miércoles, 15 de febrero de 2017

Juego en el cuerpo

Patético esfuerzo el de Orizon Vandebelde por parecerse a lo que una vez fue. Aquí uno de los relatos que aparecen en su último volumen de textos bajo el título 'Enormidad'. El título del relato es 'Juego en el cuerpo'. Tiene delito.
'Jean Pascal Debryus tiene por costumbre fijarse en una mujer que entra a la taberna a la hora de la partida. Es la señora Kriens, la mujer del tendero de la esquina. Ella está en casa cuidando de la madre de su esposo y cuando ésta se queda dormida, baja rápidamente a la taberna para tomarse una copita de anisette. En ese momento, Debryus fija su mirada en la señora y continua la partida. Desde que un día la entrada de la señora Kriens le sorprendió en plena partida de dominó y se la quedó mirando, arrasando con las partidas posteriores, consideró por esos extraños mecanismos de la mente, que la señora Kriens era una suerte de talismán. Así, aunque jamás hayan cruzado palabra, Jean Pascal Debryus ha generado un sentimiento de afecto por la señora Kriens. Ambos son de la misma edad, aproximadamente, cercanos a la sesentena. La primera vez que la señora Kriens bajó a la taberna a tomar una copita de anisette, lo hizo para calmar una extraña sensación de vacío que se apoderó de ella al cumplirse el segundo mes como cuidadora de su suegra. Ella, que había sido tendera junto a su esposo, de hecho el negocio era suyo, se veía relegada a un papel que no le gustaba. Una mañana en la que la anciana se quedó dormida, no lo aguantó más y bajó un momento a la taberna de Francette. Como Francette se llamaba Francette ella pidió un anisette. Estaba nerviosa, hizo una extraña asociación de ideas y... rápidamente volvió para su casa. Cuando abrió la puerta de su casa, descubrió en el suelo del rellano un billete de cien francos. Pensó que se le habría caído a ella misma y entró en su casa. Al día siguiente, la señora Kriens volvió a repetir la operación y encontró de nuevo un billete de cien francos. Y así al día siguiente. Y el día siguiente otra vez. Día tras día un billete de cien francos en su rellano al volver de tomar una copa de anisette. Francette era una rubia oxigenada de unos sesenta años que había tenido años en los que no había varón o mujer que no se quedase tonto de remate al contemplar la belleza absoluta que representaba. HABÍA, perdón, había bailado en el Cabaret Frenchy que había girado por norteamérica durante décadas y con el dinero obtenido puso una taberna. Pero vendía igual que consumía. Su belleza se esfumó aunque de vez en cuando alguna mirada penetrante y según como diera la luz podía hacer temblequear al corazón más duro. Francette guardaba en un cajoncito una liga que le regaló la diva Orlange d'Hubrest durante una gira por el Canadá. Francette amó a Orlange tanto que fue capaz de abandonar la compañía al no poder soportar que Orlange amase a otra persona y no a ella. Cuando Francette se encontraba triste, sacaba la liga del cajoncito y la lamía. Cuando lo hacía, entraba la señora Kriens en la taberna y ella se daba cuenta de que Jean Pascal Debryus miraba a la señora Kriens. Que Debryus mirase a la Kriens y no a ella, la volvía loca de celos y no soportaba la situación. La alegría va por barrios'.

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