martes, 26 de julio de 2022

Viajes: Grecia


No voy a descubrir nada a quienes me conocen si les digo que me tengo por una persona culta, alguien que ha dedicado y dedica buena parte de su tiempo a enriquecerse con conocimientos y no con bienes materiales y que considera a Grecia, la antigua Grecia, como la verdadera y única fuente de donde mana todo lo que de bueno tiene nuestra cultura. Ya desde los lejanos tiempos del instituto, cuando cursé estudios de Griego, se despertó en mí el amor por este país, mejor dicho, por este conjunto de territorios que conocemos como la Hélade, ya que no es solo la Grecia actual, el estado griego, quien es poseedor del honor de ser 'griega' sino que también son territorios turcos o italianos, por ejemplo, quienes son para mí espacios santos, sagrados. 

Mi viaje a Grecia, sin embargo, tuvo lugar en circunstancias que se alejan bastante de motivos de índole cultural. Mi compañera tenía días libres en Agosto y, naturalmente, pensó en Grecia como un destino posible. Por Grecia entendemos Atenas y las islas Griegas. Todo el mundo ha ido, yo también he ido. Al influjo mágico de lo antiguo, se le unen otros aspectos que hacen de Grecia, de cualquier Grecia, la continental o la insular, un destino atractivo. Un clima, para comenzar, muy similar al nuestro, una gastronomía espectacular y, porqué no decirlo, el influjo que para nosotros, los urbanitas occidentales tiene una cierta idea de Grecia de autenticidad, de vida tranquila, de Anthony Quinn bailando el Sirtaki, de una mesa con un poco de queso, pan y un vaso de vino, de conversaciones sobre la vida y sus misterios con las casitas blancas de una localidad costera viendo cómo los pescadores... 

Nuestro viaje naturalmente comenzó por Atenas. Ciudad descomunal que ya no es, si es que alguna vez fue, como lo que personas como yo tienen en la cabeza. Pero lo que tenemos en la cabeza muchas veces es tan fuerte, tan importante, que destruye la realidad y se convierte en lo único que queremos ver. Así que otros cuenten que Atenas es un monstruo descomunal, caótico, sucio, poco atractivo, cuando está ahí, en mitad de todo eso, la imagen del Partenón y toda la Acrópolis. Es así que, para no destruir ese recuerdo y esa imagen, pasada la visita de rigor, nos apresuramos en abandonar Atenas para pasar el resto de nuestras vacaciones en Santorini. 

Y ahí, pese a la ubicua presencia de colomenses, que también nos encontramos en la isla, me propuse disfrutar de esa idea preconcebida. Preconcebida, tópica, pero sin lugar a dudas real si uno se lo propone. Durante seis días, con un par de libros de Cavafis bajo el brazo para releer y ganas de disfrutar de la leyenda griega, me embarqué en mi particular odisea griega, con una inmersión en el mundo soñado en el que cíclopes, medusas, minotauros, héroes, diosas, colosos, marineros incansables y reinas hijas de Zeus, se agolpaban en mi cabeza de una manera mucho más pura que si eso mismo lo hubiera estado leyendo o imaginando en Santa Coloma. 

Mi conclusión pues de este viaje no puede ser más clara. Grecia es una maravilla. Pero vivir la Grecia que uno quiere en la misma Grecia, sea la Grecia real como esta quiera o deba ser, es mucho mejor. Mi Grecia en Grecia, si pudiera titularse de alguna manera. Volví con mi piel tostada, mis manos agrietadas de la sal, una barba blanquecina que me pintaba estupendamente y miles de historias que contar sobre ese mundo, mi mundo, al que siempre quiero volver. 

Por si alguien tiene interés en cómo se lo pasó mi compañera, me abandonó creo que en el mismo aeropuerto de El Prat, nada más regresar. No lo pudo entender. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario