jueves, 5 de julio de 2018

Palmera

Palmera que suave, suave, suave, se contornea en la arena. Como una palmera. Una palmera en mitad de una calle de una ciudad. ¿Por qué no puede estar una palmera en mitad de la calle de una ciudad? La palmera de los sueños, la palmera de un oasis, la palmera de chocolate, la palmera que sale en todas las postales de la costa caribeña, la misma palmera siempre. La palmera que acompaña las reuniones de Alí Babá y los 40 ladrones. La palmera de una noche de verano. La palmera que señala el límite de mi territorio y el tuyo. La palmera por la que el bueno de Marwan Ibn YYaqub hubiera dado su propia vida. La palmera que se mueve como tú. La palmera a la luz de la luna. Al amanecer, al amanecer, nos fuimos al río, al amanecer. Al amanecer, apoyado en la palmera, esperando una caravana de camellos. Me dijeron que fuiste a Samarcanda y que estuviste allí dos veces. O una. No recuerdo. Cuando me hablan de Samarcanda pierdo el sentido del tiempo y del espacio. A Samarcanda quiero ir, con una media y un calcetín. Hago a veces estas cosas, escribo sobre una palmera, que me recuerda que en mi calle hay una palmera. La avenida de la Palmera, no sé si tiene el estadio el Betis o el Sevilla allí. Calle con Palmera. Cruce de caminos. Una Santa Coloma de Gramenet de palmeras y de palmeros. Un palmero. Invisible. Un palmero apostado frente a esa palmera. Hace muchos años había palmeros frente a la palmera, pero ya no. Ahora hay otra gente. Ayer, alguien, en otro idioma, dijo algo sobre España en la puerta del bar, sentados todos en el tranco, hablaban de algo, alguien dijo algo. Son otros tiempos, tiempos desconocidos, tiempos de palmeras. Palmeras en la arena. Era una película, o una serie. No la vi. Recuerdo mi calle de pequeño, una calle casi igual que mi calle. Con el Camarón en mi calle, que yo creía que no era el Camarón y era el Camarón, quizás haciendo de palmero frente a la palmera. Yo no recuerdo si siempre ha habido una palmera frente al Onubense. No recuerdo nada. No quiero acordarme de nada. Prefiero vivir así, feliz, sin recordar nada más que el suave cimbrearse de la palmera en aquella playa paradisíaca a la que nunca fui y a la que nunca conseguiréis llevarme. Jamás. Playas de arena dura, playas de arena con chinorros gordos como la cabeza de un... playas, playas, arena de playas, jugar a la pelota en la playa con un balón medicinal, qué puede salir mal. Una chilena. Un paradón. Una vez me rompí un dedo en la playa, no me lo rompí, me hice solo una fisura o algo, pero fue en la playa. Me tiré a por un balón intentando emular a un portero del mundial. Y no lo hice bien. El meñique. En la playa. En la playa de Premià, no había palmeras. Quizás las hubo en otro tiempo, cuando esto pertenecía a otras gentes. Las grandes migraciones, los primeros vestigios humanos, el poblado del Puig Castellar, el ataque de los tomicus. El avión que lanza gasolina desde ahí arriba. Chemtrails. You know that is true. You make me feel. Palmeras al viento. Las palmeras al viento. Palmeras de chocolate durante un mes, subiendo y bajando y subiendo y bajando para comprar una palmera de chocolate. Cagar blando. Palmeras. Chocolate. Un avión despega y una persona lee una revista. En la revista, alguien explica una experiencia que tuvo en una playa de Jamaica. Playa de Negril. Escuchando a Radio Futura me hice amigo de mi amigo Edu. Cuenta luego que fue a la playa en Jamaica y que le robaron por primera vez en la vida. El testimonio es un alegato contra el turismo en Jamaica. Casualmente yo voy en ese avión. Voy a Jamaica y me acuerdo de esa palmera. De cómo se contornea grácil y suave, suave, suave, en la esquina de mi calle. Todo es así. Siempre. No tiene ningún sentido. Incluso cuando hay un timing.

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