lunes, 21 de julio de 2014

Un instante, maestro

Yo iba tan tranquilo por la calle. Así empiezan muchas historias. Historias contadas mejor o peor. Esta no va a ser una historia mucho mejor que otras. Yo iba por la calle. Ni siquiera puedo decir que fuera tranquilo, porque al lugar al que me dirigía no puedes ir tranquilo nunca. Lo que sí que iba es bien de tiempo. Tenía y tengo tanto tiempo que me puedo permitir el lujo de no ir con prisa. Bueno, este es un tema accesorio. El caso es que cuando ya embocaba la calle Irlanda, vi venir calle abajo a un afilador. Estoy cansado de repetir siempre le mismo comentario, pero el afilador es sinónimo de tiempos miserables en los que las personas de bien ya no pueden comprar tijeras y cuchillos y han de reutilizar herramientas gracias a los oficios del afilador. El afilador bajaba por la acera y yo subía por la misma acera. Soy una persona, y no me gusta hablar de mí, a la que le cuesta mucho hablar con gentes a las que no conozco, no suelo preguntar por dónde se va a, qué ocurre, cómo se encuentra... pero algo me impulsó aquel día a decirle algo al afilador. Yo fui el primer sorprendido. Justo cuando pasaba a mi lado me dirigí a él diciéndole 'Un instante, maestro'. Y el afilador me miró. Era una persona de edad. Casi es innecesario aportar este dato. Los afiladores son gente mayor. Bueno. Una línea más de relleno. Su cara, sin embargo, no era normal. Estaba afilada. Dirán, qué bien traído, afilada-afilador, pero es cierto. Su cara acababa en punta. Su nariz tenía forma de pico afilado, su barbilla era esquinada, no parecía tener anchura, sólo perfil. Llevaba puestas unas gafas de las que se atan en el cogote, gafas de quien trabaja con cosas que echan chispas. Disculpen que no conozca el término correcto. ¿No les pasa que creen que conocen cómo se llama algo y cuando tienen que decir el qué de la cosa no les sale y se dan cuenta de que no son tan listos como pensaban? El afilador me miró y sonrió. Tenía un diente de oro. Es un buen dato. Tener un diente de oro le hace a uno acreedor de una historia. Por si no fuera poco ser afilador, el afilador tenía un diente de oro. Maravilloso. Iba a decirle algo más. Quería preguntarle algo. De dónde venía, supongo. Siempre es una buena forma de comenzar una conversación con alguien preguntar de dónde viene. O cómo está. O porqué es afilador. No sé. Debe haber un formulario con preguntas así en alguna parte. Iba a decirle algo pero cuando las palabras iban a salir de mi boca, el afilador siguió su camino, lentamente, sin encender la moto. Dejaba la motocicleta, la mágica motocicleta de afilador en punto muerto y con sus pies la iba propulsando. El afilador se alejaba de mí y yo no tenía fuerzas para ir detrás de él e insistir en preguntarle por algo, saber de él. El afilador se marchaba. Otro señor, a mi lado, también miraba al afilador alejarse. Imagino que a él le pasaría lo mismo que a mí. O quizás no estaba mirando al afilador. Vaya usted a saber. Como quiera que di por perdido al afilador, proseguí mi camino hacia ese lugar. Aquel lugar. La verdad, no sé por qué les he contado todo esto.  

2 comentarios:

  1. Ay, monsieur, si le digo que hace unos meses vi a un afilador por las calles de mi ciudad! Sinónimo de tiempos miserables, dice, ¿no? Pues eso. Las madres acercaban a sus niños a explicarles qué era aquello tan pintoresco. Y los niños, mejor que en el cine, oiga. Lo flipaban.
    Pero no, no, el afilador era joven! Creo que no era el mismo que el suyo.

    Buenas noches, monsieur

    Bisous

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  2. En Chipiona, donde voy de vacaciones de toda la vida, siempre ha habido afilador! Va pasando por la calle, y silba una musiquilla especial que todo el mundo sabe que es suya. Cuando mi abuela la oía me daba un puñao de cuchillos y tijeras y me mandaba a buscar al afilaor, como decimos por el sur.

    ¿Es sinónimo de miseria? A mí no me parece de pobres reparar y reutilizar las cosas, lo contrario sí que es despilfarro!

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