miércoles, 17 de julio de 2013

Grandes casos mal resueltos de la Historia - VIII

A veces uno se encuentra con unas cosas que... Para pasmo de muchos de ustedes, un descendiente de aquellos Monder et Lironder de los que supimos en el primer relato dedicado a esta serie de Grandes Casos mal resueltos de la Historia, se afincó en Madrid a mediados del Siglo XIX y sin cortarse ni un pelo fundó una Oficina para la Resolución de casos Complejos la llamada ORCACOM, que duró nada y menos ya que buena parte de sus integrantes terminó integrándose en el Cuerpo de Policía español. El caso más relevante del que se hizo cargo este descendiente de Cedric Lironder, concretamente, Auguste Lironder que españolizó su nombre para ser Augusto Lironder (toma ya la españolización), fue el del asesinato de quince, digo bien, quince párrocos que habían acudido en 1911 a la celebración del Encuentro Eucarístico que se dio en la capital de España.
Los agentes de la ORCACOM, con Augusto Lironder, se hicieron cargo de aquel caso que no fue muy difundido por los medios, porque claro, que matasen a quince párrocos en un clima de alta tensión como el que vivía entonces el país... no convenía. Tampoco ninguna organización reivindicó estas muertes, por lo que no se quiso hacer publicidad desde ningún estamento sobre lo sucedido, ni tan siquiera para cargarles el muerto. Los quince párrocos se alojaban en una pensión situada a las afueras, entonces, de Madrid, y venían todos de La Mancha, de la provincia de Albacete y Ciudad Real, de diversos pueblos de la zona, en representación de los fieles manchegos. De los quince, ninguno pasaba de la categoría de párroco y no se puede decir que ninguno de ellos se destacara por nada en concreto. Todos ellos, según las investigaciones, eran gente simple, sin mayores vicios que los de vivir sosegadamente, sin mucho que hacer, mucha teología que desarrollar y siempre fieles a costumbres como la partida, la charla, la siesta y vigilar porque el rebaño no se descarriara en exceso.
Los quince fueron encontrados muertos de la misma manera. Un tajo en la garganta. Los quince, cada uno en su habitación, muertos de muerte total. Desangrados. Sin puñaladas añadidas o mayor rastro de violencia. Quince párrocos muertos sin que nadie hubiera oído nada, sin que ningún párroco se quejase de nada, nada.
Los agentes de ORCACOM, y principalmente Augusto Lironder, se hicieron caso del cargo, digo, cargo del caso, y después de muchas pesquisas y de mucho interrogatorio, de consultar con infiltrados entre los contrarios al poder del clero, de visitar a los prominentes miembros del hampa por si tuvieran algún negocio pendiente con el Clero... no encontraron una explicación evidente al asunto. El caso fue declarado no resuelto y como a nadie le interesaba que la gente supiera que se podía matar a quince curas así como así, no trascendió el qué.
Tan sólo uno de los agentes de ORCACOM, el detective Benedicto Pío Francisco, devoto católico y fervoroso asistente a todos los actos de aquel Congreso Eucarístico, continuó con las investigaciones, siempre reportando con Augusto Lironder y llegó a la siguiente conclusión. Consultó todas las fichas de los que se alojaron en la Pensión durante aquellos días. Junto a los quince párrocos, llegaron cuatro monaguillos, tres monjitas de un convento en Albacete, y un par de caciques de la zona que aprovecharon el viaje conjunto para ir a Madrid a sus cosas.
Uno de estos caciques, perdón, de estos ilustres miembros de la sociedad manchega, era Don Onofre Castromán y Churre. Éste buen hombre había hecho su fortuna a partir de un rebaño de ovejas que su padre tenía y vete tú a saber cómo el negocio le fue creciendo hasta hacerse con buena parte del ganado lanar, y cualesquiera otro ganado que se le pusiera por delante. Una persona dura de mollera, de verbo tosco, pero de devoción infinita, según sus conocidos.
Benedicto Pío consultó con conocidos de cada uno de los que se alojaron en la pensión. Al parecer Don Onofre era la segunda o tercera vez en su vida que iba a Madrid, y casi nunca había dormido fuera de casa porque tenía accesos de desvelo en el dormir o bien interrupciones violentas del sueño, sonambulismo, y un despertar espantoso.
Benedicto Pío se entrevistó pues con Onofre Castromán y él mismo le dijo que había noches que se despertaba en sitios donde él no había comenzado a dormir.
Así, Benedicto Pío redactó un informe de conclusiones en el que acusaba a Onofre Castromán de haber asesinado en sueños a los quince párrocos, degollándolos como si fueran ovejas o perros enfermos, y que no había hecho ni ruido ni nada, porque hasta en sueños era un profesional.
Si antes no interesaba que el caso saliera a la luz, menos ahora. Y hasta ahora así estamos.

2 comentarios:

  1. Bueno, es igual que se quede a oscuras. El caso es encontrar al asesino. Y mire, yo también sospechaba de Onofre desde que apareció. No sé, tenía algo raro. No es que el resto de los personajes no lo tuviera, pero esto sonaba como al silencio de los corderos.

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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