jueves, 14 de noviembre de 2024
Pequeños cuentos centroeuropeos
Yo no estaba allí como estaban ellos, que estaban de vacaciones y parecía que estaban siempre de vacaciones pero no, en realidad no estaban de vacaciones, estaban trabajando allí. Eran una familia numerosa, eran primos, hermanos, sobrinos, abuelos, primas, hermanas, sobrinas y abuelas. Maridos y mujeres. Residían en una gran casa que parecía un hotel. O quizás habían comprado un hotel para que pareciera una casa. Yo los veía todos los días porque me habían encargado la reparación un pequeño puente que entraba hacia el mar. Paseaban por allí todos los días. Captaba sus conversaciones, sus risas, reflexionaban, hacían negocios. Principalmente, de lo que trataba su vida, era de la defensa acérrima de eso mismo, poder pasear por aquel puente de manera despreocupada, pero preocupada por si alguna vez aquello pudiera acabar. Trabajaban estando allí y demostrando que podían estar allí. La reparación de aquel puente duró meses. La seguridad, los materiales. Tanto tiempo allí, pasó que Masha, que se había quedado viuda hacía un par de años, se fijó en mí. Masha era un poco mayor que yo, no mucho. Un día me preguntó cómo iba el trabajo. Otro día me preguntó si teníamos fecha para acabar. Un día se quedó allí conmigo charlando. El puente sigue allí, cerrado al público.
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