendo, tiene un significado especial. Es la puerta de mi colegio. Mi madre esperándome en la puerta del colegio, yo llevando a mi hermano cogido del cuello hasta la puerta y allí ponerme a jugar con mis amigos, salida en estampida hacia casa cuando el colegio acababa, hacerme el remolón para coincidir con la chica que me gustaba para andar con ella los metros necesarios, esperar al Maño para irnos juntos para casa, la puerta del colegio como lugar de encuentro una vez que dejamos el colegio mismo... hoy sigo pasando por allí y según la hora sigo intentando ver las caras de la gente, por si alguna de esas madres iba conmigo al colegio. Paso mucho y paso todos los días. Sí que hay algunas chicas que me suenan, incluso alguna que iba a mi clase, pero no saludo a nadie. Me da corte.
Así, fijándome, un día me di cuenta de que había una mujer que iba a recoger a unos niños. Una mujer no demasiado bien tratada por la vida. Una mujer que parece, efectivamente, no vivir sus mejores décadas. Mezclada con el resto de madres y abnegadas abuelas que van a recoger a los pimpollos en la calle peatonal, parece una más, pero no lo es. Algo la delata. En el carrito de la compra no hay compra, en el carrito de la compra está su vida. Todos tenemos una historia. La del marido que la dejó y se volvió loca. El marido se murió y se volvió loca. El marido nunca existió y sin marido no se puede vivir. Las hijas dicen que van a venir a verla. La han visto lavarse en el parque. Duerme en un cajero. Duerme en un banco del parque. Duerme en casa de algún familiar. Pasa el día en la calle. Casi siempre lleva el pelo bien teñido. Incluso está maquillada mucho mejor que algunas de las que tienen tiempo y posibles. La veo delante de la puerta del colegio y está hablando con algunas madres, las más de las veces con las abuelas.
Paso de largo y sigo andando.
Y aunque les diga que mi vida es ciertamente rutinaria y fuera de lujos y pomposidades, les confesaré que de vez en cuando, me gusta volver a sentirme un pequeño gañán. Un despreocupado habitante de esa juventud dorada, de esos treintañeros perpetuos que alternan, beben, ríen, disfrutan, comentan, hacen planes y les parece que todo está bien y que es bueno ser así. Yo también. Y aunque esos momentos escasean cada vez más, puedo decir que aquella noche quise dar el do de pecho. Ya hacía tiempo que por hache o por be no coincidíamos todos los amigos, los viejos y parte de los nuevos, en una velada. Estuvimos allí, donde te dije, donde te comenté, donde me dijeron que estaban ellos, con ellos, en sí y para sí, con la coyuntura y la problemática. Todo. Pasárselo bien. Un rato. Y volver a casa.
Volviendo a casa tengo que pasar por la calle del cole, por la puerta del colegio. Me ahorraré de nuevo lo que significa la calle del colegio. Iba con un colega, que vive cerca y con el que llevamos volviendo a casa comentando jugadas varias desde hace milenios. Y al pasar por delante del colegio, siendo ya las cuatro de la madrugada, vi una figura sentada en el banco de delante de la puerta del colegio. Parecían dos figuras. Una parejita haciendo de las suyas. Pero no era una pareja. Era ella. La señora con su carrito. Estaba llorando. O medio llorando. Y parecía hablar sola. Y creo que le oí decir... 'Sarastro...'.

Relato inspirado en la emisión de ayer de Òpera en Texans dedicada a La Flauta Mágica, que se cerró con una espectacular Silvia Pèrez Cruz cantando la segunda aria de la Reina de la Noche. Tremenda y emocionante. Minuto 25 por favor.
http://www.youtube.com/watch?v=PWzzrnLzpkU

3 comentarios:

  1. Vaya, pues no, a mí no me ha emocionado nada. Yo la prefería tal como era. No sé por qué empeñarse en tocar las cosas perfectas, con la enorme cantidad de cosas imperfectas que hay para mejorar, enmendar y hasta destrozar si uno gusta. Luego también existe la posibilidad de crear las propias, para innovar y hacer con ellas lo que al autor le apetezca. Pero no soy muy partidaria de utilizar las del prójimo para eso. Para ciertas cosas son un tanto purista, como ve. Tengo delicado eso de aceptar nuevas versiones de los clásicos.
    Pero a usted hasta le ha inspirado!

    Feliz tarde

    Bisous

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  2. Ah, misteriosa mujer. Que el maquillaje salga mal es uno de los síntomas de que las cosas no van bien.

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  3. ¿Qué hace ese señor rodeado de bolas de colores?

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