domingo, 19 de julio de 2020

Si te dicen que leí a Juan Marsé

Leer a Juan Marsé más allá de las obligaciones de los planes de estudios, las lecturas obligatorias, 'Ultimas tardes con Teresa'. Meterte en un mundo en el que Barcelona es todo, donde el tiempo avanza o retrocede o no existe, en el que el tiempo está siempre presente porque el tiempo es memoria, es olvido, es esconderse, es esperar nuestro momento, el tiempo no perdona. Una Barcelona diferente y real. La Barcelona de verdad. La Barcelona fantástica y callejera de Eduardo Mendoza, de Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé, que es una Barcelona que te enseña que sí, que hay clases, que hay conflicto, que no olvidamos, que ellos tampoco olvidan, que seguimos ahí por mucho que haya otra historia, la oficial, la nostrada, que nos cuente otra historia en la que se olvida quienes somos y de dónde venimos.
Una Barcelona de clases. Todos recuerdan sus libros sobre la postguerra, las películas, las adaptaciones de Vicente Aranda. Yo, no por ser más rarito que nadie, me acuerdo de un libro con un título fascinante: 'La oscura historia de la prima Montse'. Una historia que tenía que ver con la de las Ultimas tardes con Teresa, pero como ya presagiaba el título, más oscura. Una historia que venía a contar lo mismo. Las clases. Los proletarios, los charnegos, los pijoaparte y su relación con la burguesía, con la gente bien, con la gente bien que quería hacerse la guay, que 'se mezclaba' con la gente del pueblo, de la calle, los obreros. Y la cosa salía mal. Mal porque dónde se ha visto. Mal porque no era normal.
Cuando leías a Juan Marsé, leías las historias de alguien que tenía su propia historia. Leías a alguien que sabía de lo que estaba hablando, que sabía lo que era inventar, lo que era fingir, lo que era escabullirse, sobrevivir, cambiar pero no renunciar. Leías las historias de quienes habían perdido, de quienes habían sido vencidos, de quienes ya no podían decidir ni decir ni ser. Pero que aún te la podían jugar, simplemente con el recuerdo, simplemente apareciendo como fantasmas llegados de otro tiempo para que tuvieran en cuenta que ellos deberían seguir teniendo miedo, porque nosotros ya no tenemos nada.
Malos que fueron buenos y que no quieren acordarse, gente que se hace la buena para jugártela porque llevan siendo puteados toda la vida y ahora no vamos a tener escrúpulos con los misioneros y las misioneras que vienen a salvarnos, gente que se fue y que ya no volvió o que sigue aquí y por eso hay que seguir teniendo miedo.
Juan Marsé es cultura catalana. Es esa cultura catalana que cuesta tanto asumir como catalana, como la catalana real, como la catalana de pie de obra, de pie de calle, una cultura catalana que cuesta digerir como propia porque sería como asumir que la cultura catalana no es lo que se nos dice y se nos vende. La cultura catalana es como Juan Marsé, como Vázquez Montalbán, como Mendoza, como el gran Casavella, y como todos los que no cito y que tienen otra forma de ver y de pensar, claro, pero no son menos catalanes que estos. En fin. (Yo confieso, que no he leído a Ruiz Zafón y quizás este sea el momento). Con Juan Marsé no ha habido apropiaciones, no había resquicios, no había dudas. Con Juan Marsé no colaba.
Se va Juan Marsé y con él una forma de contarnos. Una forma de vernos. Y de reivindicarnos. Como dice una compañera, uno de los nuestros, gente del barrio.
Si te dicen que leí a Juan Marsé, tienen razón. Y sería un orgullo que se me notase.

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