domingo, 26 de noviembre de 2017

El misterio de las luces de la ciudad


Los arquitectos y urbanistas. O los urbanistas solos, no sé por qué hay que meter a los arquitectos en esto, proyectan ciudades y se esfuerzan por darle un sentido a la mera construcción de casas y calles. Integrar las ciudades en la naturaleza, demostrar que el hombre domina cualquier cosa que se proponga, cambiar la vida de la gente, grandes propósitos. Pero ¿qué son esas luces? Las luces de la ciudad demuestran que el ser humano lanza señales, el hombre es capaz de desarrollar conceptos más allá de lo común. El ser humano se distingue por crear figuras como la del arquitecto, o la del urbanista, o la del semiólogo por ejemplo. En Santa Coloma, hace muchos años, el urbanismo no estaba muy valorado y era muy difícil encontrarle sentido al trabajo de los mismos. Y lo tenía. No eran semiólogos, pero había gente que entendía por qué todo se hacía como se hacía. El sentido era evidente.
Un semiólogo es capaz de encontrarle un sentido a cualquier cosa. Un semiólogo va más allá de lo que vemos los mortales y sabe comprender qué se esconde detrás de cada cosa. Por qué ese sillón está puesto ahí, por qué el negro estiliza, por qué una misma persona se pinta un día los labios y otro día no, por qué nos gusta llevar un día la camiseta por fuera y otro por dentro, porqué utilizamos frases cortas, por qué enumeramos, por qué en los diarios las noticias se distribuyen de cierta manera, por qué el telediario cuenta las cosas en ese formato.
Por qué brillan las luces en la ciudad. Esas luces. Específicamente esas luces al fondo. Esas luces que iluminan los barrios de Can Franquesa, la Guinardera, Singuerlín, Las Oliveras. Por qué esas luces, cada noche que salgo al balcón, brillan para mí. No soy semiólogo. Ni habiendo hecho la asignatura de semiótica durante tres años hasta que la conseguí aprobar pude comprender qué era lo que realmente quería decir todo aquello de la intertextualidad, del símbolo y el signo, del significado y el significante… y sin embargo, como dice la canción de Arnaldo Baptista, soy viejo pero me gusta viajar.
Me gusta pensar que todo tiene un sentido, que el misterio que se esconde detrás de esas luces encendidas en los barrios de la montaña, detrás de los Cubics, tiene algún significado, y lo tiene. Tiene un significado el iluminado y tiene significado que yo vea, desde mi balcón, aunque haga mucho frío y me cueste la salud, tiene sentido, digo, a los autobuses subir y bajar, desde la lejanía. Los autobuses que suben y que bajan, encendidos, iluminados, hasta la letra A, que por las noches no se ve desde mi balcón. Las luces encendidas dicen algo, un algo que veo yo y que vemos los que compartimos esa misma perspectiva. Este texto solo lo entenderán quienes en Santa Coloma vivan en la misma digamos secuencia espacial que yo. O cerca de donde vivo yo. Y vean las luces como las veo yo. O desde un punto de vista parecido.
El otro día paseé por Can Zam. Paseé hasta llegar a la plaza y luego volví a subir hacia arriba y enganché con la carretera de la Roca. Al seguir caminando casi me paso el busto que hace casualmente un año se inauguró para homenajear a Lluís Hernàndez, el primer alcalde democrático de Santa Coloma. El cura. El Lluís. Casi me lo paso, digo, el busto de Lluís mirando hacia el barrio de las Oliveras.
Como casi me paso el busto, que está muy bien pero que si no pones atención te lo puedes saltar sin más, supongo que el misterio de esas luces encendidas en las Oliveras, Can Franquesa, La Guinardera y Singuerlin es que nos acordemos de Lluís Hernàndez de una manera más evidente. Que no se nos pase, vamos. Misterio resuelto.

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