viernes, 26 de julio de 2019

Una noche en el Karaoke

La magia de la música. El entusiasmo por demostrar que se puede. La voluntad. El sentimiento de comunión y de fraternidad. No puedo dejar de ponerme a cantar contigo, ahora mismo, compartiendo micrófono, esa canción que hemos cantado mil veces y que siempre, siempre, siempre, nos acompañará, a ti y a mí, a los dos, a todos los que nos encontramos aquí. En el Karaoke.
El karaoke del jueves por la noche. Grupos de amigos y de amigas, personajes solitarios, parejas que se turnan al micrófono, el impenitente imitador de Serrat, la continua invocación a repertorios olvidados, la omnipresente Luz Casal como aglutinadora de voces disonantes, el gritar para dentro, coreografías que no son del momento y que llevan pensadas mucho tiempo. El karaoke. Las letras que avanzan en el tiempo y en el espacio. La incertidumbre por la pantalla que ha de venir. La presión en el hombro de la compañera que va a cantar para que no se achante y dé la cara. Hemos salido a cantar todos y todas vamos a cantar, no te acules contra la pared. Los fenómenos incomprensibles, como que siga sonando 20 de abril del 90 y haya alguien en la barra que dibuje en su rostro la sonrisa de felicidad más radiante de toda la semana. Al fin. 20 de abril del 90. La entrada en tropel porque se adivinan los primeros acordes de Chiquilla. Y yo la miro, y ella no me dice nada. Como si fuera la primera vez.
Jueves por la noche. Por qué no. De cuando los jueves eran los nuevos viernes. Karaoke, cante y baile. Se empieza con la sugerencia de una canción. Su Canción, de Betty Missiego. Pero jamás la cantamos.
Nuestro repertorio de la noche: Yo no soy esa, de Mari Trini. Qué dolor, de la camarada Raffaela Carrá. Corazón contento de la camarada Marisol. Suavemente de Elvis Crespo. Como yo te amo de Rocío Jurado. Seguro que me estoy dejando alguna. Canciones cantadas con más o menos acierto, con entusiasmo y con ganas de que la gente se lo pasara bien. Nadie vino a cantar con nosotras.
Noche de jueves. Un calor que se mastica. Luces de neón, luces rojas, ¿Quién sale un jueves por la noche en Santa Coloma? El cantautor local que ha venido a recoger unos cables y que se queda a ver lo que se cuece, acompañado por un periodista local. Me tengo que anticipar a su reportaje, tengo que escribir algo. Ya había hecho la foto. Lo tengo que hacer. Lo estoy haciendo.
Pide otra. Pide otra canción. A ver qué cantan ahora. Se escucha de todo. Hay una mujer que empieza fuerte, muy fuerte, cantando dos canciones de Amy Winehouse, pero que va perdiendo fuelle a medida que avanza la noche. Ya hemos hablado del fenómeno Luz Casal. Hay versiones de canciones de petardeo transgresor que parecen pasadas por el tamiz de un coro de colegio católico. Los noventa. Somos todos más o menos de la misma edad. Siempre hay alguien que te sorprende y es más joven. Grupos de jóvenes a los que se les va la vida cantando la del tractor amarillo.
El ser humano es sorprendente y nunca sabes dónde o en qué puede verle la gracia a la vida misma. Puede que la vea contemplando un atardecer a la orillita del mar, puede que lo haga disfrutando de un buen vino y unas virutas de jamón, puede que retozando con su ser querido o el ser querido del momento, puede que leyendo bellos poemas de Bécquer, o saciando su sed de canto.
El que canta sus males espanta, dicen. Nosotros ayer espantamos los males. Asustamos a los males de hecho.
El chico de la voz aguda y las chicas de voz grave. ¿Sólo cantamos esas cinco canciones? ¿Para tan poco dio la noche?
En el karaoke. Cervezas y caras de satisfacción. Nos toca otra vez. No nos atrevemos a pedir nada de Miguel Bosé. La magia de la música. La ausencia de ritmo y de entonación. En un karaoke se ha visto el talento más refulgente y las abominaciones más absolutas condensadas en actuaciones consecutivas. Personas sin ritmo, sin oído, sin ninguna cualidad, pero que viven sus momentos de gloria ante los ojos de extraños que juzgan sin piedad o que aprueban con misericordia porque, en unos minutos, ellos (nosotros), vamos a flagelar sin piedad a la música.
La música merece morir y el karaoke es su profeta. O la válvula de escape para la verdadera música. Una mujer agarra el micrófono con las dos manos cuando canta, con el ansia de quien está ante el momento más esperado del día. Cantar. Cantar.
Hay quien agarra el gintonic con el mismo propósito y remeda su soledad escuchando y viendo y sintiéndose parte de una familia, de un grupo que todos los jueves coincide en el mismo lugar y que participa en ese akelarre colectivo que es recurrir a las canciones de siempre, a las letras de siempre, para cantar lo que no podemos decir, para cantar lo que no podemos callar.
Puedo estar escribiendo tonterías el tiempo que sea necesario.
Nos vamos.
Nadie ha cantado Rosalía.
Y ahora estoy aquí sentado en un viejo cadillac segunda mano. Como si fuera la primera vez que la escuchamos.
No queremos otra cosa.
Nos gusta. Suavemente.

2 comentarios:

  1. Pues muy buena noche, ¿no? Yo hace más de un año que no voy al karaoke. Pero aquí es distinto, obviamente no hay canciones en español(aparte de la Macarena, Despacito y no sé si alguna más) y se canta en una salita privada con amigos.

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    1. una salita privada con amigos sin exponerte al juicio y la risotada de extraños ni es karaoke ni es nada.

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