miércoles, 5 de marzo de 2025
Bienvenidos a la mitad de la película
Esta esquina. Hace cientos de años en esta esquina había un escaparate con muchas cosas, esas cosas eran las que vendía la tienda Desitjos que había abierto la madre del Raúl Cano, al que llevábamos a jugar a fútbol. En esa esquina nos parábamos el Abel y yo cuando salíamos por Santa Coloma, ya al final de la noche, a comentar la jugada. La jugada casi siempre considerábamos que no nos había salido bien, pero tampoco sabíamos concretar porqué había salido mal. En esa esquina, nos quedábamos mirando unas lámparas de lava que nos ayudaban a matar el rato. Cuando ya lo teníamos todo comentado, nos íbamos cada uno por su lado. Entonces ya se había ido el Edu a Madrid y las visitas del Mario eran cada vez más esporádicas. Solo estábamos el Abel y yo. Durante muchos años, solo estábamos el Abel y yo. Por los sitios, en los bares, haciendo nada, yendo a conciertos, comentando los discos de Yo la Tengo, descubriendo a los Brian Jonestown Massacre, encontrándonos con la tropa del Seimar, nos vamos a ir el Mario, el Abel, la música, la perra, el dvd. Este texto, a medida que lo escribo, me da la impresión de que también lo escribí el día que el Abel cumplió los 40 años. Hoy el Abel cumple 50 años. Es el primero que llega a los 50 años. La mitad de la película. Si es que aspiramos a vivir 100 años, claro. Es el primero de nosotros que llega a los 50, aunque ya he visto en el facebook que algunos o algunas de las de clase ya han llegado también. Pero el Abel es el primero de los cuatro. Cuando el Abel tiene 50 años, todos tenemos ya cincuenta años. Aunque los cumplamos en mayo, aunque los cumplamos en octubre. El Abel ya no está aquí, se fue hace unos años y viene esporádicamente. Nos conocemos desde los tres años, desde el parvulito. Creo que empezamos a ser amigos en séptimo de EGB. El Abel era y es lo que yo pensaba que era todo lo contrario a lo que yo era. Si yo no hablaba, el Abel hablaba, el Abel hacía cosas que yo no hacía, el Abel hablaba con gente y yo no, el Abel era protagonista y yo me quedaba en un discreto segundo o tercer plano, el Abel rompía el frente enemigo y luego venía yo a ver qué había quedado, el Abel no pasaba desapercibido, el Abel no pasa desapercibido. No sé porqué en séptimo o antes o después empezamos a ser amigos y cómo hicimos migas con el Edu y el Mario. Ellos iban al instituto juntos y yo no. Con el Edu conectaba con la música y con muchas cosas, y el Abel era alguien con quien discutir, alguien que te estimulaba a hacer cosas, a incomodarte. Pero era alguien en quien confiar. No sé. Alguien a quien poder contarle las cosas que te pasaban, que me pasaban muchísimas cosas. El Abel estaba ahí y siempre daba algún consejo. O no. Pero escuchar, escuchaba, estar, estaba. Y por eso el Abel es mi colega. Aunque ya no nos veamos, ni avise cuando viene, ni nada. Es el Abel. Elabel. Uno de los nuestros. Me dejo muchas cosas pero ya os las sabéis. Y hoy cumple cincuenta años. Cincuenta. Y si el los cumple, ya estamos. Hemos llegado. Nadie daba un duro. Nadie.
lunes, 3 de marzo de 2025
The Apprentice - Ali Abbasi
Esta película es tan buena que no la podemos recomendar. Es tan real lo que cuenta, tan explícito lo que muestra, tan directo lo que enseña, que podríamos caer en el error de decir 'es que esta película la tendrían que pasar por los institutos'... no! ¡Error! Tal y como están los tiempos y tal y como está la capacidad de comprensión de buena parte de la población y de cómo interpretamos los mensajes y cuáles son nuestros nuevos referentes y lo que está bien y lo que está mal y tal y como está todo gracias precisamente a Donald Trump y lo que significa Donald Trump, esta película es mejor que no la vea mucha gente. Porque mucha gente puede pensar que, efectivamente, eso que cuenta, no está mal. The Apprentice nos cuenta de qué manera Donald Trump pasó de ir cobrando alquileres por los pisos que eran propiedad de su padre a plantear el convertirse en presidente de los Estados Unidos. Todo ello siendo el aprendiz de un personaje infecto como Ray Cohn, un abogado sin escrúpulos que le enseña cómo comportarse en el mundo de los negocios, en la política y en lo personal, para dejar de ser un acomplejado panoli y convertirse en un panoli pero sin complejos. La película es un auténtico festival de barbaridades, la interpretación de Jeremy Strong como Ray Cohn es antológica y la caracterización de Sebastian Stan como Trump son suficientemente potentes como para mantenerte pegado a la pantalla durante toda la película. Es tan maléfica, que incluso en los primeros compases puedes llegar a sentir algo de simpatía con un Donald Trump atontado, acomplejado por un padre muy estricto, que siente algo de cariño por un hermano que está perdido. Una trampa. Para ser quien quiere llegar a ser, Trump adoptará los principios de Cohn y los llevará al extremo, de tal manera que superará al maestro y, muy en consonancia con lo predicado, renegará de él. Porque no hay que dejar, bajo ningún concepto, ni de atacar, ni de negarlo todo, ni de aceptar ninguna derrota. Y así estamos. Estamos de tal manera que lo que vemos ante nuestros ojos en 2025 y que transcurre durante unas décadas, los 70 y 80, cuando todo eso era todavía denunciable, execrable, parodiable, risible, motivo más que suficiente para ser vilipendiado, hoy en día es altamente peligroso. Porque lo peligroso de la historia que cuenta Ali Abbasi es que si hace unos años veíamos las películas sobre la vida de Dick Cheney o Robert Alies con la conciencia de que estábamos viendo a alguien que estaba frente a nosotros y que mostrando sus actos, destapándolos, podíamos alcanzar algún tipo de redención, podíamos salvarnos de ellos y su maldad, hoy tengo la sensación de que mostrando lo que es Trump, de dónde viene y cómo lo hizo, estamos señalando lo que puede ser un referente para mucha gente. El horror es ese.
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