miércoles, 21 de diciembre de 2016

Brahima, el mentiroso

Tengo un terrible dolor de cabeza que me impide concentrarme en la creación, por lo que tiraré de un clásico de Halil Furrakhan 'Personajes y personajes', recogido en una preciosa edición que yo no estoy diciendo que me la regale nadie para Navidad ni nada, pero que quedaría estupenda en mi estantería al lado de... en fin.
'Recorrimos un par de callejones hasta llegar a una calle más ancha en la que había una serie de comercios bastante mugrientos que no me inspiraron demasiada confianza. Uno de ellos vendía tapices y alfombras y parecía estar regentado por un hombrecito tumbado casi a modo de exposición de sí mismo. A su lado, un paisano de su misma edad, blandía una trompa que hacía sonar a modo de llamada para los clientes. El comerciante, iba acariciando las mantas, alfombras y tapices, mientras un curioso se acercó, miró al hombrecillo y se fue. Aproveché que no había nade para intentar entablar conversación con el hombrecillo, cuando Ilias me puso la mano en el hombro, se acercó a mí y me dijo 'ojo, amigo, con Brahima el mentiroso, no te fíes ni un pelo'. Pensé que teniendo claro que no iba a comprar nada, no tenía porqué dejarme arrastrar por un embaucador, así que me dirigí a él.
Le saludé y él me devolvió el saludo, agradeciéndome acto seguido haberme acercado hasta su humilde establecimiento que poco tenía que ofrecerle salvo algunos trapos traídos de aquí y de allí entre los que, quizás se encontrase alguno con un poco de valor, pero quién era él para juzgarlo si ya toda la ciudad le conocía como Brahima el mentiroso y nada de lo que hiciera podría remediar su fama. Siguió hablando, introduciendo a Alí Ben Hamid, famoso trompetista que había tocado en la banda de músicos del mismísimo Caíd de... y que ahora le entretenía en los largos días que pasaban sin que nadie le comprara ni un harapo de cocina. El hombrecillo, que a penas conseguía fijar los ojos en alguna cosa más de cinco segundos, hablaba con una sonrisilla dibujada en los labios que inmediatamente provocaba dos sensaciones, simpatía y desconfianza.
Me preguntó que de dónde venía y cuando recibió mi respuesta, asintió y abundó en datos sobre mi origen, mi país, la historia de los pueblos que habían pasado por mi tierra, que yo mismo tenía rasgos de germano, que se notaba que era una persona de carácter y que alguien como yo, muy posiblemente fuera capaz de juzgar un tapiz que precisamente narraba una batalla sucedida en tiempos de los vándalos, de cuando éstos invadieron África, y que si no me importaba, la podría tocar yo mismo. Efecivamene, pasé mi mano por un tapiz precioso, rojo, fabuloso, que me cautivó. No supe ver la escena de la batalla ni a los vándalos en el tapiz, pero me enamoré de él. Quise comprarlo. El hombrecillo me dijo que no, que aquel tapiz no estaba en venta, porque ni siquiera sabría qué precio ponerle. Completamente envenenado, saqué una bolsa con monedas y se la entregué. Sin más.
El hombrecillo, meneando la cabeza, sonrió, cogió la bolsa y dijo 'insulto al mismísimo Profeta cogiendo esta bolsa, pero veo que Alí Ben Hamid ha dejado de tocar, sorprendido por su reacción, por lo que consideraré que el precio que pone es justo'.
Alí Ben Hamid, plegó el tapiz y me lo entregó. Acto seguido me iba con el tapiz, cuando me sorprendió no escuchar la música de la trompeta una vez que el negocio estaba consumado. Me dí la vuelta y allí ya no estaba ni el hombrecillo ni Ben Hamid. Un árabe enorme, con una espada en la mano, ante el establecimiento, gritaba enfervorizado 'maldito sea y malditos sus hijos si los tuviera ese perro asqueroso... juro por el mismísimo innombrable que yo, Brahima el Vivaz, te aniquilaré en cuanto tenga la oportunidad por manchar mi nombre, el de mi familia, y el de mi establecimiento con tus mentiras y tu...'.
Unas horas más tarde, mientras esperábamos para comer en casa de un amigo, asomado a la ventana, me pareció ver al hombrecillo y a Alí Ben Hamid danzando en torno a unos transeúntes con unos velos frente a una tienda con unas letras en francés que decían 'mauvaises danceurs'...
Ilias me tocó de nuevo el hombro y me dijo 'te lo dije, amigo'.

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