lunes, 7 de octubre de 2013

María Estuardo - Stefan Zweig

Una persona que es una Reina de Escocia, se tiene que desenvolver en un entorno en el que su principal rival es una Reina de Inglaterra, que por decirlo de forma poética, no es una persona. Ese es el tema. María Estuardo, una vida contada de nuevo por el mago Stefan Zweig, del que ya hemos comentado más de un libro por aquí. Stefan Zweig no quiere, en principio, hacer un panegírico de este personaje histórico, considerado un mártir por unos, un personaje romántico por otros, y también una reina fatua y vacía, una tarambana que merecía su castigo por otros. Stefan Zweig, como siempre, se queda a medio camino, no quiere juzgar o ponerse de parte de... pero acaba haciéndolo. Se pone de parte de María Estuardo, al menos un poco. Al menos, su retrato no da tanto miedo como el que hace de Isabel, la Reina Virgen, la fundadora del poderío inglés y si me apuran y se me permite jugar a la historia ficción, la instauradora del cinismo 'yanqui' en el mundo. Un poco cogido con pinzas, si quieren, pero así lo veo.
María Estuardo nace reina y al parecer, no le da un especial valor al hecho de ser Reina. Isabel, nace como una segundona, hija de una decapitada, y sabe que tiene que tener mil ojos y dejarse de ligerezas si quiere mantener el puesto, siempre en peligro. María Estuardo cree que puede hacer lo que quiera porque es Reina. Y le cuesta el puesto. Claro que, si en lugar de ser la reina de Escocia, un país pobre y tremendamente dividido, sin estructurar, hubiera sido ella la Reina de Inglaterra, quizás otro gallo le hubiera cantado. No sé. Sus actos se hubieran juzgado de otra manera. De todos modos, ella misma podría haber visto que lo que hacía, se sustentaba en nada, se apoyaba en nada, y que podía esfumarse todo en un momento.
María Estuardo es hija de un Jacobo de los muchos jacobos que reinan pero no gobiernan en Escocia. Un país medio comprado por Inglaterra, dividido en clanes, nobles, religiones... del que siempre sacan partido los ingleses. De pequeñísima se apalabra su matrimonio con Francisco II de Francia, y pasa a Francia, de donde es la familia materna, los poderosos Guisa, para ser criada y educada. Vida principesca, relajada, en un país rico y, también, un polvorín. Francisco II muere de crío, como aquel que dice, y es algo que todo el mundo sabía, así que el reinado de María en Francia dura un telediario. Tiene que volver a Escocia, una mocita. Y ahí empieza el cachondeo. No mide. Es cariñosa, fiestera, y tontea. Tontea y tontea. Y empiezan las víctimas. Dice Zweig que aquel que se le acerca, acaba palmando. Hasta que palma ella. Al corazón no lo domina la razón, no como a su prima Isabel, que en todo momento se mira en el espejo de la otra y no comete sus errores. O los comete, pero los maneja de otra manera.
Se casa y se desenamora del rey, toma secretarios que confunden con amantes, que son asesinados por nobles que son varones de tomo y lomo y que ponen tontísima a María Estuardo. Bothwell. El hombre. El tío que nos roba a las novias. El hombre. El empotrador. El locurón. Bothwell es el noble que más protege a María Estuardo en el polvorín escocés, de los pocos que no está comprado por Isabel. De la franqueza pasamos al sexo y ahí María pierde el oremus. Todo le importa un comino. Se implica en el asesinato de su propio esposo, el rey, que es un memo pero es una persona, y todo porque Bothwell la tiene loca perdida. Todo por Bothwell. Consigue finalmente casarse con él, pero en la boda está su fin. Pese a que todo el mundo escocés está pringado, lo importante es enredar. La reina no considera necesario pedir perdón, excusarse, manejar la situación y se deja llevar por el corazón. El corazón, ser persona, un ser humano con debilidades, por encima de la frialdad, del cálculo de intereses, de la razón de estado. Primero lo primero y luego ya veremos.
A María Estuardo le cuesta el puesto. Y luego la cabeza. Una vida enfrentándose a un enemigo implacable, enorme, tentacular, que te domina y que te puede. Y tú mismo eres el enemigo. De reina a prisionera, de prisionera a juguete, de juguete a ejemplo.
¿Hasta dónde podemos llegar? Isabel y su equipo, Cecil y Walsingham ponen los límites. Podemos hacerlo todo. ¿Podemos matar a una reina? ¿Pasa algo? Probemos. Podemos matarla. No pasa nada. Es un ejemplo. Se puede matar a un rey, a una reina, y no nos pasa nada. Sigamos forzando la máquina. Poco importa si luego será otro Estuardo el que gobierne el reino y sea también decapitado. Lo importante es salvar nuestro culo ahora y que le den al que se queje.
Stefan Zweig nos cuenta pues una vida alocada, de alguien que sospecho que tenía poco temple, fogosidad, pero poca madera de gobierno, y al mismo tiempo, de soslayo, la vida de la otra, de Isabel, que en todo momento domina, piensa, controla, actúa, disimula, en definitiva, manda. Y María Estuardo muere, muy dignamente, muy señoronamente, pero... con la cabeza cortada.
Una historia apasionante, una vida ejemplar, y un libro que, con paciencia, resulta muy instructivo.

3 comentarios:

  1. No conozco a este escritor, pero veo en la wikipedia que se lo ha escrito todo.

    ResponderEliminar
  2. Y parece una partida de ajedrez.

    ResponderEliminar
  3. La verdad que no me mola nada esta historia. Ni ninguna parecida de reyes, noble, amantes y decapitaciones. Siempre terminan mal. No se como las chicas buscaban un príncipe azul. Ni regalada.
    Un abrazo y buena semana

    ResponderEliminar