viernes, 3 de febrero de 2017

Ingolstadt

Tras un nuevo periodo de desconexión, hemos vuelto a recibir algunos textos realmente interesantes. De todas maneras, no ha servido de nada, porque nos hemos quedado turulatos con un artículo publicado en la revista Saberes, a cargo de un tal Doctor Pero Palo Ánchez, sobre el destino de la humanidad que si lo ha escrito como texto divulgativo, ojo, si lo ha escrito como ficción, ole.
'Mi condición de profesor agregado a la Universidad de Ingolstadt, concretamente en la Facultad de Ciencias Humanísticas, y más concretamente aún impartiendo la asignatura de Mitología y Credo, me ha permitido conocer muy a fondo la calidad de esta ciudad alemana. Son ya siete los años que llevo residiendo en esta recoleta localidad y, pese a que todavía a día de hoy tengo graves dificultades con el idioma nativo, mi curiosidad y mi ambición científica, me han ido confirmando a lo largo del tiempo que, atención, la humanidad, el camino emprendido ya no sé si por un conjunto de seres, si por un reducido grupo de iluminados, por el conjunto inconsciente, o por lo que sea, digo, que la humanidad, la civilización, tiene su culmen en Ingolstadt.
Soy una persona que no acostumbra a dejarse llevar por un ímpetu alocado y sin reflexión. Digo que soy una persona, un ser humano también, que acostumbra a analizar, a pensar mucho las cosas, a poner comas que induzcan a hacer pausas, paréntesis en la vida para que no nos atropelle la valentía de la decisión, de la irracionalidad, que no me dejo llevar por impulsos del corazón, que antes de emprender cualquier tipo de aventura que jamás he emprendido, antes de dar cualquier paso, antes de emitir cualquier juicio, antes de cualquier cosa, me imbuyo en un periodo de reflexión que me lleva a sopesar todos y cada uno de los distintos flancos de la realidad. Quizás, el mero hecho de anunciar que soy profesor agregado de la facultad de Ciencias Humanísticas de la Universidad de Ingolstadt, sea suficiente para columbrar que yo soy una persona que, por decirlo de alguna manera, tiene poca afición a las costumbres más livianas y sensoriales del género humano.
Soy, así, el primero en entender que la sencillez de mi razonamiento choca con toda una vida de pensamiento elaborado y que si, yo mismo, quizás me leyera o escuchara desde fuera, como si fuera alguien que ve a un actor interpretar un papel, el papel de un pensador que emite juicios casi de locura, como este, no me haría ni caso.
Pero, a riesgo de jugarme el prestigio conseguido durante tantos y tantos años, digo lo siguiente una vez más. Como si fuera el punto final de una línea recta que se traza desde el principio de los tiempos. Como si fuera el punto al que llega una espiral después de dar vueltas hacia un lugar que no parece llegarnos a alcanzar jamás. Pues digo esto: toda la historia de los humanos, de los animales, de la evolución de las plantas, del desgaste de las piedras, del agua que durante miles de años ha horadado las rocas y ha creado... todo. Lo que se dice todo. Absolutamente todo. Ingolstadt.
Y es en el porqué donde no sabría ponerme en mi papel de pensador. No sé. Es como una revelación. que si una vez alguien se bajó del árbol o levantó la cabeza sobre la hierba de la sabana, su objetivo era Ingolstadt.
Ingolstadt. Y ella está en Ingolstadt. Y cuando no está en Ingolstadt porque se va de viaje a Hamburgo a ver a sus padres, me cuesta reconocerlo, pero mi razonamiento se tambalea.
No lo sé explicar. Ingolstadt.

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