domingo, 20 de marzo de 2016

Muerte de un periodista

Ser periodista es apasionante. Ser periodista, cubrir un acto, investigar sobre un tema, hacer artículos en los que destapas casos que remueven los cimientos del sistema, hacer crónicas de partidos de fútbol, entrevistar a pensadores, hacer crítica literaria, estar en Jerusalén haciendo un stand up, entrevistar al presidente del Consell Comarcal... ser periodista es eso por lo que todos nos apuntamos a la carrera de Periodismo, pensando que tenemos un talento especial para contar historias y que sabemos mucho de muchas cosas y que con nuestro trabajo puede que contribuyamos a un mundo mejor. Ser periodista es algo que tiene que ser acojonante de bonito.
Yo no he sido periodista nunca. Escribir, cómo se dice, artículos no te hace ser periodista. Con un corrector de word y un poco de traza para no escribir pan con hache, más o menos puedes salir del paso. Si te dedicas a hacer alabanzas a la reina madre, o a despellejar a un súbdito de la corona, sales con bien del aprieto. Eso no es ser periodista. Ser periodista tiene que ver con otras cosas y otros talentos que, los que me conocen, saben que no tengo.
Ser periodista es preguntar, es ir, es conocer, es interesarse por el tema que está tratando, es saberlo contar y que la gente, cuando lea lo que has escrito, narrado, contado, diga... me interesa, creo que ya sé algo más. Esto es más o menos el tópico, pero creo que se acerca a lo que debe ser 'ser periodista'.
Yo nunca he trabajado de periodista. Creo que lo que hice en el portal de Internet se acercaba, pero no me dio tiempo a aprender realmente el oficio. No soy de aprender. Soy de hacer las cosas a mi manera, que no es la correcta casi nunca. Sea como sea, lo que he hecho casi siempre es publicidad. Publirreportajes.
La serie B de la profesión, acostumbro a decir. Somos los que escribimos por encargo, los que contamos las excelencias del showroom de iluminación, los que entrevistamos al doctor en su clínica, los que procuramos saber qué tipo de diferencia hay entre los servicios que ofrece su despacho respecto a los que ofrece tal otro, los que van a su restaurante y le preguntan qué especialidad tienen... esas cosas. Esos publirreportajes que casi nadie lee. Eso.
Yo hago eso. Eso no es periodismo. Habré conocido a muchos periodistas, el Soldat es periodista, por ejemplo, pero yo no. ¿Qué era Pep Dalmau?
Pep Dalmau era periodista. Aunque yo siempre le vi trabajando haciendo lo mismo que yo, pero a él se le notaba otro bagaje, otro interés, otra pasta. Pep sabía de muchas cosas y cuando te explicaba qué era lo que él quería contar en un publirreportaje, o en un reportaje sobre los grandes museos del mundo, se notaba que se preocupaba por que quedase perfecto. Las fotos, el contenido, todo tenía que estar muy mascado. Muy machacado, muy trabajado. Me miraba, cuando lo contaba, y ponía cara de 'no quieres escucharme pero me da igual'. Y le daba. Y tenía razón. Me daba igual lo que me contase.
Le conocí en mi curro, él hacía páginas de restaurantes para El País. Luego las hice yo también. Me pasaba los textos y yo se los cortaba. Escríbía demasiado. Siempre estábamos picados. No me hacía gracia verle por el curro, no me era simpático. Siempre parecía estar dando lecciones. Al Jordi y a mí nos hacía gracia, con esa pose de periodista 'a la antigua', pero que estaba allí, contando las excelencias de restaurantes de menú diario.
Así estuvimos un tiempo, hasta que le perdí la pista. En mi nuevo curro, se suponía que yo iba a complementar las cosas que él estaba haciendo. Hablaba conmigo, quería quedar conmigo para tratar sobre cómo enfocar los reportajes, el enfoque, el tipo de lenguaje utilizado, el tono, entrevistar al cliente para tratar el enfoque, no el contenido, simplemente el tono. Yo le miraba y pensaba 'qué me cuenta'. La escuela francesa y la escuela alemana. Me decía que yo era de escuela francesa. Se supone. Que ponía gerundios y eso era inaceptable. Cuando le veía entrar por la puerta me hacía el loco, no quería que me echara más broncas, que me dijera que no estaba encontrando el tono. Le dije que tenía un blog y se lo leía. Que le resultaba interesante, decía.
Se puso malo. Carlos, el jefe, le tenía mucha fe. Llevaba nosecuantas revistas, algunos le encargaban incluso discursos. Iba a hacerse unas revisiones. Poco a poco fue dejando de aparecer. Estaba malo.
Le fuimos a ver hace dos semanas. Era la mitad. Como sabía que yo era de dónde era, me preguntaba cosas. Él venía de la izquierda no estalinista, me decía. Era trosko. De esto me enteré el día que le fuimos a ver. Lo dijo él. Estuvo genial ese día. Preguntando y haciéndome halagos. La gente está genial cuando me halaga. Que podríamos hacer unas revistas geniales, una de un colegio de nosequé que daba miedo, que podríamos hacer una cosa entre técnica y humanista, muy interesante.
Ahí acabamos todos. Cantando las excelencias del empresariado. Lo bien que está yendo todo. El sistema, la expansión, abrir nuevos mercados. Nuevos retos. Ahí estamos. Siempre contando lo que nos dicen otros.
Nos despedimos. Me iba a dar una caja con cosas de un libro que estaba haciendo y que él no podría acabar.
Se murió ayer.
No era mala gente. Y era periodista.
No puedo decir lo mismo en ningún sentido.

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