miércoles, 25 de marzo de 2015

La reflexión de Gurupta

Quien estuviera a punto, pero a punto, de entrar en la terna de favoritos a ganar el Premio Chulderstein, el indio Sharandar Ranaram, nos entrega un interesante texto incluído en su recopilatorio de relatos breves 'Santos Lugares'.
Nota: el 35% del consejo de redacción de este espacio no considera este texto interesante y se ha llegado al acuerdo de incluir la nota presente para mostrar nuestra disfoncormidad, perdón, disconformidad. 
'Cuentan, algunos, no todos, porque no todos cuentan, que en aquel tiempo llegó de un lugar lejano un sabio brahman al que llamaban Gurupta. Gurupta vivía, decían, algunos, no todos, en una choza, donde practicaba la meditación y el ayuno y de vez en cuando prodigaba buenos consejos a aquellos que se acercaban a conversar con él. Le gustaba hablar con las personas, con las gentes, con quienes tenían alguna duda, incluso con aquellos que mostraban las más firmes certezas. Salía poco de la choza, pero de vez en cuando salía a estirar las piernas, tras unos preceptivos días de recogimiento, porque era brahman, pero tenía sus momentos. En una de esas salidas, sin realmente darse cuenta, cayó en un pozo que se había abierto en el pueblo hacía muchos años y que, algunos, no todos, consideraban ya agotado. Nadie se había preocupado de cerrar el pozo, pero en el pueblo todos se daban por enterados de todo y nadie había caído en él. Gurupta, como foráneo, no lo vió... en definitiva que se cayó en el pozo.
Cuando Gurupta cayó en el pozo, no dijo nada. Consideró que era una experiencia interesante y que le serviría para arreciar su espíritu meditativo y reflexivo. Gurupta, que no cayó en ninguna mala postura ni sufrió un daño que le causara mal alguno, se encontraba perfectamente. El pozo tenía una profundidad de unos cuatro metros. Gurupta, se sentó, cerró los ojos y comenzó a pensar y reflexionar en ese pozo que se le antojó la mejor de las moradas. Al cabo de unos minutos, quizás media hora, quizás una hora, puede que pasaran tres o cuatro horas, Gurupta fue hilando las distintas posibilidades de vida que se le venían encima si acaso seguía tan a gustito en el agujero en el que se había metido. Sin duda, la meditación en completa soledad era absolutamente mejor que la que practicaba en la choza. Sin duda, el ayuno era más cierto que el que practicaba en la choza. Todo era más puro y más sentido. Todo era más auténtico y más claro. Estaba alcanzando cotas de reflexión y llegando a puntos de sabiduría en esas cuantas horas que llevaba en el pozo que nunca había logrado alcanzar en su choza ni en cualquiera de las otras chozas que había habitado. Se encontraba cómodo, se encontraba tan bien. Cerró de nuevo los ojos para continuar con su meditación y percibir desde dentro todo lo que ocurre y acontece en el universo junto con la unidad y el todo. Sentía la energía, la vida, generaba a su alrededor una luz que no existía. Pero de repente, una voz, que era su voz y que él mismo articulaba, pronunció unas palabras. De hecho no las pronunció, más bien las gritó. 'Sacadme de aquí por favor'.'

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