lunes, 26 de febrero de 2018

Nina Simone vive. Esmeralda Colette sigue.

¿Hay que pasarlo mal para ser artista? ¿Una persona que tenga un trabajo en una cadena de montaje, que regente una tienda, que sea instalador eléctrico, que tenga familia e hijos amantísimos, puede ser un artista? ¿El arte es solo para excéntricos?
Preguntas que surgen tras contemplar y escuchar a la soberbia Esmeralda Colette que ha estado este fin de semana en La Colmena con la obra 'Lovely Precious Dream', donde nos lleva, junto al pianista David Anguera, a través de la cantante norteamericana Nina Simone.
Voy a hacer un spoiler, no canta la de My baby just care for me, pero canta todas las canciones conocidas de la norteamericana, llevadas a un terreno muchas veces diferente, más desnudo, más pasional si es que las canciones de Nina Simone no eran ya suficientemente pasionales.
Esmeralda Colette aparece en el escenario con un traje blanco, cantando un pequeño espiritual, para introducirnos en la infancia de una hija de hija de hija de hija de hija de esclavos, que tiene un don. El don de la música. Una infancia terrible, de miseria y religión como única vía de escape. Y canciones que van brotando, como golpes, para situarnos en un tránsito por la vida donde hay euforia y bajones. Y qué bajones.
Y qué canciones. Canciones que salen en anuncios, canciones que no suenan como la canciones que salen en los anuncios, porque las canta Esmeralda Colette de una manera diferente, no igual. No es Nina Simone, pero ni puñetera falta que hace. Esmeralda Colette puede parecer una niña, puede parecer una anciana, puede parecer frágil o puede parecer frenética, pero no deja de ser ella, aunque sea Nina Simone. Puede parecer Nina en una entrevista o ponernos los pelos de punta siendo Nina cuando recrimina o demanda o exige o implora a su amante, a su compañero, que la quiera, que se deje querer, que no le toque las pelotas, que ella no hace nada por nadie y cocinará para él aunque ella no haga nada por nadie.
Y no sabemos si tenemos que saber algo sobre Nina Simone para ver la obra. Para disfrutarla. Saber si quiera cómo era la cara de Nina Simone. Si esas canciones que escuchamos en los anuncios son canciones de Nina Simone. ¿Hace falta? No sabemos. ¿Hace falta saber tanto?
Hace falta dejarse llevar. Dejarse impresionar por la enjuta figura de Esmeralda Colette y comprender que nos está contando una vida. Una vida de una mujer que cantaba, que interpretaba, que estaba en su tiempo, que sufrió, que quiso, que fue golpeada, que tampoco fue una santa, que fue una diva, que murió durmiendo. Pero eso no lo sabemos. Porque no nos lo dicen. Y no hace falta.
No hace falta nada.
Mola ir al teatro, desconocer si lo va a hacer bien o mal, si estuvo en La Voz o no, conocer que es una de la única colomense en el institut del Teatre y que es muy buena. O por ser más llano, lo hace muy bien. Mola ir al teatro, con el morro subido, pensando que, y encontrándote con que te han dado un repaso, que te han apabullado con una interpretación brutal.
Nina Simone. Dieron hace un tiempo un concierto suyo por la tele. Tocaba, cantaba, pero se interrumpía, se cortaba, se saboteaba cuando quería. Y cuando Esmeralda Colette se te pone a un palmo a cantar, tienes miedo, porque sabes que Nina Simone te la podía liar. Y te la crees. Y es eso.
¿Puede alguien ser artista si no es así? ¿Puede ser Kafka un artista por no tener una vida complicada? ¿Es ser excéntrico un problema?
No nos vamos a poner a discutir.
Creo que lo mejor que podemos hacer es ir tirando, no meternos en política, hacer deporte y cuidarnos.

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