miércoles, 3 de junio de 2015

Gorteza

Su mayor distracción es bajar a la calle y sentarse en un banco de la plaza. A tomar el sol. Hay muchas teorías sobre el sol. Gorteza no se ha parado nunca a pensar en ello, pero quienes le contemplan sentado al sol, se preocupan por si el sol le molesta o no. Hay quien considera que el sol es bueno, que tomar el sol, que te de el sol en la cara, da la vida. Que estar al sol es conveniente para mantenerte vivo. Otros piensan que demasiado sol es malo, que no es beneficioso para nada y que te deja la piel hecha unos zorros. Son puntos de vista que a Gorteza no le llegan. Gorteza sale de su casa y se sienta en uno de los bancos de la plaza. Es un banco que ya tiene asignado, porque nadie más se sienta en él. En Villastanza de Llorera, todos saben que ese es su banco. Todos menos el propio Gorteza, que piensa que tiene suerte de encontrar siempre el mismo banco vacío. Gorteza tampoco piensa demasiado en eso. Camina con una media sonrisa perenne en los labios y se sienta en el banco. Allí entorna los ojos y ve cosas raras en el cielo. Se deja ir. Esas cosas raras en el cielo no se van y se quedan con él. Y le envuelven. Y de fondo oye murmullos y él no sabe que esos murmullos son de gente de su pueblo que cada día que le ven sentado en el banco se preguntan qué pasa con Gorteza. Gorteza piensa que esos murmullos, esos ruidos, son otra cosa. Algo raro y maravilloso que sucede en otro lugar. En uno de esos lugares que luego, quizás dos o tres horas después, se esforzará en describir a los parroquianos de alguno de los bares de Villastanza. Los paisanos le miran simpre con cariño. Con respeto. Se acuerdan del viejo Gorteza, también de Gorteza cuando era joven y a todos les parecía un muchacho con un porvenir. Gorteza con los ojos cerrados, medio cerrados, dejando entrar por entre sus párpados algo de rayos de sol para que los reflejos creen esas imágenes raras en su cabeza y esas imágenes él tiene tiempo suficiente de transformarlas en lugares y paisajes y ciudades y calles y barrios y lagos y montes y montañas y personas que se llaman de maneras raras y mujeres que le hubiera gustado acompañar hasta su casa y despedirse de ellas con un beso y creer en una futura cita y quizás en otra más y también en otra más y siempre que se imagina algo acaba imaginándose a una mujer con la que va a algún sitio, con la que habla, a la que escucha reír, a la que escucha hablar, a la que mira a los ojos, a la que le gustaría abrazar. Gorteza suele pensar en muchas cosas, pero siempre acaba pensando en una mujer. Pero Gorteza se cuida mucho de no hablar de ese pensamiento con nadie. Nadie sabe que Gorteza piensa lo que piensa. La gente solo sabe lo que Gorteza piensa, poque es lo que cuenta Gorteza cuando va a alguno de los bares y cuenta lo que el propio Gorteza quiere. Gorteza a veces piensa también en que lo que está pensando, incluso el hecho mismo de ir a un banco a dejarse ir, ya lo ha pensado alguien antes. Es posible que Gorteza sea consciene de que él mismo no es más que un personaje que alguien está imaginando. Gorteza es muy listo, aunque muchos paisanos de Villastanza de Llorera crean que en algún momento, la vida de Gorteza se torció y lo que prometía se perdió. Gorteza cuenta luego que ha visto un abedul, que nunca había visto un abedul. O que acaba de llegar de Olomuc, de perder la batalla. O que está reventado porque ha tenido que ascender el Cotopaxi. Y es muy listo, porque evita contar que en realidad ha acabado pensando en una mujer con la que se ha imaginado cenando en algún restaurante sencillo pero agradable de un puerto del norte de Europa. Y cuando el sol ya le ha calentado los párpados lo suficiente, o cuando le resulta insoportable seguir pensando en lo que acaba haciéndole daño, se levanta y se va. Se va a uno de esos bares y cuenta cosas. A veces, la tentación de decir es tan grande que Gorteza se queda callado durante mucho rato en la barra. Gorteza se va sin probar nada. Gorteza vuelve a su casa y se prepara algo de comer. No suele comer nada, porque no prepara nada de comer. Abre cajones, los cierra o no los cierra, piensa en limpiar el horno. Se tumba en un butacón y cierra los ojos y sueña. Y se va de nuevo.

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