miércoles, 10 de junio de 2015

Gorteza

Rípodas se bajó del tren y le pidió al taxista que le llevase a algún lugar desde el que pudiera ir andando hacia la plaza de Villastanza de Llorera y que no fuera mismamente la plaza del pueblo. El taxista necesitó dos o tres explicaciones adicionales para poder entender lo que pedía Rípodas. Rípodas no era muy tolerante con la gente que necesitaba tantos datos. Su porte militar solía intimidar a la gente, pero en aquella ocasión, el taxista era duro de pelar. Rípodas llegó finalmente donde quería ir y se apeó del taxi. El taxista le dejó a unos quinientos metros de la plaza. El día era soleado aunque la mañana había sido rara. Durante el trayecto en tren desde la capital, Rípodas no había dormido y al amanecer había visto cosas raras en el cielo. No le dió importancia. Rípodas avanzaba por la calle con paso seguro hasta que divisó la barbería. Entró en ella y antes de que el peluquero se dirigiera a él para preguntarle si tenía hora o... sacó una navaja del bolsillo y le segó la garganta. La sangre salía a borbotones. Como en las películas. Le cogió del cuello y le rebanó el pescuezo. Una fiesta de sangre en la peluquería. El peluquero estaba de rodillas, a cuatro patas, con la cabeza en el suelo cuando le soltó Rípodas. Ni una sóla gota de sangre manchó a Rípodas, que para la ocasión se había puesto un sencillo traje que parecía más propio de un soldado ruso de principios de siglo que de un militar al uso. Rípodas miraba cómo del cuello del peluquero no dejaba de manar la sangre hasta que el flujo cesó y salió de la peluquería. El día era tan bueno que daban ganas de pasear. Rípodas fue hasta la papelería que había en la plaza del pueblo y hojeó algunos libros y revistas. Finalmente se decidió por uno llamado 'La autodeterminación de los pueblos', que contenía muchos mapas. Los mapas le gustaban. Paseaba y leía. Hasta que llegó a una puerta que le llamó la atención porque era el espacio desde el que se entraba a un domicilio que le llamó la atención. En aquel domicilio había colgado de uno de los balcones un trapo de unos colores muy vistosos. Un trapo, un pañuelo como venido de tierras lejanas. De otro país. Como si el que viviera en aquel domicilio fuera un viajero que... Gorteza salió de su casa, muerto de miedo. Vió a Rípodas y el libro que estaba leyendo. Volvió a encerrarse en su casa sin poder abrir los armarios donde iba a buscar algo para hacerse de comer. Rípodas cerró el libro y miró de nuevo el pañuelo colgado. Algo le vino a la cabeza. Repasó algunas páginas del libro y en una de las fotografías sobre la primera guerra mundial, vio en un balcón colgado un pañuelo casi exacto al que tenía delante. Rípodas cerró el libro de golpe y se dirigió de nuevo a la estación del tren. Cuando se subía en el vagón con destino a la capital, oyó las sirenas de la ambulancia. Vendrían a buscar al peluquero. En su casa, Gorteza no habiendo conseguido abrir los armarios, se quedó con media ñoña en el butacón. 

2 comentarios:

  1. Esperemos que no llegue nunca a ninguna parte. Ese hombre es un peligro. Claro que no sé qué me hace pensar que era un hombre. Tratándose de un relato suyo, a lo mejor al final resulta que era un erizo.

    Feliz tarde

    Bisous

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  2. Buah Tolya, ni internet ni nada, llevo días que el vpn no funciona. Le saludo brevemente, mientras cuido un examen, chao.

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