domingo, 1 de julio de 2018

Vida Festival. Preguntas frecuentes.


¿Qué tienen los años ochenta? ¿Por qué si el común de los mortales considera que la música buena buena de verdad se hace en la primera mitad de la década de los setenta y es a finales de los setenta cuando se empiezan a abrir caminos que se irán abortando o bien pasando por el tamiz de lo comercial, jóvenes generaciones vuelven su cabeza a los ochenta como referente musical? ¿Es una cuestión de exclusivismo cultural? ¿Si a todo el mundo le gusta Led Zeppelin a mí me gusta Spandau Ballet? ¿Tienen las camisas hawaianas algo que ver en esto? ¿Son las camisas hawaianas una señal de que hay que abandonar este barco del moderneo cuanto antes? ¿Somos modernos? ¿Son modernos los años ochenta?
La última jornada del Vida Festival nos pilla ya con las defensas bajas y con una idea en la cabeza que me ronda desde hace unas horas. ¿Realmente, somos modernos? ¿Qué es ser moderno? Para comenzar, apretamos el paso porque queremos ir a ver a Albert Pla. Hoy me he puesto bermudas porque tengo los tejanos llenos de tierra. Llegamos prácticamente con el concierto acabándose. Albert Pla en un festival de modernos y de modernos bien. Albert Pla está cantando con su túnica y su guitarrista flamenco de siempre la del Lado más bestia de la vida. Y mola. Porque Albert Pla siempre ha molado. Desde el paper de váter enganxat al cul, hasta la de majestad, hasta la de mata porcs. Todas. Cuando acaba con esa empieza una historia larga de un viaje por Catalunya con un estribillo apto para todos los públicos, para los papás, para las mamás, para los guiris, para los del lacito amarillo y para los sin lacito. Bona nit, molt bonanit, me’n vaig a casa, estic borratxo i soc feliç. Tan simple como eso. El concierto está lleno de gente, petadísimo. Solo nos da tiempo a ver esas dos canciones. Nos vamos y pillamos un atasco. Va a empezar Iron and Wine.
Durante las últimas horas hemos estado haciendo bromas con Esteban y Manuel, la sensación de la jornada anterior. Iron and Wine no son esteban y manuel. Ni mucho menos. Se trata de un conjunto del que destaca el líder, que es un barbudo del que ahora no recuerdo su nombre, pero siempre ha sido muy bien tratado en las revistas especializadas. Hace música americana, muy americana. Folk, en el que entiendo que las letras deben tener una importancia capital. Tan capital que como no pillo casi nada, veo pasar las canciones como las vacas miran al tren. Son las nueve de la noche, música folk calmadita. Gorka dice que hoy encima las está tocando más calmaditas todavía. Dios bendito. No me está gustando, pero no es eso. Es que es un rollo que me es ajeno. Y no me siento… concernido. Casi todas las canciones se parecen. Hay desbandada en nuestras filas. Hay quien se va a cenar. Pero yo me quiero quedar. No me van a echar de allí tan fácil. Me quedo unas cuantas canciones más. Cuando nos vamos ya definitivamente, al parecer tocan la buena. Veo mientras se desarrolla el concierto que, al lado de una valla, una familia ha colocado una esterilla y aposenta allí a sus chiquillos. Siendo muy partidario de llevar a los niños a los conciertos, si puedes montar un chiquiparc en un concierto, es que ahí hay algo que no. No es un buen comentario, ni muy conciliador con la vida familiar, pero ese parecer que estás en el salón de tu casa, le quita cualquier tipo de riesgo a la cosa. Y yo, que soy un caca para todo, algo de riesgo, al menos, quiero sentir. Nada, poco. Cero. Pero bueno. Nada que ver una cosa con la otra.
Nos vamos a cenar, me como dos albóndigas y sigo de vinos y mezclo con cervezas. No hay mucho criterio. Estamos bastante rato sin ir a ninguna parte. Estamos por allí. Estamos cansados. Estamos mayores. No somos modernos del todo. No sabemos dosificar. No nos gusta bailar a todos. No bailamos casi nada. No llevamos camisas hawaianas, ni barbas cuidadas. Solo yo llevo bigote. El resto tenemos una apariencia un tanto mainstream. Pero conocemos (conocen) a grupos. Hay que ir a ver a La Plata, que son unos chicos valencianos. Cuando llegamos están todavía probando sonido. Les hacen probar sonido delante del público. Hay un escenario, que es donde hemos visto muchos conciertos, donde tocan grupos nacionales. Y de esa zona no nos movemos demasiado. Cervezas, conciertos. Hablar, niños, cenizas en el culo, pajas en el culo. Bien.
La Plata tienen cosas que sí y que no. Cosas que sí, el propósito de hacer algo. Cosas que no, que lo que hacen me parece un grupo de tributo. Efectivamente, de cosas de los ochenta. Hacen una versión de Décima Víctima, hacen una versión de Aviador Dro, la de Nuclear Sí por supuesto. Pero hay algo que no. Que me parece poco original. Es como un revival. Y si no soy muy muy muy fan de los originales, esto me resulta también un poco ajeno. No comparto el ‘comparado con…’ porque estoy escuchando eso ahora, ahí. No me van a gustar porque de fondo esté sonando algo peor. Y no me acaban de llamar. Son muy jóvenes. El cantante es una lagartija. La teclista le ayuda a coger una púa cuando se le cae. El batería es un bestia. Y la bajista es carisma a tope. De negro, peinada hacia atrás, como la chica de Matriz, igualita, o como Juliette Binoche, o como la cantante de Elástica. Se planta delante del público y solo la miras a ella. Y se acaba el concierto y empieza el debate.
Y seguimos sin aclararnos. Y el debate arrecia. Y estamos petados. Conocerán que se me había subido el gemelo esa mañana. Muy mermado físicamente en un festival con mucho campo a través. Seguimos sin subir a la zona ‘guapa’, los escenarios grandes hoy no tienen nada que nos interese demasiado. Hacemos tiempo. Escuchamos de fondo a un tal Josh Rouse, que para estar de fondo está bien, pero ya está. Va a empezar otro grupo. Se llaman Medalla. Van todos vestidos con bermudas negra y camiseta o polo negro, menos el batería. Son también bastante jóvenes. Son muy cañeros. Algo no me gusta.
No me gusta el aspavientismo del guitarra, no me gusta el tono quisquilloso de las pocas intervenciones que hacen. Y no me gusta que canten los tres a la vez. Puedo entender la idea, hacer ruido, endurecer el discurso, dar caña. Pero hasta ahí. Lo demás me parece mucho ruido pero que me parece poco original. Como que ya se ha hecho. Un poco la misma idea que con La Plata. Bien, pero no sé si eso llega muy lejos. Y hay un punki que está peleado con su camisa, con un árbol, se sube al árbol, cuelga una silla, entra dentro del pogo, etc. Cosas de otro tiempo. Tocan otros grupos, hay otras bandas. No sé, pero nos entran ganas de irnos y de beber chupitos de Jagermeister. O les entran. Pero me los bebo yo. Pero poco más.
Y nos vamos. Y he vuelto a un festival después de bastante tiempo y más o menos me doy cuenta de que si es el mismo tipo de público nacional que va al Primavera, nos hacemos viejos. Mayores. Modernos mayores. Modernos con hijos. Modernos con carritos. Modernos mamás y papás. Modernos con camisas hawaianas como si… no entiendo nada de lo de las camisas hawaianas. Y volvemos arrastrando los pies o haciendo marca personal hasta llegar al autocar. Y es el fin. Y otro año será otra cosa.

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