miércoles, 18 de noviembre de 2015

La obra realizada


Hace mucho tiempo que no revisamos lo que nos va llegando. Se nos acumula el trabajo y solo nos estamos fijando en textos pequeños, no tenemos tiempo para cosas más grandes. Así, aquí recogemos un fragmento de una serie de testimonios de personajes varios recogidos por Jeremías Afabor en su libro 'Vidas testimoniadas'. Ni viene a cuento, ni tiene que ver con lo de siempre, pero si nos fijamos un poco, igual sí.
'Coloqué esa baldosa en el año del Señor de 1975. Trabajaba en una mercería, por aquel entonces. Con el paso del tiempo la mercería pasó a mis manos. La señora Sirereta se jubiló y ninguno de sus hijos quiso seguir con el negocio, así que un día, antes de retirarse me llamó a la trastienda y me dijo 'Sepmiquel, nunca he visto a nadie con tanta ilusión por trajinar con pijamas y camisones como tú, así que he pensado que, si quieres, te puedo traspasar la tienda y tú la vas llevando como puedas'. Y yo, que la verdad es que sí que tenía interés por la mercería, por las clientas y por el género, no dudé en aceptar su propuesta. No me he presentado, me llamo Sepmiquel Miquel. Entonces, cuando me hice cargo de la mercería La Sirereta yo tenía unos 19 años, era muy joven. El primer año lo llevé bien, pero el día de mi 21º aniversario empecé a pensar que el tiempo se me iba entre medias y sostenes y que quizás podía haber empleado mi vida en hacer algo más atractivo. La mercería me venía dada y yo no había hecho nada por mí mismo. No sé si es una sensación universal, pero creo que los seres humanos debemos hacer algo de alguna manera. Dejar constancia de nuestro paso. Sea haciendo algo bueno o bien algo malo. Pero soy muy cobarde, quizás influido por los mensajes que escuchaba en la radio que siempre tenía encendida la señora Sirereta, que siempre escuchaba una emisora en la que se hablaba a los temerosos de Dios y que a mí me gustaba, sí, de tal manera que, aunque yo era joven y en el país vivían algunos un despertar revolucionario, yo pensaba de manera que todo me daba miedo y todo me parecía perturbador. La mercería, la señora Sirereta, los clientes y clientas, un mundo reconocido y reconocible. Y sin embargo, caló en mí una idea que no sé de donde vino, por la que debía hacer algo.
Un día, caminaba por la calle Pitxot cuando ví unas obras de pavimentación de la calle y se me ocurrió la idea. Aparté un poco la valla que separaba la obra de la acera por donde dejaban pasar a los viandantes y ni corto ni perezoso cogí una de las baldosas que había dispuestas en un montón y la coloqué en torno a la acera que estaban reconstruyendo. En tanto que mi aspecto no llamaba la atención demasiado, siempre he sido una persona bastante igual a todo el mundo, nadie me recriminó nada. En aquellos años, los trabajadores de la obra no llevaban ropa muy distinta a la de los peatones, algún mono... pero nadie me dijo nada. Cogí la baldosa, la coloqué al lado de otras, un señor que trabajaba allí me dijo 'nene, coge ahora la pala y aparta esa runa que hay... ', no había acabado de decir eso que yo ya estaba fuera de la obra y seguía mi camino hacia la mercería para abrir la persiana.
Al salir de la tienda, pasé por delante de la obra. La baldosa seguía allí. Durante todos los días de los siguientes 20 años pasé por delante de la baldosa. No la pisé jamás. Me acercaba a ella, la miraba, si alguien había escupido o manchado con un chicle o cualesquiera sustancia, sacaba un pañuelo y la limpiaba. Mi baldosa. Mi proyecto. Mi obra.
La señora Sirereta murió y yo me casé con una sobrina suya que venía mucho por la mercería y que finalmente caí en la cuenta que venía por mí. Como no era mal parecida y yo no había tenido muchas pretendientas, acepté su proposición de 'ir tomando algo' y finalmente nos casamos. Se llama Loredana y somos bastante felices. Le hablé de mi baldosa desde el primer día. Cuando traspasamos la mercería y nos retiramos a un pisito en la calle del Totó, encontrábamos siempre un hueco cada día o dos para pasar por la calle y ver la baldosa. Me quedó estupenda. Loredana me comentó que ella había hecho algo parecido intentando hacer unas lentejas un día, pero que no le salió muy bien y que desistió. Cocino yo. Ella es adminstrativa en una empresa de Cartonaje y no tiene tiempo casi de nada. Cuando traspasé la mercería... en fin, tampoco creo que esto les interese demasiado.
Mi baldosa sigue allí, en la calle Pitxot. Han pasado ya... cuarenta años y aunque no soy tonto y sé que las baldosas no crecen ni se hacen fuertes ni nada de eso, yo la veo cada día más imponente. Es una buena baldosa. Estoy orgulloso'.

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