sábado, 30 de septiembre de 2017

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No sé si alguien se dio cuenta, porque el otro día me dijeron que no fuera tan presuntuoso y pensara que me leía mucha gente. Quizás sea así. Es así. El caso es que el otro día, en uno de los textos que vomito, no dije nada. No es que me limitara a cumplir con el expediente de hacer un texto por el mero hecho de hacer algo, de rellenar, de cumplir con las cifras de producción. No es que llenara de paja una narración en la que todo ha quedado claro hace tiempo y que relleno y relleno con palabras que no dicen nada. Absolutamente nada. Es algo peor. Es el vacío.
El otro día, no se fijó nadie, no dije nada. Fue primero un accidente y luego una acción meditada, pensada, hecha adrede. Entre una frase que decía algo y otra frase que venía a decir otra cosa, no dije nada. Un punto y seguido. Nada.
Nada que decir. Quizás sea el germen de algo. El comienzo de una nueva forma de expresión. El comienzo de un nuevo género. Quizás me esté quedando sin cosas que decir y, aunque puedo rellenar y llenar y parlanchinear, realmente comienza a aparecer el vacío.
El vacío, no tener nada que decir. Pero no se trata de no poder decir nada, de no hacerlo, de no escribir, de no hablar. Se trata de estar y dejar constancia de que no. Que no has dicho nada. Que estás sin haber dicho ni pío. Pero eso es demasiado autoindulgente. Eso podría ser la primera fase del final. Se trata de haberte quedado en nada. En la primera mancha en el expediente. En haberte quedado mudo. Sin saber cómo decir lo que tienes que decir. De darte cuenta de que has empezado a repetir las cosas que dices. De que es mejor no escribir. No decir nada. Mejor dejarlo todo como está. Mirar lo que dicen los demás. Mirar el móvil. Escuchar y sonreír. Escuchar y asentir. Escuchar y hacer como si. Una frase. Un punto y seguido. Nada.
Nada que decir al respecto. Nada que aportar. Me he quedado en blanco. Me he quedado vacío. Podría haberme dado cuenta en otro momento, quizás escribiendo el mismo texto una y otra vez. A lo mejor lo he hecho ya. A veces tengo que consultar si sobre eso o lo otro ya he colocado un rollo. Y a veces es cierto. A nadie le importa si repito un texto o hago otro texto diferente. Entre palabra y palabra hay un espacio.
Entre palabra y palabra hay un espacio.
Un espacio que sirve para que, a la hora de leer, sepamos que son palabras diferentes. Ese vacío. El espacio libre entre palabra y palabra, amplificado. Entre frase y frase. Punto y seguido. Nada.
Una nada que sirve para reflexionar sobre la cantidad de cosas que tenemos que decir. Sobre la necesidad total de hablar. De contar. De tener algo que contar. De expresar lo que vas a hacer. Voy a hacer esto. Estoy sintiendo exactamente lo mismo que tú. Punto y seguido. Nada.
Está bien visto lo de la coletilla del punto y seguido. Nada. Detrás de la nada vuelves otra vez a escribir creyendo que las cosas cambiarán con cada palabra que dices.
Tengo algo que decir. Punto y seguido. Nada.
Otra frase.
Sobre aquello que hemos estado hablando. Mejor no te digo nada, porque nada va a ser suficiente. Nada por delante. Nada más allá de la frase con el punto. Mejor no comento nada. Involuntariamente. Como si fuera un accidente.
Que no se de cuenta nadie. Nadie lo sabe. Nadie. Punto y seguido. Nada.

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