jueves, 27 de septiembre de 2012

El gran desgraciado europeo IV


Quisiera desmentir ahora mismo que yo me inventase Budapest. Yo jamás inventé Budapest. Quizás la confusión viene de este relato extraído de la novela ‘Las penurias de Ferdinand Gauptl’, del entonces desconocido Frederich Hauptl, que nos sirvió en su momento para ilustrar qué se yo qué.

'...y en aquel tiempo Budapest era completamente diferente. Pero diferente de verdad. Para empezar, el Danubio todavía no pasaba por allí. Ahora me miras con cara de extrañeza, pero te juro que es verdad. Por entonces Budapest era una ciudad enclavada en las montañas, con una población mediana y compuesta principalmente por comerciantes que tenían en la venta de repuestos para los montañeros su medio de vida. Allí vivíamos tu madre y yo, y allí empezamos a prosperar. Montamos un negocio de cacharretes y adminículos de complemento para carromatos y carretillas, que tuvieron un éxito inmediato. De una cabañeja de nada, el negocio empezó a prosperar hasta que tuvimos que comprar la nave del viejo Kyss. Pero eso ahora no importa. El asunto que te vengo a contar estriba en que llegó un punto en el que la ciudad se convirtió básicamente en un emporio de los negocios. Budapest empezó a ser reconocida en toda Hungría. Y los principales capitostes de la misma nos reunimos un día porque vimos que las comunicaciones no eran óptimas. La ciudad no estaba bien situada. Aunque tenía posibilidades como centro comercial en las montañas, corría el riesgo de estancarse. Así que decidimos trasladarnos al llano. Y ahí que nos fuimos. Yo, como ya te habré contado alguna vez, vengo de una ciudad española, de Zaragoza, que tiene un río muy hermoso que le da sentido. Y, claro, me tira la tierra. Se me ocurrió que a Budapest le vendría muy bien un río. El sitio en el que nos ubicamos no tenía esa gracia. Pero la posibilidad de un nuevo traslado no se contempló, porque la gente estaba cansada de ir trasegando Budapest de aquí para allá. Ahora bien, todo el mundo veía que aquella ciudad, sin río, no valía nada. Una Budapest en las montañas tenía su qué, con sus nieves, sus riscos y su fauna agreste. Pero en el llano, sin río, sin montañas, sin nada, era un morirse lentamente. Los negocios, además empezaban a languidecer. Los miembros del consejo decidimos de nuevo reunirnos y considerando las posibilidades decidimos lo siguiente: montar un río. Un río grande, nada de miserias.
Y bueno, pues con tiempo, ingenieros, y vista, empezamos a tirar barreños y barreños de agua desde el mismo punto donde estaba ubicada la antigua Budapest, allá en las montañas, y que si pon un dique aquí, que si ajustame ese cauce allá, hicimos que aquel cañete de agua pasase por el mismo centro de la misma Budapest actual. Lo del nombre del río se le ocurrió a tu madre, no me preguntes porqué. Un día, el Emperador vino a la ciudad, sorprendido, porque no recordaba que hubiese una Budapest allí. Nos inventamos una historia muy cachonda sobre un Buda y un Pest y el muy tonto se lo creyó. Y entonces empezamos con los palacios...'.

Vuelvo en un segundo.

2 comentarios:

  1. Hmmmm esto ya es tener imaginación. Buda y Pest
    está muy orgullosos de que un hermoso río los separe y les una con un cadenas un no menos histórico puente.
    Un abrazo

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  2. Dons els hi va quedar bonica, la ciutat...
    :)

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