jueves, 30 de junio de 2016

Contra la mirada oblonga

Nos vemos obligados a rebatir desde este espacio el artículo publicado por el profesor Ochandiano Mendicutia y lo hacemos desde el respeto hacia quien fuera un amigo y un compañero de investigaciones, pero con toda la contundencia que hay que mostrar ante quien hoy estaba convencido de una idea y, por conveniencia, abraza una nueva que no tiene ningún sentido. El artículo 'La mirada oblonga, luz frente a tinieblas', se carga de manera completa las investigaciones de nuestro amado profesor Almayr acerca de la mirada ovoide y lo hace con una falta de respeto y con un resquemor tan grande que no sabemos, querido Ochandiano si nos estás leyendo, qué narices te ha pasado.
Negamos la mayor. Una mirada no puede ser oblonga. Por muy curiosa e inverosímil que sea la teoría de la mirada ovoide, por muy estrafalaria que pueda parecer, las investigaciones, los múltiples datos recabados a lo largo y ancho del planeta y el prestigio que los trabajos realizados por el profesor Almayr hacen de esta teoría un referente hoy día en el mundo de la ciencia y se toma en serio. Sí, amigo Ochandiano Mendicutia, se toma en serio.
De nada vale sacarse de la manga una idea como la de la mirada oblonga, por mera emulación o ganas de resultar epatante, sin tener en cuenta datos como los que ofrece Almayr. Una mirada abarca y se dirige hacia un punto, lo busca y sortea, si quiere y si se tiene la facultad, los obstáculos necesarios para alcanzar su objetivo. Es más, con la mirada ovoide, se consigue, cuando se puede, mover de alguna manera los objetos sobre los que se incide, dado que se considera a la mirada como una energía, como una proyección de lo que la mente quiere. Los ojos lo consiguen. No es algo que sea común, no es algo con lo que todo ser humano nace, pero está ahí.
Ahora bien, lo de la mirada oblonga... o sea, que la mirada es larga. Que la mirada en realidad no tiene un final. Que una mirada llega lejos porque es fina y se prolonga. Que la mirada es, simplemente, un hilo fino que une un objeto con otro. Esa es la conclusión que nos propones. Y nos cuentas el ejemplo de la señorita Salesia Valderas, habitante del estado de Guerrero, en México, que consiguió tener ligado durante más de cuarenta años al señor Juan de Mina simplemente con haberlo visto en un baile de la presentación del candidato presidencial a las elecciones del año 48. En esa fiesta, nos cuentas, que la señorita Valderas miró a de Mina y que con su mirada no incidió en él, sino que de manera oblonga (y este concepto juro que no lo entiendo), ligó a la otra persona con ella. Como con un hilo fino pero irromplible. Invisible pero férreo. Y que con esa mirada y sin necesidad de haber convivido nunca, ambos se consideraron para siempre uno. Que la mirada oblonga no es más que una capacidad de la visión para atar a dos personas. Y ciertamente que puede resultar una idea atractiva y presentaable, pero la verdad, no la podemos considerar cierta.
Y además, amigo Ochandiano Mendicutia, todos sabemos que Juan de Mina eres tú y lo que nos quieres contar, una vez más, es tu historia de amores con quien ya sabes tú y como no te hacemos caso, nos vienes con ese cuento de la mirada oblonga para ponernos en evidencia. Y no.
Con la mirada ovoide, hasta la muerte.

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